March 2010 Archives

seda y fuego

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SE vistió lentamente,

como si el tiempo fuera un aliado de su juventud.

La ropa se deslizaba por su piel

con un rumor de seda y agua.

En la orilla del mar,

las olas derribaban los castillos de arena,

y con sus lenguas de espuma borraban las huellas de la playa.

El mundo se iba haciendo viejo gota a gota,

grano a grano, latido a latido,

y planetas enteros eran devorados

por la boca ciega e impasible de la nada.

Sentí vértigo de  perderla, de perderlo todo,

si bien me consoló pensar, que con todo lo demás,

el dolor también se acaba.

 

 

¡coma, padre!

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¡COMA PADRE!

 

La puerta de la alcoba permanecía abierta. En la fresca penumbra se veían los pies de la difunta, tendida en la cama broncínea de matrimonio, las manos yertas cruzadas sobre el vientre, la quijada atada con un pañuelo blanco, una taza en la que ponía "cafés el chato" en el cuello por debajo del mentón, sujetándole la cabeza. Olía a saumerio y a cocido. A ambos lados de la cama los familiares lloraban y expresaban su dolor a gritos, un poco idos, como si fueran presa de la fiebre y del delirio. Sobre todo el viudo, que era el que parecía más afectado.

- ¡Dios mío, y qué hago yo ahora sin ella, por qué no me habrás llevado a mí también, o a una de éstas, Señor, pa qué quiero yo siete hijas, te doy una a cambio de mi mujer, o  dos si una te parece poco!-

- ¡Y aquí todos encima de ella, soplándole, sacudiéndola, que parecíamos monos locos, a ver si respiraba!- lloraba la hija mayor, una moza vieja de temperamento sanguino, la boca de bruja, los ojos muy saltones como si la estuvieran estrangulando- ¡la madre más buena del mundo, la mejor esposa y madre, la más buena, la más santa, la más...ay mi madre, ay mi madre, ay mi madre mi madre mi madre! ¿qué hora es?-

El hermano de la difunta, un jorobado que andaba tan encorvado que podía barrer el suelo con la nariz, leía en voz alta el texto que había estado componiendo durante toda la noche para la corona fúnebre:

- Tu marido, hijas y hermano no te olvidan -

Una mosca cojonera revoloteaba sobre la faz cérea del cadáver, que no se inmutaba ante un problema tan nimio como es una mosca cojonera.

De la cocina llegaba el agradable olor del puchero.

 - ¡A comer!- Gritó con voz un poco llorosa una de las hijas que era monja reparadora en el convento de Tembleque.

Los familiares, tristes y cabizbajos como reclutas en su primer día de mili, salieron en fila del velatorio y fueron ocupando sus sitios a la mesa en el comedor contiguo. Desde la cabecera de la mesa, ocupada por el padre, se veían los pies de la muerta, calzados con unos sencillos e inútiles zapatos grises de suelas impolutas.

Entre suspiros y moqueos las cucharas subieron del plato a la boca, bien llenas de gordos fideos y espeso caldo de jamón.

- ¡ Pero por qué no me has llevao a mí, Dios mío, la compañera de mi vida, un ángel de bondad, la mejor madre, la mejor mujer del mundo, la más buena, la más casta, limpia, trabajadora, fffchchhhh, que me tenía la casa como los chorros del oro...hip hip hip...!!-

- ¡Venga, padre, coma!- lo animaba la hija mayor, con heroica voluntad de vida, cogiéndole la mano. El padre apartó la mano para coger el pan.

La mosca cojonera se cansó de la muerta, ahí tan quieta y tan callada, y vino a unirse al grupo de comensales, sorbiendo con fruición las gotas derramadas en el mantel y las huellas de grasa en las comisuras de los labios dolientes

-¡Una mujer como no ha habido otra, Dios mío, ffflllchch, la mejor esposa del mundo, ffflllchch, la más santa, que era como una madre pa mí y pa sus hijas, a ver donde encuentro yo ahora otra igual, pero por qué, Dios mío, por qué...hip, hip, hiiiiiiiipppp...!-

- ¡Coma, padre, coma!-

Los platos fueron quedando vacíos. La hija monja, con lágrimas en los ojos, se levantó y fue en busca de la fuente de los garbanzos, la carne, el chorizo, la morcilla y el tocino. La mosca la siguió un poco, como si quisiera jugar, después cambió de idea y volvió a la mesa donde las lágrimas caían en los platos rebañados con pan.

-¡Venga, padre, venga!-

Fuera, tras la ventana, un esperanzador sol de primavera abría las flores de los almendros, que parecían pintados con acuarela al borde de los caminos.

- ¡Coma, padre, coma!-

 

 

 

 

 

con una piedra al cuello

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CON UNA PIEDRA AL CUELLO

 

Quizás, cuando fuera arrastrado por la corriente, un ejército de ninfas jóvenes y hermosas emergería del fondo del río para salvarlo, tal vez existiera otra vida en las profundidades del agua, ¡quién sabe!, una vida suave y plácida como un útero, como el remanso de los poetas.

Permanecía en la orilla como un polluelo moribundo, en cuclillas, las manos trémulas, balanceando el tronco, debajo del puente donde vivía desde hacía más de un año, junto a unos arbustos donde tenía tendida la ropa: una toalla de esas de la mili, una camiseta agujereada, un par de calzoncillos desgastados, una manta áspera como las de las mulas.

Sentía frío y calor al mismo tiempo. La frente gris como el espejo del río donde se reflejaba el cielo del invierno manchego, los árboles desnudos y yertos, las ruinas del molino de agua. Sabía que, esta vez sí, se estaba muriendo. Había sido un invierno terrible que le había molido hasta los huesos. Bueno, alguna vez tenía que pasar, a todo el mundo le pasa. Pero morir en aquella soledad, en aquella miseria, jamás lo hubiera imaginado cuando tenía la inmobiliaria y vivía con lujo y frenesí muy desatinados.

Acababa de cumplir cincuenta años, antes, cuando manejaba dinero, celebraba siempre su cumpleaños yéndose de putas, había algo en el mundo de las putas que lo fascinaba a pesar de sus miserias, esa mezcla de lujuria y olvido, esa carne contundente y efímera, esa entrega pactada, esas caricias mentirosas llenas de calor humano. Cada puta era una sorpresa, a veces un milagro, a veces una decepción, pero todas exhalaban una fuerza vital que lo vivificaba como el sol vivifica a un pájaro mojado. Tal vez, si hubiese conocido los sórdidos entresijos de ese siniestro mundo, no hubiera pensado así. Pero más allá del bien y del mal, con su ignorancia culpable, él sólo buscaba un amor para toda la hora. 

Ahora, sin embargo, todo había acabado. Se sentía como un ciclista que se rinde escalando una montaña. De un momento a otro perdería la conciencia y su cuerpo, produciendo un sórdido chapoteo, caería de bruces al río, que lo acogería en su mansa y gélida corriente, deslizándolo como a un nenúfar, poética, casi musicalmente, en pos del ancho mar. Puestos a juzgar, nadie tenía la culpa de nada, la vida era una partida de cartas y él había perdido el órdago final. Bueno, no todo estaba perdido, tenía una hija por esos mundos y cuando pensaba el ella, la verdad sea dicha, sentía una densa brisa de esperanza, como el aire de marzo cuando enciende los almendros en flor. ¡Qué extraño es eso de los hijos!, por ellos el corazón crece hasta doler, les podrá faltar de todo, pero nunca el amor benevolente de su progenitor.

Se sentía muy débil y enfermo. Tenía la sensación de cargar sobre sus espaldas un saco lleno de piedras, duras piedras de agudos picos, de secas pedradas en las sienes, una gran piedra al cuello que lo arrastraría al fondo de la nada.

De repente oyó voces encima del puente, pasos de dos personas, una de ellas coja. Escuchó una intrascendente conversación, la última de su perra vida:

- Yo llevo siempre un cuaderno y tres bolígrafos, uno azul pa apuntar las cosas normales, otro verde pa apuntar las cosas de la caza, y otro rojo pa apuntar las cosas de los médicos, esta mañana, a las siete, cuando me he levantao...-

- ¡Tú a las siete, venga ya, Pepe, tú no te has levantao a las siete en tu puta vida!-

Escupió. Más sangre. Por la noche le había dolido mucho una muela y se la tuvo que arrancar haciendo palanca con la navaja. Era una muela negra y podrida, la muela de un yonki moribundo. Le salió mucha sangre, se le infectó y le dio fiebre muy alta. Por la mañana parecía que la hemorragia había cesado, pero no, todavía tenía en la boca ese sabor a hierro oxidado de la sangre.

Sintió otro terrible escalofrío que le hizo estremecerse en un postrero estertor de agonía. Se le empezaba a nublar la vista, le daba vueltas todo. También su organismo estaba dejando de luchar. Sentía mucha sed.

Miró vagamente a su alrededor, (el río, los árboles, un pájaro picoteando tontamente un trozo de papel en el suelo, tal vez la sentencia firme de un juez, tal vez una carta de amor rota en mil pedazos), y sintió un vértigo cósmico de miedo y soledad, como un enamorado al que abandona su amada, su amada y odiada vida.

 

 

 

¡feliz cumpleaños!

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DISTANCIA, distancia, distancia.

Abismos de distancia, océanos de distancia,

desiertos de distancia, universos de distancia,

eternidades de distancia.

Te toco y se me hielan los dedos de distancia,

te miro y se interponen cordilleras de distancia,

te hablo y las palabras se mueren de soledad y distancia.

Distancia, distancia, distancia.

Hasta el fuego de tu cuerpo

es una estrella que me alumbra en la distancia.

 

 

 

 

 

 

 

¡FELIZ CUMPLEAÑOS!

 

Fermentaba una atmósfera densa, agria como un vómito, onírica, lenta y fatigosa como un duermevela.  El camarero, un muchacho alto con muchos dientes que se reía como un chimpancé, barría con serrín el suelo mientras la conversación de los últimos borrachos se iba extinguiendo como las ascuas de un brasero al amanecer. Zumbaba un moscardón golpeándose empecinadamente contra el cristal de una ventana encima de un radiador apagado.

Apuró su copa de anís El Mono. Se sentía anclado en la barra, como un cetáceo moribundo varado en la arena de una playa perdida. La noche había acabado sin que se hubiera producido ningún milagro, con esa sensación habitual de vacío de estómago, de pardos tejados, de tristeza de presidio.

-¡Ponnos otra copa, Trinitario, y danos una berenjenas de esas!- Dijo con voz de sueño, golpeando laxamente la formica de la barra.

- No, yo ya me voy a mi casa, ya está bien por hoy, Martín- Se negó con un gesto cansado su colega de andanzas.

En la mesa de billar se oía el entrechocar de las bolas de marfil, como unas castañuelas sin alegría, un sonido amusical que no significaba nada.

Cuando entraron los cazadores, la cafetera se puso a humear como la locomotora de un tren.  Olía a café, a aguardiente y a orines. Una mujeruca que se llamaba María Gullón y que parpadeaba con un solo ojo, como los búhos, se asomó por el ventanuco de la cocina y acto seguido desapareció raudamente como una lagartija.

Como quien se sumerge en agua helada, Martín Corona salió a la calle poco después de que su último compañero de juerga se hubiese marchado.

Algunos madrugadores bajaban por la calle mayor hacia la iglesia o hacia la churrería.

De un polvoriento antro parroquial surgieron de repente dos figuras fantasmagóricas con panfletos adventistas en las manos. Una era una muchacha muy gorda con los ojos muy abiertos como si se le acabara de aparecer la Virgen. La otra era una mujeruca con la cara plagada de infectos granos sebáceos. 

-¡Dios te quiere salvar también a ti, hermano, déjate redimir por su infinita misericordia!-

- No hace falta, yo ya sé nadar- Respondió Martín Corona con amarga ironía.

Las catequistas se le quedaron mirando con una mezcla de pena y curiosidad, como si contemplaran a un ejemplar teratológico.

Bajó la calle y torció la esquina de la iglesia. De repente el sol de primavera le dio en la cara produciéndole un cosquilleo casi efervescente.

Oía sus pasos solitarios por la acera, de regreso a su casa, a una vida con la que no podía, a un laberinto del que no encontraba la salida. Lo embargaba una enfermiza sensación de angustia y desesperanza, un agudo frío interior, como cuando estaba en la mili y tenía que volver al cuartel al acabar el rebaje.

Sonaron las campanas de las monjas y un perro ladró asomado a un balcón.

Le dolía la cabeza y tenía la boca pastosa, con una sensación de culpa entre los dientes. Era su cumpleaños. Hizo balance y pensó que su vida era como una mosca chocando inútilmente contra el sucio cristal de una ventana.

 

panes y peces

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YA no me quiere.

Piensa con un mohín de tristeza en su rostro doliente.

Y abre sus pétalos de rosa, sus alas de mariposa

para recuperar el amor.

Es su alma un cesto de panes y peces,

heroína de la entrega y de la abnegación.

¿Y cuándo dejó de quererme?

Se pregunta con un brillo de fuego en el amanecer de sus ojos.

¿Fue aquella vez que llovía y no me cobijó bajo su paraguas?

Y lo llama, lo sigue, lo persigue, lo maldice,

sintiendo que las palabras son heridas

y los silencios abismos de distancia.

 

 

 

 

¿Qué es un chichi?

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¿QUÉ ES UN CHICHI?

- ¿Y qué es eso?- Le pregunté señalando en el catálogo un extraño artilugio que parecía una guirnalda multicolor de verbena.

- Es un Chichi- Respondió ella con naturalidad, subiéndose con un dedo las gafas de aumento.

- ¿Un Chichi?-

- Sí, un Chichi, un Chichi- Gesticuló como diciendo "todo el mundo sabe lo que es un chichi". Yo, ingenuamente, estaba a punto de preguntarle ¿y qué es un Chichi?

Me quedé perplejo. Había tenido relaciones a lo largo de mi vida con más de cinco mil mujeres y jamás había visto un coño así. Había visto coños grandes, pequeños, tristes, alegres, tontos, sabios, caros, baratos, feos, bonitos, peligrosos, aburridos, calculadores, suicidas, coños de blancas, de negras, de amarillas, y hasta el de una monja de clausura, pero, que yo recordara, ninguno tenía aquella forma tan psicodélica.

- Lleva un resorte, ¿sabes?, y cuando le das se abre y ¡voalá! aparece un Chichi juguetón- Me aclaró, muy seria, pulverizando saliva al hablar. En la comisura de los labios tenía una especie de espumilla reseca, como si hubiera tomado ansiolíticos o no se hubiese limpiado bien la boca después de cepillarse los pocos dientes que le quedaban- es el artículo que más vendo- continuó- ¿sabes?, a los hombres os encanta, y también este otro Chichi en forma de conejo, mira, cuando el pene se introduce en el aro, el conejo mueve las orejitas-

La luz fluorescente de la funeraria hacía brillar con un fulgor fantasmagórico su pelo teñido de fucsia. Todo resultaba artificial, futurista, como una película barata de ciencia ficción.

- Y estos botes ¿qué son?- Seguí preguntándole con sincera curiosidad.

- Esta es una crema retardante, y esta acelerante, te la untas y el pinganillo sube como un resorte, y esta es una nueva crema para excitar la vulva de la mujer-

-¡Ah!-

- También tenemos penes con sabor a fresa y chocolate, anillos vibradores, bolas chinas, juegos eróticos para parejas y tríos, tetas postizas, y la última novedad es esta muñeca inflable modelo Jenifer López que dice te quiero si le aprietas en el ombligo, aquí tienes mi tarjeta por si quieres más pastillas azules, te aconsejo que vengas a los partis que orgasmo, digo que organizo, suele haber alrededor de veinte personas, son reuniones amenas y los productos se pueden tocar y probar tranquilamente sin ningún tipo de compromiso-

Me extendió una tarjeta apaisada y, tras recoger sus bártulos de buhonera sexual, se marchó con su abultado catálogo bajo el brazo, madame de todo aquel mundo de sexo artificial, salió a la calle y con andares de fantasma, larga y aguda como el dolor, se sumió en la noche fría y ventosa, bajo la luz mortecina de las farolas. Resultaba un cuadro extraño y triste, como el último polvo de un matrimonio a las puertas de la vejez.

¿Es el sexo en última instancia sólo una charlatanería de feria? Me pregunté qué mueve en realidad al mundo, ¿el sexo?, ¿la moda?, ¿la costumbre?, ¿el amor?, ¿el dinero?, ¿el perdón?, ¿o esa tonta inercia con la que giran los trozos de materia muerta alrededor de los planetas moribundos? No sé porqué pensé en unos versos de Joseán, aquel poeta nómada que fluctuaba entre las ferias de libros y los comedores de caridad:

"Ella me lo daba todo, la pasión, la belleza, la vida, pero todo no era suficiente"

Leí la tarjeta: "SEXPRESARTE, Virginia Rabanillos, asesora técnica. ¿Quieres organizar una reunión sexpresarte? Reúne a todos tus amigos, solos o con sus parejas para conocer el maravilloso mundo de la lencería, la cosmética y los juguetes eróticos. Queremos enseñarte lo que nadie se ha atrevido. Reuniones para heteros, gays y lesbianas, tú eliges la tuya, del resto nos encargamos nosotros. ¿Quieres ser asesor sexpresarte? Un trabajo divertido con horario flexible."

Curiosa forma de ganarse la vida. Y yo lavando muertos en una funeraria. Tuve la extraña sensación de que un día más me iría a la cama sin entender nada de nada. ¡En fin!, me subía el cuello de la cazadora imitando a Chuk Norris, y crucé la calle pisando torpemente los charcos. Mañana sería otro día con nuevas y apasionantes tribulaciones. Un Chichi, ¡joder qué cosas!... 

 

 

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