EL TARTAMUDO

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EL TARTAMUDO

Era alto y espigado, con una nuez pronunciada.

Estaba plantado frente a la chica que le gustaba y quería decirle algo.

Algo que para cualquier otro habría fluido fácil y claro

como el chorro que sale al abrir un grifo.

Pero a él no le salía la palabra,

se le había quedado atascada entre el pensamiento y la garganta

como un hueso de albaricoque que lo asfixiaba,

como un trozo de cristal que le rasgaba las cuerdas vocales,

como una piedra dura y áspera que le secaba el paladar,

como un ascua encendida de ansiedad que le abrasaba la faringe.

La chica le sonrió y se dio la vuelta, como un tren que se alejaba

condenándole a seguir a pie el resto del camino.

Si a veces una simple palabra resulta imposible,

cómo va a ser fácil la vida con toda su complejidad.

 

EL ETERNO SINRETORNO

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EL ETERNO SINRETORNO

 

EUGENIO LÓPEZ GARCÍA

Si un cenicero no estuviera manchado de ceniza, no sería un cenicero. Si todo fuera perfecto ¿qué sería de mí?

Dios es perfecto, por eso no existe. La filosofía se nutre de imperfecciones y dudas, como los celos.

Ítaca es la nada.

 

 

LA DESPEDIDA

 

La acompañé hasta su puerta,

y me alejé sintiendo una soledad tan honda,

que reverberaba como el agua de un pozo

al que se arroja una pesada piedra.

Una piedra que cada vez tardaba más en alcanzar el fondo.

Un pozo de oscuridad donde se suicidaban los ecos

y se resquebrajaba grotescamente el reflejo de la luna.

¿Qué nos había pasado?

¿En qué seres extraños nos habíamos convertido?

Formábamos ya parte de esa procesión de muertos

que arrastran el mundo desde el orto hasta el ocaso.

No éramos dos cuerpos en una sola carne,

ni un mismo instinto de dos distintas voluntades.

Había llegado ese momento inexorable

en que nuestras venas y nuestro miedos se desunieron y se bifurcaron.

 

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No pienses que te llamo para que vuelvas.

El libro del amor y de la vida no se puede escribir dos veces.

Pero es que se quedaron por aquí tantos recuerdos tuyos,

que ya no me queda espacio para el futuro ni para el presente.

Dime ¿qué hago con ellos?

¿los meto en una caja y te los mando a portes debidos?

¿o pasas tú a recogerlos si todavía te queda algún momento para mí?

Me aterran estas noches tan extrañas de ausencia,

la soledad como un cadáver tendido a mi lado,

y ese vértigo de lo efímero que arruga el corazón,

y seca las ramas de la vida y de la ciencia.

 

 

abrazos de fantasmas

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ABRAZOS DE FANTASMAS

Eugenio López García

A Aura, que está a punto de conocer eso que tanto envidiaban los dioses inmortales.

 

BUSCANDO UN RÍO EN EL MAR

PUTAS POR RASTROJO

 

TENGO LA CERTEZA DE QUE LAS CERTEZAS CONDUCEN AL ERROR. INCLUSO LA TEORÍA DE LA RELATIVIDAD ES UNA CERTEZA RELATIVA. AUNQUE EL ERROR NO ES TAN MALO, SI NO NOS EQUIVOCÁRAMOS NO SERÍAMOS HUMANOS, SERÍAMOS ALEMANES O ALGO PEOR.

 

LA INTELIGENCIA ES UNA ESPECIE EN PELIGRO DE EXTINCIÓN.

 

LA CHICA DE LA TARDE

Está cansada.

De las horas lentas y estériles,

del monótono llanto de la lluvia en la ventana.

La verdad es que en esta paupérrima casa de putas

todo rezuma cansancio.

Los techos sin lámparas, las paredes desconchadas,

las sirenas enlatadas, la ceniza en el lavabo.

Hasta las risas, que suenan a chatarra,

que nacen entre los dientes

y mueren entre los labios.

¿Quién pondría ahí ese arabesco de escayola

cubierto ahora de telarañas?

Se pregunta con esos ojos grandes

y esa gran ausencia en el pecho

que escancia en un cuaderno de los chinos

escondido celosamente debajo de la cama.

En la puerta hay una mora embozada

con un paquete en la mano,

ha venido desde muy lejos para ver a su hija.

¿Quién tendrá el valor de decirle

que murió de miseria el invierno pasado?

La tarde está muriendo de cansancio.

¡Por fin un cliente azorado asoma la calavera

desde el rellano! No hay que dejarlo escapar.

En la calle los barrenderos amontonan las hojas

bailando con la escoba un cansado vals.

SIGO atrapado en tu infierno,

como un velero en una botella,

como una salamandra en el fuego.

Si alguna vez existió una puerta por la que salir de ti,

se quemó hace tiempo en la hoguera de tu carne.

Doy saltos sobre las brasas de tus ojos y ardo como un exvoto

en las profundas llamaradas de tu sexo.

En la calle sigue lloviendo en un invierno interminable.

Me bebería toda la lluvia y aún tendría más sed.

Pienso estas cosas que no me atrevo a confesarte,

mientras tú miras por la ventana

a una pareja que se besa en la puerta de un hotel.

 

 

 

A veces te miro y veo la nada.

Abismos de oscuridad

a través de tu claridad de fantasma.

Me arrastra el vértigo

de tu carne incendiada

y tus palabras en mi oído

me suenan a distancia.

A veces te miro y veo la vida:

dudosa, hermosa y extraña.

 

 

ORACIÓN DEL CRISTIANO ARREPENTIDO

¿Redimirnos?

En verdad que mereciste morir en la cruz.

Haberte puesto a redimir a los perros, a las cabras, a los burros,

a las gallinas, a las moscas, a las piedras, a los cerdos,

a cualquier otra especie más noble y digna.

A nosotros déjanos tranquilos en nuestro valle de lágrimas,

jodiéndonos los unos a los otros, hasta que el mundo estalle

como una pompa de jabón.

Pero mira que eras tonto, miope visionario.

Dejar una próspera carpintería para irse por esos desiertos

predicando utopías de amor.

¿Te dio demasiado sol en la cabeza o qué?

¿Por qué esa obsesión en que Lázaro se levantara?

¿Para qué un necio más andando suelto por ahí?

No me extraña nada que tan sólo te siguiera una puta

y doce perdedores chalados.

¿La paz os traigo? ¿Qué paz?

Si dicen que el hombre comenzó su historia

matando a su propio hermano.

 

 

 

 

LAS DUDAS

Me miras desde la cumbre de tu belleza de virgen desnuda,

ondulando como una llama infernal

que se desliza alegre por los pastos.

Tiene algo de verdad rotunda ese calor de tu carne.

Pareces una reina en un trono de certezas,

mientras alrededor de mí revolotean las dudas

como moscas rabiosas y plebeyas,

y no sé si estoy aquí, o en ti,

o desterrado ya de ti.

No sé si soy un hombre o soy un miedo.

No sé si este presente es en realidad un pasado

que me niego desesperadamente a dejar pasar.

Pero déjame en la penumbra de mis dudas.

Las certezas son a veces piedras de luz

que hieren y deslumbran.

 

ALINA

Alina tiene la piel muy blanca,

casi traslúcida como su alma.

Un corazón de peluche y la mirada indefensa

como un pequeño conejo en el arcén de una autopista.

Hoy está triste como una gasolinera perdida en la noche.

Los planetas giran a su alrededor

en una constelación grande y violenta.

Tras el tabique rosa, esa compañera

del pelo rizado que cuenta chistes tan graciosos,

está fingiendo un orgasmo estridente.

Alina es más clásica, más discreta y modosa.

No le pidió nunca demasiado a la vida,

sabe que la vida es tacaña como una vieja beata

que sale de misa matinal,

piensa mientras llora en silencio

con ese gordo maloliente moviéndose encima.

A Alina siempre la engañaron los hombres.

Dicen que volverán y la dejan ahí esperando

en un andén de vía muerta.

Es una puta pobre y ya casi no tiene sueños.

Parece un milagro que en el rellano de esas largas noches,

su piel siga resplandeciendo.

 

 

 

 

VIDA POBRE

Es tan pobre mi vida,

que suena como calderilla en el platillo de un mendigo.

Tan pobre que viste con jirones de mortaja.

Tan pobre que transcurre en blanco y negro,

sobre todo en negro, con nocturnidad y alevosía.

Tan pobre como un perro muerto pudriéndose en un rastrojo,

tan pobre como un náufrago en una balsa a la deriva.

Tan pobre que hay días que no come nada,

que no ve a nadie, escondida, encerrada

entre cuatro paredes llenas de miedo.

Quizás sea esta tierra árida donde no prenden las semillas.

Quién sabe. El sitio equivocado, el tiempo equivocado.

Y pensar que esta paupérrima vida

bebió esperanza en la rica fuente de tus labios...

 

 

LOS CAPRICHOS

Como era Nochevieja estaban todos muy alegres, apiñados como orugas, con tanta comida y tanto alcohol el gozo les reventaba por las cinchas, como diría Cervantes. Tiraban petardos y reían a carcajadas por cualquier nimiedad.

-       ¡Ju ju ju ju ju ju!- Rió un gigante que se parecía a Rock Hudson, pero en sucio y ceniciento, y con un solo ojo en el centro de la estrecha frente.

-       ¡Ja ja ja ja ja!- Rió una mujeruca calva y sin pestañas, apoyada en una rama de acacia que había cogido del suelo.

-       ¡Ji ji ji ji ji ji!- Rió un individuo que era alérgico a los gatos, con un mono mugriento, los ojos saltones, los dientes de chimpancé y los ademanes un poco afeminados.

-       ¡Jo jo jo jo jo jo!- Rió un gordo vestido de caqui, con un polvoriento flequillo que le tapaba los ojos.

-       ¡Aaayy, je je je je je je!- Se dobló de risa un vejete que tenía mirada de hurón inquieto.

Comenzaba un nuevo año, aunque en realidad se trataba sólo de la continuación hasta el infinito de los viejos hábitos, ni malos ni buenos, simplemente autóctonos, orgullosamente identificativos y excluyentes, como los colores de un equipo de fútbol. ¿Para qué cambiar? Se habría preguntado Parménides asintiendo con la cabeza, como diciendo ¿lo veis como al final yo tenía razón?

Pasó un coche tuneado a gran velocidad. "¡Hijoputa...tolili!"Lo increpó el del mono mugriento.

El gordo vestido de caqui dijo algo profundo con voz artificialmente ronca, echando el rostro hacia adelante, como provocando a un interlocutor invisible. "¡Una cosa es ser chulo y otra cosa es ser claro!", creo que dijo, no sé a cuento de qué. El vejete de la mirada de hurón le respondió tras largas cavilaciones: "Las sillas de mahou son mejores que las de la cocacola".

Un perro sin rabo se meó en una farola. Sonaron más petardos. Al cíclope que se parecía a Rock Hudson, mientras abría otra lata de cerveza y arrojaba la vacía a un solar tras una tapia, se le escapó una sonora ventosidad.

 

 

 

TESTAMENTO VITAL

Echad mis cenizas en esa rotonda donde muere la carretera,

donde se ponen a mear las putas,

donde crecen cardos en lugar de flores o yerba.

Junto a ese almacén abandonado

donde se oxida la chatarra en un insepulto osario.

Junto a esa fábrica de reciclaje

donde se prensan papeles que un día fueron parte

de una guía telefónica, de la publicidad engañosa de un banco,

de una sentencia, o ¡quién sabe!, tal vez de un poema.

En esa rotonda por donde a veces pasa un vagabundo,

como un Ulises espurio, que perdió el amor y la guerra.

 

 

DEMASIADOS PRETENDIENTES

Anda, despierta.

Deja ya de soñar con épicas victorias imposibles.

Tú eres ese que tiembla acurrucado en un rincón

de la choza del porquero.

Escóndete en la noche y mira por la ventana

de esa casa que ya no es la tuya.

Son demasiados pretendientes usurpando tus dominios

y tú estás ahora viejo y solo.

Parece tan real ese disfraz que te has puesto,

que tal vez de verdad seas un mendigo.

Vuelve a tu balsa, héroe de los caminos sin destino,

y busca otra Ítaca en alguna otra parte,

donde no sólo los perros acojan a los vencidos.

 

 

SÓLO SOY QUE NO SOY NADA

Me saliste cara.

No voy a decir que lo perdí todo

porque nunca he tenido nada.

Pero antes cuando pensaba

sabía que el acto seguía a la potencia,

el error al acto, el después al antes,

y a la noche a veces la mañana.

Hubo un tiempo en que creía

que en tu cuerpo me orientaba.

Rompiste tantas venas en mi corazón,

que acabé deambulando anónimo y pálido

como un fantasma.

Esos ojos tuyos tuvieron la culpa de todo.

Me hacían sentir otro hombre

cuando me mirabas.

Contigo no sé si fui algo.

Sin ti sólo soy que no soy nada.

 

 

 

 

ROSANA

La recuerdo allí sentada en el andén

de aquellas largas noches.

Su belleza oscura y clara,

sus manos pequeñas y sus ojos grandes.

De vez en cuando se le acercaba un fauno medio calvo

de otra especie, con su whisky garrafón en ristre,

y con una voz que parecía un gruñido

le susurraba al oído obscenas transacciones.

Ella sonreía con esa mirada vulnerable,

y se levantaba lentamente

ondulando su hermoso cuerpo,

como una sirena varada en un puerto oleoso,

que se siente en secreto sedienta de amor.

 

 

¡CRISTO VIVE!

Había llegado a tener trece discípulos. Ni el mismo Jesús podía decir lo mismo. Y eso que él no tenía la melena dorada, ni los ojos azules, ni ese aire iluminado y melifluo que tanto seduce a las masas. Además medía sólo un metro y cuarenta y cinco centímetros, poco más que una mesilla de noche, y eso que se ponía filis dobles en los zapatos, pero ya hubiera querido Jesús tener su energía, ya, ese espíritu de lucha y sacrificio que no conocía el desaliento.

Cuando eran trece, formaban un corro en la puerta del Sol, a la sombra del quiosco de tabaco (menuda tabarra le daban a la pobre quiosquera), y se ponían a cantar con maracas y panderetas:

"¡El corazón es traicionero y desesperado, ¿quién puede conocerlo? Una chispa de luz, un trozo de sombra, el sonido de un arroyo o el color de un monte al atardecer, ¿para qué queremos más cosas?, desterrados del mundo nos queda el resto del Universo, piensa que todo muere, pero nosotros, como el Señor, sobreviremos a nuestra propia muerte ¡¡Aleluya!!"

Una vidente argentina, con el pelo estropajoso y las carnes consumidas, llevaba la voz cantante. Eso a él no le gustaba. El pastor era él, ¿no? Así que intentaba alzar la voz más que nadie soltando algún gallo de vez en cuando, como un pequeño ruiseñor cobrizo y sexagenario. También andaba por allí una humilde boliviana que trabajaba de interna en Parla, en la casa de un director de una sucursal de la caixa; un antiguo payaso muerto de hambre y con un ojo de cristal, llamado Rayito; un pintor ciego que en tiempos mejores tuvo cierto éxito; un negro que el pastor había recogido de la calle, a las puertas de la iglesia del Cristo de Medinacelli, y que no se sabía muy bien qué pintaba allí, porque, aunque parezca mentira, no tenía ritmo y miraba el mundo a su alrededor con ojos anodinos, como uno de esos mimos que se estaban quietos como liebres con las orejas levantadas esperando el tintineo argentino de la moneda en el platillo, era una especie de cáscara sin yo. Para que no faltara nada también había una puta, quizás la única con verdadera fe, que buscaba otros caminos en la vida. Era pequeña, rellenita, con los ojos tiernos y la voz sedosa. Desmigaba el pan preguntándose por el tan demorado regreso de Cristo "¿Y dónde coño está ese chorbo?" Al final se cansó de tanta pandereta y tanto aleluya estéril y tanto que el mesías va venir que va a venir ya y nunca venía (como los orgasmos mientras se abría de piernas bajo la cúpula invertida y hedionda de un jubilado en una sórdida habitación de un sórdido edificio en la sórdida calle Delicias), así que acabó recogiendo sus miserias y se marchó a Amsterdan en busca de mejor fortuna, pero la suerte no cambia aunque cambies de vida y costumbres.

Cierto día se produjo un intento de golpe de estado en la pequeña comunidad. Una tarde, mientras unos mariachis cantaban La Cucaracha en la boca del metro de la pastelería La Mallorquina, donde se ponen las loteras barruntando la navidad, bajo un cartel electoral donde aparecía una especie de Jesucristo de musical y una paralítica en una silla de ruedas sobre un lema futbolero que decía "Podemos" (hay que ver qué cosas se les ocurren a estos políticos, con tal de conseguir votos son capaces de cualquier disparate, están obsesionados), por un quítame allá esas pajas la argentina le arrojó al pastor una pesada biblia, abriéndole una brecha en la frente. Ahora sí que parecía un cristo vivo con toda aquella sangre corriéndole por las mejillas. Pero nuestro héroe resistió como un mártir y finalmente la argentina se alejó calle Preciados arriba, empujando a la gente y cagándose en la concha de la madre de aquel indio peruano, enano, hortera, charlatán, cabrón y farsante.

Con el tiempo los discípulos fueron abandonándolo, como a Jesús la noche en que lo prendieron, y ahora ya solo le quedaba el negro, más que nada porque el hombre no tenía ningún sitio mejor a donde ir.

El pastor, por su parte, no quería volver a aquel maldito quiosco de chucherías en la Plaza Elíptica, donde tenía que permanecer encerrado como un canario aojado durante quince horas diarias aguantando a los niños y a sus madres, sin sacar ni para pagar la luz

-       ¡Cristo vive, Cristo te ama, te anuncio que Cristo regresará para salvarte! - Aullaba el arrobado visionario corriendo para arriba y para abajo, con sus pantaloncillos blancos y su camisa pasada de moda, enarbolando la biblia con ojos desorbitados y echando escopetada salivilla al gritar. Hasta hizo dos veces el salto de la rana (lo vi con mis propios ojos), casi tan bien como el Cordobés. Parecía imposible que un hombre tan viejo tuviera tanta agilidad. Un Micky Mouse que llevaba puesta una camiseta del Atleti se le quedó mirando. El predicador, al ver al ratón vestido con una zamarra de fútbol, se sintió inspirado:

-       ¡Cristo es el campeón, cristo es el mejor, cristo es el verdadero número uno, el campeonísimo, el campeón de campeones, aleluya, aleluya hermano, aleluya¡- El negro miraba a una paloma que iba meneando el culo delante de una turista inglesa que se había puesto roja como un cangrejo bajo este despiadado sol manchego de Madrid.

Entrada ya la noche, cuando el chulapo de los barquillos recogió sus bártulos y con gesto hosco subió la calle Carretas, el pastor y su negro se callaron por fin, (bueno, lo cierto es que el negro no dijo ni pio durante todo el tiempo que estuvieron haciendo el tonto por la plaza, la verdad sea dicha), y como si hubieran predicado en el desierto, regresaron a la pensión de la calle el Pez (donde convivían con una casera gorda, sonrosada y con sucias gafas de aumento, que se llamaba señora Falagán, con un torero francés, un actor fracasado que había salido fugazmente en una escena de Torrente, y un timorato estudiante de farmacia al que llamaban don Julito) sin haber pescado ninguna alma. Eran duras estas almas modernas, sólo se dejaban atrapar por la moda, el fútbol y el internet.

En un banco había un catedrático de filosofía jubilado, pálido y con expresión demente, envuelto en un abrigo marrón a pesar del calor, abriendo con ansiedad una tableta de chocolate.

Una puta barrigona y con una teta fuera, hablaba por el móvil bajo la bruma del psicodélico neón, en la puerta de un top less que emanaba ese inconfundible y oscuro hedor a angustia y antiséptico propio de las casas de lenocinio.  

Pasó el camión de la basura. En el estribo iba otro negro mirando al trasluz una radiografía.

GLORIA

La vida la había golpeado como a una bola de pinball

hasta acabar en aquel paupérrimo cuartucho

que parecía la habitación de Van Gogh.

Su voz era un cálido susurro

que manaba de su cuerpo claro, prieto y menudo.

Tras la ventana, no sé si el sol o su mirada, iluminaba

los cipreses del cementerio de San Isidro.

Soñaba con largos viajes, con mundos astrales,

con flores de loto y aroma de sándalo,

mientras con los ojos cerrados se inmolaba

en aquellas amargas felaciones casi zoofílicas,

que constituían su única e indeseable realidad.

Ella era sólo una chica ingenua y soñadora,

la vida, por el contrario, una puta vieja, tramposa y cruel.

 

 

MALA SANGRE

"¡Pero qué mujer más guapa tienes, Toni!, me decía to el mundo cuando iba a descargar a la chatarra, el Fidel, el Pabli, y hasta unas rumanas que estaban acampás por allí, digo yo lo valgo ¿no?, y es que era una hembra hermosa la Anamari, con to aquel pelo negro y brillante que le llegaba hasta el culo, con esa piel tan blanca que parecía que hasta de noche le daba el sol, pero no era buena, chacho, to iba bien al principio, el primer año, hasta que un día le arreé un bofetón porque me mencionó a mis muertos, ni lloró siquiera la perra, pero me miró de una forma que parecía que no era ella, como una fantasma que te se aparece mientras duermes, digo pero a ti que te pasa, niña, dice y qué te pasa a ti, Antonio, dice es que no tienes bastante conmigo que te tienes que liar con la Macarena, digo yo no me he liao con nadie, desgraciá, digo tú eres la que se ha liao con el Kevin, el camarero del Kokimbo, que me lo ha chotao el Pabli que sus ha visto juntos en la terraza del Crescindo riendo y pribando, dice el Pabli es un liante y una mala persona que no piensa na más que en hacer daño a la gente feliz, dice ojalá se hubiera matao cuando tuvo el accidente, digo no tuvo tanta suerte el nota, prima, fue con un for orión ¿sabes?, viniendo una noche de Alicante, iba tan colgao que se conoce que se durmió y se fue a tomar por culo por un terraplén, se quedó to hecho polvo el nota en una silla de ruedas, alelao perdío y babeando, to lo grande que era el picha, con la cabeza tocándose las rodillas y las manos retorcías pa dentro como un tonto, que cada vez que quería encender un canuto tenía que llamar a gritos a su hermana María pa que le sujetara el menchero, vendía droga a los críos en la puerta del istituto y llevaba la bolsa con la mariguana debajo del cojín de la silla de ruedas, y cuando la pasma lo pillaba fumando les decía con ese cacho vozarrón que tenía el payo, dice ni ando, ni vivo, ni me muero, ni puedo echar un mal polvo, ni siquiera puedo hacerme una gallarda porque tengo las manos tontas, dice qué pasa que tampoco voy a poder tener derecho a fumarme un canuto cuando me salga de los cojones, je je je je, no sé qué habrá sio de él, cuando el pendón de la Anamari me denunció la primera vez, me fui a vivir unos días a su chabolo, vivía en una vaquería abandoná, entre las ratas y con el suelo lleno de mierdas porque las putas del polígono y los yonkis del poblao se metían a cagar allí, hasta los chiquillos le tiraban piedras cuando lo veían salir con su vieja silla de ruedas y su barba de chivo rozándole las pelotas, no sé cómo podía vivir así el chorvo, digo chacho vives peor que un animal, dice la vida es una puta mierda, Toni, dice qué más da vivir de una forma o otra, mientras no me dé por escribir libros, dice anda, Toni, prueba esta yerba que me ha traído de Holanda un guardia civil amigo mío, verás qué cosa más fina, digo de lujo, primo, y el caso es que el nota llevaba siempre la cartera llena de billetes, que hasta algunas veces cuando estábamos mu mamaos me dieron ganas de darle un palo y hacerle encima un favor al capullo lisiao aquel, yo llevaba la cartera tamién llena, pero no de billetes, hermano, sino de citaciones judiciales, y to por la puta de la Anamari que me envenenaba la sangre, yo sólo quería hacer una vida normal como to el mundo, mi hermano Deo me encontró un curro de peón albañil con un punky, y no me importaba romperme el lomo con la puta carretilla de los cojones pa arriba y pa abajo to el puto día como un burrico que me daban ganas de tirarla por un barranco, y to pa poder formar una familia, la familia lo es to ¿no?, aunque no será la mía, yo no sé ni donde nací, hermano, creo que en Madrid, dicen que mi madre me parió en un descampao porque mi padre había matao a navajazos a dos primos suyos tronaos que le tiraron una piedra desde un puente, y tuvo que huir del Pozo con mi madre preñá, de eso hace ya mucho tiempo, dicen que mi madre entonces me quiso tirar a un vertedero pero que mi padre, que como era gitano tenía más entrañas que ella, o menos según se mire, no la dejó, pero volviendo al Pabli, en invierno no se le veía el pelo nunca, nadie sabía dónde se escondía el picha, chacho, y cuando aparecía chirriando con su silla de ruedas llena de mierda, vendiendo maría y nieve por la calle, to el mundo en el poblao sabía ya que había llegao el buen tiempo, ¡Lola, chocho, ponnos otros dos güiskis a mí y a este hermano mío y que se acerque la Merche con esa negra de los pelos de punta!, mira, han pasao ya casi veinte años entre el tiempo que estuve fugao dando palos por ahi y los diez años que me he comío yo solito en el hotel de Torrero, pero como si hubieran pasao otros cuarenta, da igual, porque contra más pienso en la Anamari, chacho, más me se envenena la sangre, no sé qué me da, es como si tuviera un demonio dentro, dicen que ahora está mu estropeá la paya y que ha tenío otro churumbel, que tamién se separó del Kevin porque le daba mu mala vida, no sé si será verdá o no, me es igual, pa mí sigue siendo mi mujer, mi Anamari, yo no hago na más que pensar en ella cada segundo, de día y de noche, despierto y dormío, y me entra una cosa tal que así que no sé lo que es que me dan ganas de llorar y de marar a alguien al mismo tiempo, ¡hoooola, paya!, mira, primo, qué guapa está la Merche, por ella no pasan los años, aaahhy, y no será porque no le gusta el vicio a la jodía, je je je je je, más que a un tonto dos palotes"   

 

 

ÉRAMOS dos sueños muy pequeños

un velero en una botella

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DUODÉCIMO ASALTO

Socialismo científico

"Yo creo, Amor, - Balbuceó la meretriz mientras hacía sus labores, al pie de  una montaña de cajas azules y rojas de bebidas, pronunciando la palabra Amor como si lo hiciera con mayúsculas - que hay que dar a cada uno según sus necesidades, dentro de nuestras posibilidades, claro"

 

 

LA SOLEDAD

En el retrete vivía una mosca

que siempre que el viejo entraba

parecía ponerse contenta.

Nunca se movía de allí

aunque le dejara la ventana abierta.

Revoloteaba a su alrededor y se posaba en el espejo

mientras el viejo se afeitaba.

Convivieron juntos un tiempo, tranquilos,

sin necesidad de decirse nada para entenderse.

Luego, cuando llegó el frío, la mosca desapareció

dejando sólo unas cagadas de recuerdo.

Como desaparece todo en la vida,

con esa dolorosa fugacidad cósmica.

Como desaparece el amor, la belleza, la salud,

las moscas y hasta las secuoyas.

No fue el amor de su vida,

pero, aunque parezca absurdo,

durante unos días la echó un poco de menos.

 

 

 

HABITACIÓN 306

 

Dime, ¿a dónde vas ahora?

¿qué quieres que hagamos con todas las cosas que dejas aquí?

¿Hay una Ítaca al final de esa oscuridad que se bebe tu aliento,

o un mar infinito donde naufragará la pequeña vela de tu ser?

Está lloviendo tras la ventana,

y las ramas de los árboles contraen su frágil verdor

protegiendo heroicamente sus brotes.

Aparte de dolor ¿qué somos?

¿risas? ¿miedos? ¿lujuria? ¿humo de leños talados?

¿qué seremos, aparte de todo lo que no hemos sido?

 

 

 

 

ASTENIA

 

Es tu amor un cuchillo afilado

que me hiere en cualquier momento

y en cualquier lugar.

Al torcer una esquina, al abrir una puerta,

al salir a tu luz o al entrar a tu oscuridad.

Son tantas puñaladas traperas,

tanta sangre fuera de sus venas,

que quizás mejor sería estar solo, digo muerto de una vez.

Si cojo tu mano me corta,

si miro tus ojos me pinchan,

si beso tu boca me rasga.

Y, contra toda lógica, ahí sigue mi corazón enajenado

caminando a tu lado por las calles,

esperando que el día menos pensado,

con esa sonrisa tuya, le des la estocada final.

 

 

 

PRÓLOGO

Yo, señor, soy un escritor desconocido, ¿por qué? ¿por falta de talento? Incluso con mis deficiencias gramaticales, talento me sobra para prestar a los escritores más famosos que carecen de él, desde Zafón hasta Reverte, pasando por toda la caterva de mediocridades que copan el mundo de la cultura, esos intelectuales de pesebre que sólo saben hacer vomitiva literatura para analfabetos. ¿Qué ocurre entonces? Pues sencillamente que todo en este mundo se mueve por círculos de poder y yo no pertenezco a ninguno. No soy del opus, ni masón, ni judío, ni homosexual, ni milito en ningún partido, ni sindicato, ni ong, ni formo parte de ningún entramado financiero, editorial, mafioso, religioso o mediático. Ni siquiera soy del Real Madrid. Milité en el partido comunista hace años hasta que un buen día se me apareció la virgen.

Vivo al borde de la pobreza y de la soledad. Pero un día me dijo una chica (que, como yo, también se estaba muriendo de cáncer), que mi libro "La Distancia más larga entre dos puntos", con toda su crudeza la había ayudado más que todos esos fatuos panfletos de autoayuda que circulan por ahí. Para mí eso vale más que un premio Planeta, si es que el premio Planeta vale algo, todos sabemos que no. Cosas así me hacen pensar que los libros no son sólo pequeños ataúdes de sueños irrealizados.

Soy un caso único, como todos los casos. Si conocéis a algún escritor famoso, digo famoso, no bueno, que no viva a la sombra de algún poder fáctico, os agradecería que me lo presentarais. Incluso el gran Cervantes o el gran Quevedo se inclinaban ante algún poderoso, como mendigos en la puerta de una iglesia. Yo soy libre, un hidalgo hambriento pero puro. Pobre pero honrao a la fuerza, como las muchachas de mi pueblo que se iban a servir a Madrid, sobre todo las feas. Escribo por vocación, sin que ninguna campaña de marketing me tenga que dictar lo que escribo. Prefiero otra clase de prostitución más divertida.

Me quedo con los pocos lectores inteligentes que todavía deben de quedar por ahí escondidos en las catacumbas, a los que a veces accedo a través de ese invento del internet. (Junto con la morfina y la rueda, yo creo que hasta ahora es el invento más importante de la humanidad).

Mientras tanto, que los necios entierren a sus necios y que los poderosos se vayan todos a tomar por culo.

Por cierto, todo esto ¿a cuento de qué venía?..

 

 

 

 

 

 

 

Con su abrigo raído, sus guantes agujereados y sus zapatos despuntados, pedía limosna en el pasadizo de los cines. ¿Era ella? Tenemos razones para pensar que todo lo que vemos es un engaño de nuestros sentidos.

Todavía recuerdo cuando se ruborizaba al mirarse desnuda y descubrirse hermosa en el espejo.

La gente hace cola para la primera sesión.  Huele a orina en los rincones, y en la tarde la lluvia baila con el sol la música de la primavera.

Pasa con estruendo el camión de la Mahou.

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-Año nuevo vida nueva ¿verdá?-

- No hijo- me respondió la puta apoyándose en la barra como un polluelo moribundo y señalando a sus compañeras, que se difuminaban como fantasmas tras el neón humeante- para estas es la misma vida siempre.

 

 

 

 

 

SIGO atrapado en tu infierno,

como un velero en una botella,

como una salamandra en el fuego.

Si alguna vez existió una puerta por la que salir de ti,

se quemó hace tiempo en la hoguera de tu carne.

Doy saltos sobre las brasas de tus ojos y ardo como un exvoto

en las profundas llamaradas de tu sexo.

En la calle sigue lloviendo en un invierno interminable.

Me bebería toda la lluvia y aún tendría más sed.

Pienso estas cosas que no me atrevo a confesarte,

mientras tú miras por la ventana

a una pareja que se besa en la puerta de un hotel.

 

 

 

Las sirenas del arroyo y los cardos son los títulos anteriores

socialismo científico

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DUODÉCIMO ASALTO

Socialismo científico

"Yo creo, cariño, - Balbuceó la meretriz mientras hacía sus labores, al pie de  una montaña de cajas azules y rojas de bebidas - que hay que dar a cada uno según sus necesidades, dentro de nuestras posibilidades, claro"

 

 

LA SOLEDAD

En el retrete vivía una mosca

que siempre que el viejo entraba

parecía ponerse contenta.

Nunca se movía de allí

aunque le dejara la ventana abierta.

Revoloteaba a su alrededor y se posaba en el espejo

mientras el viejo se afeitaba.

Convivieron juntos un tiempo, tranquilos,

sin necesidad de decirse nada para entenderse.

Luego, cuando llegó el frío, la mosca desapareció

dejando sólo unas cagadas de recuerdo.

Como desaparece todo en la vida,

con esa dolorosa fugacidad cósmica.

Como desaparece el amor, la belleza, la salud,

las moscas y hasta las secuoyas.

No fue el amor de su vida,

pero, aunque parezca absurdo,

durante unos días la echó un poco de menos.

 

 

 

HABITACIÓN 306

 

Dime, ¿a dónde vas ahora?

¿qué quieres que hagamos con todas las cosas que dejas aquí?

¿Hay una Ítaca al final de esa oscuridad que se bebe tu aliento,

o un mar infinito donde naufragará la pequeña vela de tu ser?

Está lloviendo tras la ventana,

y las ramas de los árboles contraen su frágil verdor

protegiendo heroicamente sus brotes.

Aparte de dolor ¿qué somos?

¿risas? ¿miedos? ¿lujuria? ¿humo de leños talados?

¿qué seremos, aparte de todo lo que no hemos sido?

 

 

la soledad

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LA SOLEDAD

En el retrete vivía una mosca

que siempre que el viejo entraba

parecía ponerse contenta.

Nunca se movía de allí

aunque le dejara la ventana abierta.

Revoloteaba a su alrededor y se posaba en el espejo

mientras el viejo se afeitaba.

Convivieron juntos un tiempo, tranquilos,

sin necesidad de decirse nada para entenderse.

Luego, cuando llegó el frío, la mosca desapareció

dejando sólo unas cagadas de recuerdo.

Como desaparece todo en la vida,

con esa dolorosa fugacidad cósmica.

Como desaparece el amor, la belleza, la salud,

las moscas y hasta las secuoyas.

No fue el amor de su vida,

pero, aunque parezca absurdo,

durante unos días la echó un poco de menos.

 

 

 

tus trucos

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Te mentiría si te dijera ahora

que ya no me sorprenden tus trucos.

Siempre tuviste magia a la hora del amor.

Pero son tan veloces tus manos

y tan obtusa la presbicia de mis años

que me cuesta seguir ilusionado

todos los números de tu función.

Hay más cosas en la vida

aparte de ese alegre conejo

que con una sonrisa insinuante sacas de la chistera.

Está la soledad, el fútbol, el miedo,

y a veces en el silencio,

el lejano canto de otras sirenas.

 

duodécimo asalto

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SEGUNDA PARTE

 

LOS CARDOS

Qué difícil resulta la inteligencia para quien no la practica nunca.

 

 

 

LA CHICA DE LA TARDE

 

Está cansada.

De las horas lentas y estériles,

del monótono llanto de la lluvia en la ventana.

La verdad es que en esta paupérrima casa de putas

todo rezuma cansancio.

Los techos sin lámparas, las paredes desconchadas,

las sirenas enlatadas, la ceniza en el lavabo.

Hasta las risas, que suenan a chatarra,

que nacen entre los dientes

y mueren entre los labios.

¿Quién pondría ahí ese arabesco de escayola

cubierto ahora de telarañas?

Se pregunta con esos ojos grandes

y esa gran ausencia en el pecho

que escancia en un cuaderno de los chinos

escondido celosamente debajo de la cama.

En la puerta hay una mora embozada

con un paquete en la mano,

ha venido desde muy lejos para ver a su hija.

¿Quién tendrá el valor de decirle

que murió de miseria el invierno pasado?

La tarde está muriendo de cansancio.

¡Por fin un cliente azorado asoma la calavera

desde el rellano! No hay que dejarlo escapar.

En la calle los barrenderos amontonan las hojas

bailando con la escoba un cansado vals.

 

 

 

 

 

LENGUAS MUERTAS

POCO a poco, ¡quién lo iba a decir!,

se me fue borrando su nombre.

Al principio se me escapaba,

como el grito de una amputación en carne viva,

en mitad de una frase, en medio de un sueño,

de un silencio, de una agonía.

Ahora digo su nombre y me suena muy lejano,

concebido por otro pensamiento,

escrito en otro idioma,

en alguna lengua muerta

que se descompone como la arenisca.

No puedo evitar sentirme, ¡qué tontería!,

como si hubiera traicionado algo,

unos votos que con el tiempo

fueron perdiendo su solemnidad,

no sé, como si hubiera abandonado mi cruz

en un recodo del camino.

Ahora el dolor ya es más corto,

y el silencio tan largo como el olvido.

 

 

CUENCA

Es una ciudad perdida y olvidada

tras los montes oscuros.

Donde la luna es un témpano

sobre los negros tejados,

donde las farolas tiemblan

como fanales de barcos a la deriva.

Nadie por las calles.

Muertas estrellas en el cielo.

Desde la sierra baja un viento frío

que hiela los huesos,

un viento helado

como las noches de los muertos,

un viento lúgubre

como mi vida sin ti.

 

 

LA PUTA DE ANTÓN MARTÍN

Recuerdo aquella puta de la calle Antón Martín.

¿Dónde descansarán ahora sus huesos?

Llevaba un parche en sus decrépitas nalgas

para dejar el vicio de fumar,

y recibía a los clientes como si fueran ropa arrugada

que había que planchar dignamente.

Vivía en un apartamento tan triste y lóbrego como ella.

Por lo menos no andaba por esas calles

como hojarasca que arrastra el viento.

A su marido lo atropelló un coche

cuando iba a comprar hielo a una gasolinera.

Ella entonces era joven y hermosa,

con un busto alto y unos labios carnosos.

Después la vida la atropelló tantas veces,

que las urracas acudían a su ventana

atraídas por el olor de la carroña.

 

 

 

LAS NOCHES DE SÍSIFO

Es el amor como querer tocar la luna,

como correr detrás del sol,

como buscar el final de un círculo.

Acabas tan cansado que parece que la tierra se traga tus pies,

tan solo que en tu cabeza reverbera el eco de tus pensamientos,

tan ensimismado como un ciprés nocturno

tras las tapias de un cementerio.

Y vuelves a intentarlo cada vez que su plenitud roza tu vacío.

Te conviertes en su sombra

y te va dejando atrás como la luz al sonido,

como el tiempo a la memoria,

como a los muertos los vivos.

Es viento entre las ramas que enmudece a tu paso,

agua que se evapora cuando te acercas sediento,

paloma que levanta el vuelo cuando extiendes la mano,

fuego que devora tus exvotos sentimientos.

Y así un día y otra noche, un año y otro año.

Una piedra cada vez más grande

al pie de una montaña cada vez más alta.

 

 

 

 

ESOS OLORES QUE SE PEGAN A LA PIEL

Cuando Carolina recibe a sus clientes en el desconchado rellano de la escalera, parece una azafata de una feria de muestras. Alta, sonriente, medias negras y un busto erguido bajo la blusa escotada de su uniforme azul.

Después, ya en la habitación, cuando se desnuda y se quita esos tacones de veinte centímetros, resulta que la cosa no es para tanto. Hasta los pechos se le caen un poco, derretidos por el diario amasamiento lascivo-mercantil.

Carolina es de Alaska. El destino la trajo a la calle Bolívar en el barrio de Legazpi del viejo Madrid, igual que un meteorito intergaláctico acaba semienterrado en el desierto del Gobi.

A pesar de proceder de Alaska, Carolina tiene un rostro de voluptuosidad tropical. Una boca grande y unos ojos que refulgen como las hojas de las acacias cuando el sol las ilumina en una mañana de rocío.

Carolina estuvo casada con un futbolista catalán. Era defensa central del Gerona, y cuando su equipo ascendió a segunda división, se lo creyó tanto el nota que se sintió impune y le puso los cuernos a su mujer con la mejor amiga de ésta. Carolina se enteró, y le dijo pausadamente al futbolista, mientras hacía las maletas con inquebrantable determinación.

-          Cuando un perro se come una mierda, las demás ya sólo las huele, tú, Josep, te has comido dos mierdas, podías haberte ido de putas y haber seguido siéndome fiel, pero no, tenías que ponerme los cuernos y encima con mi mejor amiga, así que ahí te quedas con tus cocacolas y tu parchís, en adelante quiero estar sola, pero qué tonto eres Josep, pronto te darás cuenta de la mujer de bandera que acabas de perder-

Carolina tiene veintisiete años, y una hija de nueve que se llama Sara y que está interna en un colegio evangelista. Sólo Dios sabe lo que saldrá de allí.

Cuando Carolina llega a su casa después de una dura jornada en el platanar, se ducha y se pone a ver la tele comiendo kikos. Desde su último cumpleaños, que fue en septiembre, no ha salido de fiesta. No fuma, no bebe, no se droga, como hace la mayoría de sus compañeras, es de una pureza martirológica y de una autodisciplina monacal. Lo único que hace es joder y comer, joder y dormir, dormir y joder, y de vez en cuando se da algún caprichito en las tiendas de Preciados. Le encanta la soledad.

En esto la metió una amiga cuando las cosas se le pusieron mal económicamente después de la separación. Eso son amigos y lo demás son tonterías.

Le cuenta estas cosas al cliente mientras le lava los atributos en el bidé. La luz del sol de febrero se derrama por la ventana entreabierta, meciendo amorosamente los roñosos visillos. Se enciende el horizonte sobre los pardos tejados, y el coro de sonidos matutinos llega con nitidez a través de una atmósfera etérea. Se enciende el horizonte sobre los pardos tejados, y el coro de sonidos matutinos llega abúlicamente y con nitidez a través de una atmósfera etérea. El aire ingrávido se va llenando del denso sabor de la savia madura. Un viento repentino levanta un remolino de polvo que zigzaguea entre los coches aparcados y sacude las ramas desnudas de los árboles cenicientos. Un reactor va trazando una línea láctea, rasgando el cielo envuelto en un halo de palidez"

El cliente se llama Paco el de la Ford. Se tiró diez años preso por apuñalar a un indio. Cuando salió de la trena el mundo le parecía un planeta extraño. No reconocía nada. Por ejemplo le sorprendió mucho que ya no hubiera cabinas de teléfonos, ni vedeoclubs, y a que a los carteros se les recibiera ahora como a enemigos públicos. Quiso recuperar su pasado, pero de su pasado sólo quedaba un solar vacío, calcinado y lleno de excrementos. No tenía presente, y su futuro era esa puerta tenebrosa de la vejez que empezaba a abrirse con un lúgubre quejido.

Regresó a la calle Bolívar en busca de su vieja amiga Ester.

La calle Bolívar estaba ahora llena de bares ecuatorianos, de música salsera, basura y cascotes por las aceras, ropa tendida en los patios interiores, y mulatos y mulatas bailando al sol en las ventanas. "Caldo de sal. Chicha" Anunciaban las pizarras de los lóbregos restaurantes.

Paco subió las oscuras escaleras y llamó a una puerta carcomida que parecía hecha de cartón mojado, con un mugriento cartel donde ponía: Medea. Olía a una miscelánea de sexo, sudor, crimen, orines y comida muy condimentada.

Le abrió una negra teñida de rubio platino.

-          ¿Ester?, no, mi amor, aquí no hay ninguna Ester, ¿es blanca o es morena?, ¿blanca?, yo antes también era blanca y me volví morena, a lo mejor se ha vuelto morena como yo, ¿y dices que tenía las tetas muy grandes?, ven, mi amor, entra y te presento a las chicas-

Paco el de la Ford es tartamudo y tiene tics en los ojos. No para de parpadear como un mochuelo y poner muecas grotescas como un mandril, mientras Carolina lo lava con sus mimosas manos pequeñas y morenas. Paco cree que le está dando un mareo, como cuando estuvo con aquella puta de las tetas gigantes, pero en realidad es el bidé que está suelto y bascula para arriba y para abajo como si fuera una barca del Retiro o más bien un toro mecánico. Para no caerse, Paco se agarra con fuerza a los redondeados hombros de la muchacha.

-          Al principio se me hizo muy duro,- sigue Carolina contándole su azarosa vida, mientras Paco el de la Ford trata de mantener el equilibrio como un ridículo caowoy en un rodeo de cucarachas- me daba vergüenza desnudarme delante de un desconocido, y luego están esos olores que se te incrustan en la piel y no hay forma de arrancártelos, sobre todo los negros, que huelen siempre a cebolla, cuidado, mi amor, no se vaya a volcar el bidé-

En la habitación contigua, una china con un quimono naranja está esperando pacientemente a que el cliente se quite toda la ropa. Es un viejecillo trémulo con seis o siete capas de ropa encima. Se le va a pasar el tiempo y no habrá acabado de desnudarse. Piensa la china con esa expresión hierática y neutra de figura de porcelana.

En la salita se oye cantar a una puta vieja: "Como soy una estanquera tengo el vicio de fumar, a una fiesta me colé y un purito me fumé..."

-          Tengo que operarme del codo- continúa Carolina con su monólogo lavandero- soy motera ¿sabes?, un domingo me tiró de la moto un borracho y ahora tenemos que ir a juicio, me quité la escayola a los tres días y al médico casi le da un ataque, pero es que en este sitio no se puede trabajar escayolada, es lo que tiene ser autónoma, que no puedes permitirte el lujo de ponerte enferma, oye, mi amor, ¿quieres que me tumbe o que me ponga a cuatro patas?-

En la pared, pintada de un rojo sangre seca y llena de manchas sospechosas, hay pegado un papel escrito a boli que dice: "Proivido tirar la zenisa en el vide"

Carolina se lame sus gruesos y repintados labios.

-          Tomé biberón hasta los nueve años, por eso mamo tan bien, bueno, por lo menos eso dicen- Presume con un mohín de orgullo en su prez suave.

Carolina se sujeta sobre el pelo sus falsas rayban, y cruzándose de piernas sentada en el borde de la cama, se rasca el codo derecho y se dispone a hacer lo que mejor sabe: sobrevivir.

De repente se va la luz y se oyen voces de negra al fondo de la casa.

-          Gracias, cariño, feliz día de los enamorados- Despide Carolina a su cliente en la puerta, retomando su papel de azafata de feria de muestras teratológicas.

 

 

 

 

EL MUNDO DE GABY

Son criaturas del infierno que se asoman por la mirilla

emitiendo chillidos de rata.

Algunas, antes de ser brujas,

fueron princesas aunque cueste creerlo,

otras, como Gaby, sueñan todavía con serlo.

Pululan como cucarachas por los rincones de la lujuria,

entre sábanas mugrientas,

gélidos calores y paredes sin ventanas.

Es tan poderosa la miseria que levanta estas catedrales

de cópulas mercenarias.

Mientras la gente pasa por la acera

del trabajo al amor, del amor al dolor

y del dolor a la nada.

 

 

EL FANTASMA

Como era Noche de Difuntos..., perdón, Noche de Halloween para que se nos entienda, se había disfrazado de fantasma. Con su larga capa negra, y el rostro como rebozado en harina bajo un negro antifaz, parecía una mezcla de batman y danzante maragato.

Había salido a la puerta del bar a echar un cigarro. Hacía mucho frío y la calle estaba desierta. Parecía uno de esos pueblos abandonados cuya carretera de acceso se va llenando de abrojos día tras día. El tiempo es una escoba que va barriendo la vida. Una bosa del Ahorramás y una publicidad de compro tu coche jugaban a pillarse. De vez en cuando sonaban petardos. Siempre que hay fiestas, aunque sean acontecimientos macabros, suenan petardos, no sé por qué, la gente es que es así. Los perros se asustaban. También la luna, que iluminaba las lápidas del cementerio próximo, tenía cara de susto.

En la esquina había una mujer esperando con la cabeza ladeada y encogida como una lechuza. De vez en cuando miraba la hora a la luz de una melancólica farola. Le habían dado plantón. Una tragedia más, silente y cotidiana. Pasó un matrimonio por la acera donde, en la puerta de una vieja librería, pedía una mendiga muy pálida y muy digna.

-¡Si es que pareces tonto, joder, siempre tienes que estar jodiendo la marrana!- Siseaba la esposa como una serpiente. El esposo, bobo y grandón, se limitaba a tirar del perrillo.

El fantasma se puso a fumar con fruición. En realidad estaba esperando a la camarera. La camarera estaba sirviendo la cena a un padre con sus dos hijos. Comían arroz con bogavante. Eran chatarreros, osea ricos. Los tres calvos, achaparrados y mugrientos. El padre se sentía gordo de satisfacción entre sus dos hijos. Peligroso sentimiento conociendo la gratuita crueldad del destino. Al padre se le cayó un mejillón y recogiéndolo del suelo fue a echárselo a la boca.

-          ¡Pero qué haces- le riñó con voz áspera uno de los hijos, arrebatándole el mejillón-  estás tonto o qué!-

El padre sonrió bobaliconamente. El padre era un obeso mórbido con los dedos llenos de anillos que maltrataba a la madre y la tenía anulada, los hijos lo maltrataban a él. La camarera miraba nerviosa hacia la puerta donde el fantasma estaba fumando.

Pascual Cantero Palomeque, alias Pirracas, era el terror de las camareras de Illescas, incluidas las de las luces rojas del polígono, el Leo y Helem, ninguna se le resistía, sobre todo las viejas que querían seguir pareciendo jóvenes, cuando la carne empieza a marchitarse, cuando los muslos se encojen y el culo y las tetas se caen con una flacidez pesada y triste. Una joven que ha sido hermosa quiere resultar hermosa siempre. No acepta que la belleza sea sólo un fantasma de juventud. Quien lo ha tenido todo no se resigna a no tener ya nada. Así que lucha como una gata herida contra ese depredador silencioso y despiadado que es el tiempo. Necesita seguir sintiéndose deseada, venerada, temida.

Pascual Cantero Palomeque, alias Pirracas, conocía la naturaleza femenina. Era un mujeriego incorregible. Esa sensación de vida que da el amor de una mujer, no la da ninguna otra cosa en el mundo, ni siquiera el fútbol. Parece que los sentidos adquieren una nueva dimensión, y contemplar cómo una gota de rocío se desliza por el suave pétalo de una flor, es un instante que contiene la eternidad, que justifica toda una injustificable vida.

Pirracas había vivido muchos momentos así, pero se estaba haciendo viejo, y a sus cincuenta y ocho años empezaba a resquebrajarse como la hoja amarillenta de un incunable, le asaltaba el cansancio, las dudas, el escepticismo, e incluso la culpa. Aunque en el fondo nadie es culpable, cada uno es elegido por un destino inexorable, como fichas de dominó en absurdas y equivocadas secuencias.

Una noche, cuando iba o venía del bar, no recuerdo ese detalle, se encontró a su hija por la calle, y ésta, mirándolo de arriba abajo después de tantos años, lo llamó cobarde. Él no reaccionó. Veía en su hija un halo medroso y desesperado, como si la persiguiera una jauría de perros. Seguía siendo aquella niña sensible y vulnerable que volvía llorando a casa porque la acosaban en el colegio. Una vez, en los skouts, estaba esperando su turno frente a la puerta del baño, cuando una pandilla de asquerosas imbéciles se le colaron riendo como hienas.

-          Tú te esperas- La empujó una de ellas, que era bizca, patizamba y con los dientes prominentes y deformes.

La camarera salió por fin a la puerta del bar. Pirracas dio una honda calada al cigarrillo y tosió y carraspeó un poco.

-          Hola Ainoa, guapísima- La saludó con su voz dura y a la vez tierna, voz de doblador de galanes americanos. Al fantasma le olía el aliento a queso de cabra. A ella no le importó ese detalle.

La camarera, cuya cara parecía un globo medio desinflado, rio tontamente con su boca marchita.

A la camarera se le había matado con el coche una hija de veintidós años que estaba embarazada. De esto hacía ya casi trece años. Entonces la camarera estaba trabajando en el almacén de una editorial de libros. Cuando se lo dijeron, se quedó paralizada como una liebre, y acto seguido continuó apilando cajas, con una nube de locura en los ojos, una nube de locura que ya la acompañó siempre por el precipicio de su existencia. La separación, el alcoholismo, la indiferencia al dolor, las relaciones trágicas, un suicidio en pacientes dosis diarias.

Con Pirracas era distinto, junto a él volvía a sentir algo que parecía ya muerto desde hacía casi trece años. Un calor tan cerca del corazón que volvía a encender sus latidos. 

El fantasma le ofreció un cigarrillo. La camarera miró al fantasma con los ojos chisporroteando como pedernales. Se puso el cigarrillo en los labios, y Pascual Cantero Palomeque, alias Pirracas, el rondador de bares, el reparador de máquinas cortacésped, el consolador de viudas, malcasadas y princesas destronadas, se lo encendió mirándola fijamente a los ojos, con su antifaz de fantasma y esa mueca dura e irresistible de galán en plano medio americano.

 

 

 

RAQUEL

Es una mujer muy grande

en una habitación muy pequeña.

Posa de diva altiva

en el cuadro de las tres gracias,

con su duro mentón, su nariz respingona,

el cabello sobre la cara y sus ojos guaraníes.

Su sangre india se enciende

en el fragor de la orgía,

a medida que el sol de la mañana

vivifica su carne y su juventud.

La diva sonríe con su belleza enrojecida,

mientras las ratas de la sordidez se ocultan

tras las angostas paredes

que rezuman sexo y olvido.

 

 

 

ABRAZOS DE FANTASMAS

Así son ellas, maestras en abrazos

y en otras muchas cosas.

Abrazos de falso almizcle

como las películas del criogenizado aquel.

Abrazos ausentes como un atardecer de lluvia,

casi traslúcidos como abrazos de fantasmas,

tibios abrazos como los últimos rescoldos de un hogar,

abrazos suavemente crueles

como la limosna de un rico,

abrazos balsámicos como un beso en la frente.

Y al final es siempre un vacío abrazando a otro vacío,

y en medio del vacío la distancia más larga

entre un vacío y otro.

Mientras la vida se derrumba

y el amor busca su curso como un antiguo río,

ellas prodigan sus abrazos,

casi sin ánimo de lucro

como un monte de piedad.

 

 

LA RIÑA

Gregorio Lara, alias Capachuchos, no tenía muchos amigos en el pueblo. La verdad es que en Villanueva de San Roque o caías bien o caías mal. No había término medio. Gregorio Lara llegó al pueblo después de que su mujer y sus hijas lo expulsaran del clan. Anduvo un tiempo perdido hasta que finalmente se instaló en Villanueva de San Roque. Como iba a lo suyo, los vecinos lo miraban con recelo. Un día se presentó en el bar Los Tres Quintos, con un sombrero de paja calado hasta los ojos y con torpes andares de pistolero, acompañado por una negra con una minifalda llena de agujeros en las nalgas. A partir de entonces todo el mundo dejó de hablarle. Cuando iba al bar a tomarse una caña, el camarero no le ponía pincho (a los del pueblo les ponía dos), y el único vecino que antes hablaba con él, generalmente del tiempo o de fútbol, también le retiró el saludo. Se trataba de un gordo con los pantalones pesqueros que olía a liebre desollada, siempre con un lápiz en la oreja, no para escribir porque escribir casi no sabía, sino por si acaso tenía que medir algo haciendo una raya en la pared, y que como era tan cotilla no podía evitar pegar la geta en las ventanas cuando deambulaba ocioso por ahí.

Así que Gregorio Lara acabó canturreando solo por las calles.

Villanueva de San Roque era un pueblo peculiar. De escasa cultura, eso sí. Una vez los municipales detuvieron a un sospechoso porque estaba leyendo en el parque, pero no lecturas como dios manda, Zafón, Reverte, o la Belén Esteban esa, no, sino una antología de teatro clásico del Siglo de Oro, ¡qué escándalo! ¡qué indecencia!. Un pueblo de paupérrima cultura, como decíamos, pero de mozos sanos y recios. Los quintos del cincuenta y ocho subieron a pulso un carro a la torre de la iglesia, por hacer una gracia a las mozas que andaban buscando el amor cogidas del brazo.

Todo esto yo creo que es sólo una manera de intentar justificar lo injustificable, pues no existe excusa alguna para el comportamiento border line que Gregorio tuvo en los terribles acontecimientos de aquella fatídica mañana de Agosto.

Tal vez fue el calor que hacía ese día, quién sabe. El caso es que estaba metiéndose en su viejo Opel corsa, rotulado con el lema "La bolsa mágica" (Gregorio era comercial de bolsas de plástico), cerca del Puente de Palo, cuando de repente un perrito sarnoso de color mierda llamado Urco, los apellidos los desconocemos al día de hoy, seguramente el perro también, apareció corriendo por el pasadizo donde está la imprenta Moderna y el estanco, y se puso a ladrarle como un loco.

-¡Guau guau guau guau guau...!-

abrazos de fantasmas

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ABRAZOS DE FANTASMAS

Así son ellas, maestras en abrazos

y en otras muchas cosas.

Abrazos de falso almizcle

como las películas del criogenizado aquel.

Abrazos ausentes como un atardecer de lluvia,

casi traslúcidos como abrazos de fantasmas,

tibios abrazos como los últimos rescoldos de un hogar,

abrazos suavemente crueles

como la limosna de un rico,

abrazos balsámicos como un beso en la frente.

Y al final es siempre un vacío abrazando a otro vacío,

y en medio del vacío la distancia más larga

entre un vacío y otro.

Mientras la vida se derrumba

y el amor busca su curso como un antiguo río,

ellas prodigan sus abrazos,

casi sin ánimo de lucro

como un monte de piedad.

 

 

 

LOS CARDOS

Qué difícil resulta la inteligencia para quien no la practica nunca.

 

LA CHICA DE LA TARDE

 

Está cansada.

De las horas lentas y estériles,

del monótono llanto de la lluvia en la ventana.

La verdad es que en esta paupérrima casa de putas

todo rezuma cansancio.

Los techos sin lámparas, las paredes desconchadas,

las sirenas enlatadas, la ceniza en el lavabo.

Hasta las risas, que suenan a chatarra,

que nacen entre los dientes

y mueren entre los labios.

¿Quién pondría ahí ese arabesco de escayola

cubierto ahora de telarañas?

Se pregunta con esos ojos grandes

y esa gran ausencia en el pecho

que escancia en un cuaderno de los chinos

escondido celosamente debajo de la cama.

En la puerta hay una mora embozada

con un paquete en la mano,

ha venido desde muy lejos para ver a su hija.

¿Quién tendrá el valor de decirle

que murió de miseria el invierno pasado?

La tarde está muriendo de cansancio.

¡Por fin un cliente azorado asoma la calavera

desde el rellano! No hay que dejarlo escapar.

En la calle los barrenderos amontonan las hojas

bailando con la escoba un cansado vals.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LENGUAS MUERTAS

POCO a poco, ¡quién lo iba a decir!,

se me fue borrando su nombre.

Al principio se me escapaba,

como el grito de una amputación en carne viva,

en mitad de una frase, en medio de un sueño,

de un silencio, de una agonía.

Ahora digo su nombre y me suena muy lejano,

concebido por otro pensamiento,

escrito en otro idioma,

en alguna lengua muerta

que se descompone como la arenisca.

No puedo evitar sentirme, ¡qué tontería!,

como si hubiera traicionado algo,

unos votos que con el tiempo

fueron perdiendo su solemnidad,

no sé, como si hubiera abandonado mi cruz

en un recodo del camino.

Ahora el dolor ya es más corto,

y el silencio tan largo como el olvido.

 

 

 

CUENCA

Es una ciudad perdida y olvidada

tras los montes oscuros.

Donde la luna es un témpano

sobre los negros tejados,

donde las farolas tiemblan

como fanales de barcos a la deriva.

Nadie por las calles.

Muertas estrellas en el cielo.

Desde la sierra baja un viento frío

que hiela los huesos,

un viento helado

como las noches de los muertos,

un viento lúgubre

como mi vida sin ti.

 

 

LA PUTA DE ANTÓN MARTÍN

Recuerdo aquella puta de la calle Antón Martín.

¿Dónde descansarán ahora sus huesos?

Llevaba un parche en sus decrépitas nalgas

para dejar el vicio de fumar,

y recibía a los clientes como si fueran ropa arrugada

que había que planchar dignamente.

Vivía en un apartamento tan triste y lóbrego como ella.

Por lo menos no andaba por esas calles

como hojarasca que arrastra el viento.

A su marido lo atropelló un coche

cuando iba a comprar hielo a una gasolinera.

Ella entonces era joven y hermosa,

con un busto alto y unos labios carnosos.

Después la vida la atropelló tantas veces,

que las urracas acudían a su ventana

atraídas por el olor de la carroña.

 

 

 

LAS NOCHES DE SÍSIFO

Es el amor como querer tocar la luna,

como correr detrás del sol,

como buscar el final de un círculo.

Acabas tan cansado que parece que la tierra se traga tus pies,

tan solo que en tu cabeza reverbera el eco de tus pensamientos,

tan ensimismado como un ciprés nocturno

tras las tapias de un cementerio.

Y vuelves a intentarlo cada vez que su plenitud roza tu vacío.

Te conviertes en su sombra

y te va dejando atrás como la luz al sonido,

como el tiempo a la memoria,

como a los muertos los vivos.

Es viento entre las ramas que enmudece a tu paso,

agua que se evapora cuando te acercas sediento,

paloma que levanta el vuelo cuando extiendes la mano,

fuego que devora tus exvotos sentimientos.

Y así un día y otra noche, un año y otro año.

Una piedra cada vez más grande

al pie de una montaña cada vez más alta.

 

 

 

 

ESOS OLORES QUE SE PEGAN A LA PIEL

Cuando Carolina recibe a sus clientes en el desconchado rellano de la escalera, parece una azafata de una feria de muestras. Alta, sonriente, medias negras y un busto erguido bajo la blusa escotada de su uniforme azul.

Después, ya en la habitación, cuando se desnuda y se quita esos tacones de veinte centímetros, resulta que la cosa no es para tanto. Hasta los pechos se le caen un poco, derretidos por el diario amasamiento lascivo-mercantil.

Carolina es de Alaska. El destino la trajo a la calle Bolívar en el barrio de Legazpi del viejo Madrid, igual que un meteorito intergaláctico acaba semienterrado en el desierto del Gobi.

A pesar de proceder de Alaska, Carolina tiene un rostro de voluptuosidad tropical. Una boca grande y unos ojos que refulgen como las hojas de las acacias cuando el sol las ilumina en una mañana de rocío.

Carolina estuvo casada con un futbolista catalán. Era defensa central del Gerona, y cuando su equipo ascendió a segunda división, se lo creyó tanto el nota que se sintió impune y le puso los cuernos a su mujer con la mejor amiga de ésta. Carolina se enteró, y le dijo pausadamente al futbolista, mientras hacía las maletas con inquebrantable determinación.

-         Cuando un perro se come una mierda, las demás ya sólo las huele, tú, Josep, te has comido dos mierdas, podías haberte ido de putas y haber seguido siéndome fiel, pero no, tenías que ponerme los cuernos y encima con mi mejor amiga, así que ahí te quedas con tus cocacolas y tu parchís, en adelante quiero estar sola, pero qué tonto eres Josep, pronto te darás cuenta de la mujer de bandera que acabas de perder-

Carolina tiene veintisiete años, y una hija de nueve que se llama Sara y que está interna en un colegio evangelista. Sólo Dios sabe lo que saldrá de allí.

Cuando Carolina llega a su casa después de una dura jornada en el platanar, se ducha y se pone a ver la tele comiendo kikos. Desde su último cumpleaños, que fue en septiembre, no ha salido de fiesta. No fuma, no bebe, no se droga, como hace la mayoría de sus compañeras, es de una pureza martirológica y de una autodisciplina monacal. Lo único que hace es joder y comer, joder y dormir, dormir y joder, y de vez en cuando se da algún caprichito en las tiendas de Preciados. Le encanta la soledad.

En esto la metió una amiga cuando las cosas se le pusieron mal económicamente después de la separación. Eso son amigos y lo demás son tonterías.

Le cuenta estas cosas al cliente mientras le lava los atributos en el bidé. La luz del sol de febrero se derrama por la ventana entreabierta, meciendo amorosamente los roñosos visillos.

El cliente se llama Paco el de la Ford. Se tiró diez años preso por apuñalar a un indio. Cuando salió de la trena el mundo le parecía un planeta extraño. No reconocía nada. Por ejemplo le sorprendió mucho que ya no hubiera cabinas de teléfonos. Quiso recuperar su pasado, pero de su pasado sólo quedaba un solar vacío, calcinado y lleno de excrementos. No tenía presente, y su futuro era esa puerta tenebrosa de la vejez que empezaba a abrirse con un lúgubre quejido.

Regresó a la calle Bolívar en busca de su vieja amiga Ester.

La calle Bolívar estaba ahora llena de bares ecuatorianos, de música salsera, basura y cascotes por las aceras, ropa tendida en los patios interiores, y mulatos y mulatas bailando al sol en las ventanas. "Caldo de sal. Chicha" Anunciaban las pizarras de los lóbregos restaurantes.

Paco subió las oscuras escaleras y llamó a una puerta carcomida que parecía hecha de cartón mojado, con un mugriento cartel donde ponía: Medea. Olía a una miscelánea de sexo, sudor, crimen, orines y comida muy condimentada.

Le abrió una negra teñida de rubio platino.

-         ¿Ester?, no, mi amor, aquí no hay ninguna Ester, ¿es blanca o es morena?, ¿blanca?, yo antes también era blanca y me volví morena, a lo mejor se ha vuelto morena como yo, ¿tenía las tetas muy grandes?, ven, mi amor, entra y te presento a las chicas-

Paco el de la Ford es tartamudo y tiene tics en los ojos. No para de parpadear como un mochuelo y poner muecas grotescas como un babuino, mientras Carolina lo lava con sus mimosas manos pequeñas y morenas. Paco cree que le está dando un mareo, como cuando estuvo con aquella puta de las tetas gigantes, pero en realidad es el bidé que está suelto y bascula para arriba y para abajo como si fuera una barca del Retiro o más bien un toro mecánico. Para no caerse, Paco se agarra con fuerza a los redondeados hombros de la muchacha.

-         Al principio se me hizo muy duro,- sigue Carolina contándole su azarosa vida, mientras Paco el de la Ford trata de mantener el equilibrio como un ridículo caowoy en un rodeo de cucarachas- me daba vergüenza desnudarme delante de un desconocido, y luego están esos olores que se te incrustan en la piel y no hay forma de arrancártelos, sobre todo los negros, que huelen siempre a cebolla, cuidado, mi amor, no se vaya a volcar el bidé-

En la habitación contigua, una china con un quimono naranja está esperando pacientemente a que el cliente se quite toda la ropa. Es un viejecillo trémulo con seis o siete capas de ropa encima. Se le va a pasar el tiempo y no habrá acabado de desnudarse. Piensa la china con esa expresión hierática y neutra de figura de porcelana.

En la salita se oye cantar a una puta vieja: "Como soy una estanquera tengo el vicio de fumar..."

-         Tengo que operarme del codo- continúa Carolina con su monólogo lavandero- soy motera ¿sabes?, un domingo me tiró de la moto un borracho y ahora tenemos que ir a juicio, me quité la escayola a los tres días y al médico casi le da un ataque, pero es que en este sitio no se puede trabajar escayolada, es lo que tiene ser autónoma, que no puedes permitirte el lujo de ponerte enferma, oye, mi amor, ¿quieres que me tumbe o que me ponga a cuatro patas?-

En la pared, pintada de un rojo sangre seca y llena de manchas sospechosas, hay pegado un papel escrito a boli que dice: "Proivido tirar la zenisa en el vide"

Carolina se lame sus gruesos y repintados labios.

-         Tomé biberón hasta los nueve años, por eso mamo tan bien, bueno, por lo menos eso dicen de mí- Presume con un mohín de orgullo en su prez suave.

Carolina se sujeta sobre el pelo sus falsas rayban, y cruzándose de piernas sentada en el borde de la cama, se rasca el codo derecho y se dispone a hacer lo que mejor sabe: sobrevivir.

De repente se va la luz y se oyen voces de negra al fondo de la casa.

-         Gracias, cariño, feliz día de los enamorados- Despide Carolina a su cliente en la puerta, retomando su papel de azafata de feria de muestras teratológicas.

 

 

 

 

 

 

EL MUNDO DE GABY

Son criaturas del infierno que se asoman por la mirilla

emitiendo chillidos de rata.

Algunas, antes de ser brujas,

fueron princesas aunque cueste creerlo,

otras, como Gaby, sueñan todavía con serlo.

Pululan como cucarachas por los rincones de la lujuria,

entre sábanas mugrientas,

gélidos calores y paredes sin ventanas.

Es tan poderosa la miseria que levanta estas catedrales

de cópulas mercenarias.

Mientras la gente pasa por la acera

del trabajo al amor, del amor al dolor

y del dolor a la nada.

 

 

EL FANTASMA

Como era Noche de Difuntos..., perdón, Noche de Halloween para que se nos entienda, se había disfrazado de fantasma. Con su larga capa negra, y el rostro como rebozado en harina bajo un negro antifaz, parecía una mezcla de batman y danzante maragato.

Había salido a la puerta del bar a echar un cigarro. Hacía mucho frío y la calle estaba desierta. Parecía uno de esos pueblos abandonados cuya carretera de acceso se va llenando de abrojos día tras día. De vez en cuando sonaban petardos. Siempre que hay fiestas, aunque sean acontecimientos macabros, suenan petardos, no sé por qué, la gente es que es así. Los perros se asustaban. También la luna, que iluminaba las lápidas del cementerio próximo, tenía cara de susto.

El fantasma se puso a fumar con fruición. En realidad estaba esperando a la camarera. La camarera estaba sirviendo la cena a un padre con sus dos hijos. Comían arroz con bogavante. Eran chatarreros, osea ricos. Los tres calvos, achaparrados y mugrientos. El padre se sentía gordo de satisfacción entre sus dos hijos. Peligroso sentimiento conociendo la gratuita crueldad del destino. Al padre se le cayó un mejillón y recogiéndolo del suelo fue a echárselo a la boca.

-         ¡Pero qué haces- le riñó con voz áspera uno de los hijos, arrebatándole el mejillón-  estás tonto o qué!-

El padre sonrió bobaliconamente. La camarera miraba nerviosa hacia la puerta donde el fantasma estaba fumando.

Pascual Cantero Palomeque, alias Pirracas, era el terror de las camareras de Illescas, incluidas las de las luces rojas del polígono, el Leo y Helem, ninguna se le resistía, sobre todo las viejas que querían seguir pareciendo jóvenes, cuando la carne empieza a marchitarse, cuando los muslos se encojen y el culo y las tetas se caen con una flacidez pesada y triste. Una joven que ha sido hermosa quiere resultar hermosa siempre. No acepta que la belleza sea sólo un fantasma de juventud. Quien lo ha tenido todo no se resigna a no tener ya nada. Así que lucha como una gata herida contra ese depredador silencioso y despiadado que es el tiempo. Necesita seguir sintiéndose deseada, venerada, temida.

Pascual Cantero Palomeque, alias Pirracas, conocía la naturaleza femenina. Era un mujeriego incorregible. Esa sensación de vida que da el amor de una mujer, no la da ninguna otra cosa en el mundo, ni siquiera el fútbol. Parece que los sentidos adquieren una nueva dimensión, y contemplar cómo una gota de rocío se desliza por el suave pétalo de una flor, es un instante que contiene la eternidad, que justifica toda una injustificable vida.

Pirracas había vivido muchos momentos así, pero se estaba haciendo viejo, y a sus cincuenta y ocho años empezaba a resquebrajarse como la hoja amarillenta de un incunable, le asaltaba el cansancio, las dudas, el escepticismo, e incluso la culpa. Aunque en el fondo nadie es culpable, cada uno es elegido por un destino inexorable, como fichas de dominó en absurdas y equivocadas secuencias.

Una noche, cuando iba o venía del bar, no recuerdo ese detalle, se encontró a su hija por la calle, y ésta, mirándolo de arriba abajo después de tantos años, lo llamó cobarde. Él no reaccionó. Veía en su hija un halo medroso y desesperado, como si la persiguiera una jauría de perros. Seguía siendo aquella niña sensible y vulnerable que volvía llorando a casa porque la acosaban en el colegio. Una vez, en los skouts, estaba esperando su turno frente a la puerta del baño, cuando una pandilla de asquerosas imbéciles se le colaron riendo como hienas.

-         Tú te esperas- La empujó una de ellas, que era bizca, patizamba y con los dientes prominentes y deformes.

La camarera salió por fin a la puerta del bar. Pirracas dio una honda calada al cigarrillo y tosió y carraspeó un poco.

-         Hola Ainoa, guapísima- La saludó con su voz dura y a la vez tierna, voz de doblador de galanes americanos.

La camarera, cuya cara parecía un globo medio desinflado, rio tontamente con su boca marchita.

A la camarera se le había matado con el coche una hija de veintidós años que estaba embarazada. De esto hacía ya casi trece años. Entonces la camarera estaba trabajando en el almacén de una editorial de libros. Cuando se lo dijeron, se quedó paralizada como una liebre, y acto seguido continuó apilando cajas, con una nube de locura en los ojos, una nube de locura que ya la acompañó siempre por el precipicio de su existencia. La separación, el alcoholismo, la indiferencia al dolor, las relaciones trágicas, un suicidio en pacientes dosis diarias.

Con Pirracas era distinto, junto a él volvía a sentir algo que parecía ya muerto desde hacía casi trece años.

El fantasma le ofreció un cigarrillo. La camarera miró al fantasma con los ojos chisporroteando como pedernales. Se puso el cigarrillo en los labios, y Pascual Cantero Palomeque, alias Pirracas, el rondador de bares, el reparador de máquinas cortacésped, el consolador de viudas, malcasadas y princesas destronadas, se lo encendió mirándola fijamente a los ojos, con su antifaz de fantasma y esa mueca dura e irresistible de galán en plano medio americano.

 

 

 

RAQUEL

Es una mujer muy grande

en una habitación muy pequeña.

Posa de diva altiva

en el cuadro de las tres gracias,

con su duro mentón, su nariz respingona,

el cabello sobre la cara y sus ojos guaraníes.

Su sangre india se enciende

en el fragor de la orgía,

a medida que el sol de la mañana

vivifica su carne y su juventud.

La diva sonríe con su belleza enrojecida,

mientras las ratas de la sordidez se ocultan

tras las angostas paredes

que rezuman sexo y olvido.

 

 

el mundo de Gaby

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LOS CARDOS

 

 

LA CHICA DE LA TARDE

 

Está cansada.

De las horas lentas y estériles,

del monótono llanto de la lluvia en la ventana.

La verdad es que en esta paupérrima casa de putas

todo rezuma cansancio.

Los techos sin lámparas, las paredes desconchadas,

las sirenas enlatadas, la ceniza en el lavabo.

Hasta las risas, que suenan a chatarra,

que nacen entre los dientes

y mueren entre los labios.

¿Quién pondría ahí ese arabesco de escayola

cubierto ahora de telarañas?

Se pregunta con esos ojos grandes

y esa gran ausencia en el pecho

que escancia en un cuaderno de los chinos

escondido celosamente debajo de la cama.

En la puerta hay una mora embozada

con un paquete en la mano,

ha venido desde muy lejos para ver a su hija.

¿Quién tendrá el valor de decirle

que murió de miseria el invierno pasado?

La tarde está muriendo de cansancio.

¡Por fin un cliente azorado asoma la calavera

desde el rellano! No hay que dejarlo escapar.

En la calle los barrenderos amontonan las hojas

bailando con la escoba un cansado vals.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LENGUAS MUERTAS

POCO a poco, ¡quién lo iba a decir!,

se me fue borrando su nombre.

Al principio se me escapaba,

como el grito de una amputación en carne viva,

en mitad de una frase, en medio de un sueño,

de un silencio, de una agonía.

Ahora digo su nombre y me suena muy lejano,

concebido por otro pensamiento,

escrito en otro idioma,

en alguna lengua muerta

que se descompone como la arenisca.

No puedo evitar sentirme, ¡qué tontería!,

como si hubiera traicionado algo,

unos votos que con el tiempo

fueron perdiendo su solemnidad,

no sé, como si hubiera abandonado mi cruz

en un recodo del camino.

Ahora el dolor ya es más corto,

y el silencio tan largo como el olvido.

 

 

 

CUENCA

Es una ciudad perdida y olvidada

tras los montes oscuros.

Donde la luna es un témpano

sobre los negros tejados,

donde las farolas tiemblan

como fanales de barcos a la deriva.

Nadie por las calles.

Muertas estrellas en el cielo.

Desde la sierra baja un viento frío

que hiela los huesos,

un viento helado

como las noches de los muertos,

un viento lúgubre

como mi vida sin ti.

 

 

LA PUTA DE ANTÓN MARTÍN

Recuerdo aquella puta de la calle Antón Martín.

¿Dónde descansarán ahora sus huesos?

Llevaba un parche en sus decrépitas nalgas

para dejar el vicio de fumar,

y recibía a los clientes como si fueran ropa arrugada

que había que planchar dignamente.

Vivía en un apartamento tan triste y lóbrego como ella.

Por lo menos no andaba por esas calles

como hojarasca que arrastra el viento.

A su marido lo atropelló un coche

cuando iba a comprar hielo a una gasolinera.

Ella entonces era joven y hermosa,

con un busto alto y unos labios carnosos.

Después la vida la atropelló tantas veces,

que las urracas acudían a su ventana

atraídas por el olor de la carroña.

 

 

 

LAS NOCHES DE SÍSIFO

Es el amor como querer tocar la luna,

como correr detrás del sol,

como buscar el final de un círculo.

Acabas tan cansado que parece que la tierra se traga tus pies,

tan solo que en tu cabeza reverbera el eco de tus pensamientos,

tan ensimismado como un ciprés nocturno

tras las tapias de un cementerio.

Y vuelves a intentarlo cada vez que su plenitud roza tu vacío.

Te conviertes en su sombra

y te va dejando atrás como la luz al sonido,

como el tiempo a la memoria,

como a los muertos los vivos.

Es viento entre las ramas que enmudece a tu paso,

agua que se evapora cuando te acercas sediento,

paloma que levanta el vuelo cuando extiendes la mano,

fuego que devora tus exvotos sentimientos.

Y así un día y otra noche, un año y otro año.

Una piedra cada vez más grande

al pie de una montaña cada vez más alta.

 

 

 

 

ESOS OLORES QUE SE PEGAN A LA PIEL

Cuando Carolina recibe a sus clientes en el desconchado rellano de la escalera, parece una azafata de una feria de muestras. Alta, sonriente, medias negras y un busto erguido bajo la blusa escotada de su uniforme azul.

Después, ya en la habitación, cuando se desnuda y se quita esos tacones de veinte centímetros, resulta que la cosa no es para tanto. Hasta los pechos se le caen un poco, derretidos por el diario amasamiento lascivo-mercantil.

Carolina es de Alaska. El destino la trajo a la calle Bolívar en el barrio de Legazpi del viejo Madrid, igual que un meteorito intergaláctico acaba semienterrado en el desierto del Gobi.

A pesar de proceder de Alaska, Carolina tiene un rostro de voluptuosidad tropical. Una boca grande y unos ojos que refulgen como las hojas de las acacias cuando el sol las ilumina en una mañana de rocío.

Carolina estuvo casada con un futbolista catalán. Era defensa central del Gerona, y cuando su equipo ascendió a segunda división, se lo creyó tanto el nota que se sintió impune y le puso los cuernos a su mujer con la mejor amiga de ésta. Carolina se enteró, y le dijo pausadamente al futbolista, mientras hacía las maletas con inquebrantable determinación.

-         Cuando un perro se come una mierda, las demás ya sólo las huele, tú, Josep, te has comido dos mierdas, podías haberte ido de putas y haber seguido siéndome fiel, pero no, tenías que ponerme los cuernos y encima con mi mejor amiga, así que ahí te quedas con tus cocacolas y tu parchís, en adelante quiero estar sola, pero qué tonto eres Josep, pronto te darás cuenta de la mujer de bandera que acabas de perder-

Carolina tiene veintisiete años, y una hija de nueve que se llama Sara y que está interna en un colegio evangelista. Sólo Dios sabe lo que saldrá de allí.

Cuando Carolina llega a su casa después de una dura jornada en el platanar, se ducha y se pone a ver la tele comiendo kikos. Desde su último cumpleaños, que fue en septiembre, no ha salido de fiesta. No fuma, no bebe, no se droga, como hace la mayoría de sus compañeras, es de una pureza martirológica y de una autodisciplina monacal. Lo único que hace es joder y comer, joder y dormir, dormir y joder, y de vez en cuando se da algún caprichito en las tiendas de Preciados. Le encanta la soledad.

En esto la metió una amiga cuando las cosas se le pusieron mal económicamente después de la separación. Eso son amigos y lo demás son tonterías.

Le cuenta estas cosas al cliente mientras le lava los atributos en el bidé. La luz del sol de febrero se derrama por la ventana entreabierta, meciendo amorosamente los roñosos visillos.

El cliente se llama Paco el de la Ford. Se tiró diez años preso por apuñalar a un indio. Cuando salió de la trena el mundo le parecía un planeta extraño. No reconocía nada. Por ejemplo le sorprendió mucho que ya no hubiera cabinas de teléfonos. Quiso recuperar su pasado, pero de su pasado sólo quedaba un solar vacío, calcinado y lleno de excrementos. No tenía presente, y su futuro era esa puerta tenebrosa de la vejez que empezaba a abrirse con un lúgubre quejido.

Regresó a la calle Bolívar en busca de su vieja amiga Ester.

La calle Bolívar estaba ahora llena de bares ecuatorianos, de música salsera, basura y cascotes por las aceras, ropa tendida en los patios interiores, y mulatos y mulatas bailando al sol en las ventanas. "Caldo de sal. Chicha" Anunciaban las pizarras de los lóbregos restaurantes.

Paco subió las oscuras escaleras y llamó a una puerta carcomida que parecía hecha de cartón mojado, con un mugriento cartel donde ponía: Medea. Olía a una miscelánea de sexo, sudor, crimen, orines y comida muy condimentada.

Le abrió una negra teñida de rubio platino.

-         ¿Ester?, no, mi amor, aquí no hay ninguna Ester, ¿es blanca o es morena?, ¿blanca?, yo antes también era blanca y me volví morena, a lo mejor se ha vuelto morena como yo, ¿tenía las tetas muy grandes?, ven, mi amor, entra y te presento a las chicas-

Paco el de la Ford es tartamudo y tiene tics en los ojos. No para de parpadear como un mochuelo y poner muecas grotescas como un babuino, mientras Carolina lo lava con sus mimosas manos pequeñas y morenas. Paco cree que le está dando un mareo, como cuando estuvo con aquella puta de las tetas gigantes, pero en realidad es el bidé que está suelto y bascula para arriba y para abajo como si fuera una barca del Retiro o más bien un toro mecánico. Para no caerse, Paco se agarra con fuerza a los redondeados hombros de la muchacha.

-         Al principio se me hizo muy duro,- sigue Carolina contándole su azarosa vida, mientras Paco el de la Ford trata de mantener el equilibrio como un ridículo caowoy en un rodeo de cucarachas- me daba vergüenza desnudarme delante de un desconocido, y luego están esos olores que se te incrustan en la piel y no hay forma de arrancártelos, sobre todo los negros, que huelen siempre a cebolla, cuidado, mi amor, no se vaya a volcar el bidé-

En la habitación contigua, una china con un quimono naranja está esperando pacientemente a que el cliente se quite toda la ropa. Es un viejecillo trémulo con seis o siete capas de ropa encima. Se le va a pasar el tiempo y no habrá acabado de desnudarse. Piensa la china con esa expresión hierática y neutra de figura de porcelana.

En la salita se oye cantar a una puta vieja: "Como soy una estanquera tengo el vicio de fumar..."

-         Tengo que operarme del codo- continúa Carolina con su monólogo lavandero- soy motera ¿sabes?, un domingo me tiró de la moto un borracho y ahora tenemos que ir a juicio, me quité la escayola a los tres días y al médico casi le da un ataque, pero es que en este sitio no se puede trabajar escayolada, es lo que tiene ser autónoma, que no puedes permitirte el lujo de ponerte enferma, oye, mi amor, ¿quieres que me tumbe o que me ponga a cuatro patas?-

En la pared, pintada de un rojo sangre seca y llena de manchas sospechosas, hay pegado un papel escrito a boli que dice: "Proivido tirar la zenisa en el vide"

Carolina se lame sus gruesos y repintados labios.

-         Tomé biberón hasta los nueve años, por eso mamo tan bien, bueno, por lo menos eso dicen de mí- Presume con un mohín de orgullo en su prez suave.

Carolina se sujeta sobre el pelo sus falsas rayban, y cruzándose de piernas sentada en el borde de la cama, se rasca el codo derecho y se dispone a hacer lo que mejor sabe: sobrevivir.

De repente se va la luz y se oyen voces de negra al fondo de la casa.

-         Gracias, cariño, feliz día de los enamorados- Despide Carolina a su cliente en la puerta, retomando su papel de azafata de feria de muestras teratológicas.

 

 

 

 

 

 

EL MUNDO DE GABY

Son criaturas del infierno que se asoman por la mirilla

emitiendo chillidos de rata.

Algunas, antes de ser brujas,

fueron princesas aunque cueste creerlo,

otras, como Gaby, sueñan todavía con serlo.

Pululan como cucarachas por los rincones de la lujuria,

entre sábanas mugrientas,

gélidos calores y paredes sin ventanas.

Es tan poderosa la miseria que levanta estas catedrales

de cópulas mercenarias.

Mientras la gente pasa por la acera

del trabajo al amor, del amor al dolor

y del dolor a la nada.

 

 

EL FANTASMA

Como era Noche de Difuntos..., perdón, Noche de Halloween para que se nos entienda, se había disfrazado de fantasma. Con su larga capa negra, y el rostro como rebozado en harina bajo un negro antifaz, parecía una mezcla de batman y danzante maragato.

Había salido a la puerta del bar a echar un cigarro. Hacía mucho frío y la calle estaba desierta. De vez en cuando sonaban petardos. Siempre que hay fiestas, aunque sean acontecimientos macabros, suenan petardos, no sé por qué, la gente es que es así. Los perros se asustaban. También la luna, que iluminaba las lápidas del cementerio próximo, tenía cara de susto.

El fantasma se puso a fumar con fruición. En realidad estaba esperando a la camarera. Pascual Cantero Palomeque, alias Pirracas, era el terror de las camareras de Illescas, incluidas las de las luces rojas del polígono, el Leo y Helem, ninguna se le resistía, sobre todo las viejas que querían seguir pareciendo jóvenes, cuando la carne empieza a marchitarse, cuando los muslos se encojen y el culo y las tetas se caen con una flacidez pesada y triste. Una joven que ha sido hermosa quiere resultar hermosa siempre. No acepta que la belleza sea sólo un fantasma de juventud. Quien lo ha tenido todo no se resigna a no tener ya nada. Así que lucha como una gata herida contra ese depredador silencioso y despiadado que es el tiempo. Necesita seguir sintiéndose deseada, venerada, temida.

Pascual Cantero Palomeque, alias Pirracas, conocía la naturaleza femenina. Era un mujeriego incorregible. Esa sensación de vida que da el amor de una mujer, no la da ninguna otra cosa en el mundo, ni siquiera el fútbol. Parece que los sentidos adquieren una nueva dimensión, y contemplar cómo una gota de rocío se desliza por el suave pétalo de una flor, es un instante que contiene la eternidad, que justifica toda una injustificable vida.

Pirracas había vivido muchos momentos así, pero se estaba haciendo viejo, y a sus cincuenta y ocho años empezaba a resquebrajarse como la hoja amarillenta de un incunable, le asaltaba el cansancio, las dudas, el escepticismo, e incluso la culpa. Aunque en el fondo nadie es culpable, cada uno es elegido por un destino inexorable, como fichas de dominó en absurdas y equivocadas secuencias.

Una noche, cuando iba o venía del bar, no recuerdo ese detalle, se encontró a su hija por la calle, y ésta, mirándolo de arriba abajo después de tantos años, lo llamó cobarde. Él no reaccionó. Veía en su hija un halo medroso y desesperado, como si la persiguiera una jauría de perros. Seguía siendo aquella niña sensible y vulnerable que volvía llorando a casa porque la acosaban en el colegio. Una vez, en los skouts, estaba esperando su turno frente a la puerta del baño, cuando una pandilla de imbéciles asquerosas se le colaron riendo como hienas.

-         Tú te esperas- La empujó una de ellas, que era bizca, patizamba y con los dientes prominentes y deformes.

La camarera salió por fin a la puerta del bar. Pirracas dio una honda calada al cigarrillo y tosió y carraspeó un poco.

-         Hola Ainoa, guapísima- La saludó con su voz dura y a la vez tierna, voz de doblador de galanes americanos.

La camarera, cuya cara parecía un globo medio desinflado, rio tontamente con su boca marchita.

A la camarera se le había matado con el coche una hija de veintidós años que estaba embarazada. De esto hacía ya casi trece años. Entonces la camarera estaba trabajando en el almacén de una editorial de libros. Cuando se lo dijeron, se quedó paralizada como una liebre, y acto seguido continuó apilando cajas, con una nube de locura en los ojos, una nube de locura que ya la acompañó siempre por el precipicio de su existencia. La separación, el alcoholismo, la indiferencia al dolor, las relaciones trágicas, un suicidio en pacientes dosis diarias.

Con Pirracas era distinto, junto a él volvía a sentir algo que parecía ya muerto desde hacía casi trece años.

El fantasma le ofreció un cigarrillo. La camarera miró al fantasma con los ojos chisporroteando como pedernales. Se puso el cigarrillo en los labios, y Pascual Cantero Palomeque, alias Pirracas, el rondador de bares, el reparador de máquinas cortacésped, el consolador de viudas, malcasadas y princesas destronadas, se lo encendió mirándola fijamente a los ojos, con su antifaz de fantasma y esa mueca dura e irresistible de galán en plano medio americano.