¿QUÉ ES UN CHICHI?
- ¿Y qué es eso?- Le pregunté señalando en el catálogo un extraño artilugio que parecía una guirnalda multicolor de verbena.
- Es un Chichi- Respondió ella con naturalidad, subiéndose con un dedo las gafas de aumento.
- ¿Un Chichi?-
- Sí, un Chichi, un Chichi- Gesticuló como diciendo "todo el mundo sabe lo que es un chichi". Yo, ingenuamente, estaba a punto de preguntarle ¿y qué es un Chichi?
Me quedé perplejo. Había tenido relaciones a lo largo de mi vida con más de cinco mil mujeres y jamás había visto un coño así. Había visto coños grandes, pequeños, tristes, alegres, tontos, sabios, caros, baratos, feos, bonitos, peligrosos, aburridos, calculadores, suicidas, coños de blancas, de negras, de amarillas, y hasta el de una monja de clausura, pero, que yo recordara, ninguno tenía aquella forma tan psicodélica.
- Lleva un resorte, ¿sabes?, y cuando le das se abre y ¡voalá! aparece un Chichi juguetón- Me aclaró, muy seria, pulverizando saliva al hablar. En la comisura de los labios tenía una especie de espumilla reseca, como si hubiera tomado ansiolíticos o no se hubiese limpiado bien la boca después de cepillarse los pocos dientes que le quedaban- es el artículo que más vendo- continuó- ¿sabes?, a los hombres os encanta, y también este otro Chichi en forma de conejo, mira, cuando el pene se introduce en el aro, el conejo mueve las orejitas-
La luz fluorescente de la funeraria hacía brillar con un fulgor fantasmagórico su pelo teñido de fucsia. Todo resultaba artificial, futurista, como una película barata de ciencia ficción.
- Y estos botes ¿qué son?- Seguí preguntándole con sincera curiosidad.
- Esta es una crema retardante, y esta acelerante, te la untas y el pinganillo sube como un resorte, y esta es una nueva crema para excitar la vulva de la mujer-
-¡Ah!-
- También tenemos penes con sabor a fresa y chocolate, anillos vibradores, bolas chinas, juegos eróticos para parejas y tríos, tetas postizas, y la última novedad es esta muñeca inflable modelo Jenifer López que dice te quiero si le aprietas en el ombligo, aquí tienes mi tarjeta por si quieres más pastillas azules, te aconsejo que vengas a los partis que orgasmo, digo que organizo, suele haber alrededor de veinte personas, son reuniones amenas y los productos se pueden tocar y probar tranquilamente sin ningún tipo de compromiso-
Me extendió una tarjeta apaisada y, tras recoger sus bártulos de buhonera sexual, se marchó con su abultado catálogo bajo el brazo, madame de todo aquel mundo de sexo artificial, salió a la calle y con andares de fantasma, larga y aguda como el dolor, se sumió en la noche fría y ventosa, bajo la luz mortecina de las farolas. Resultaba un cuadro extraño y triste, como el último polvo de un matrimonio a las puertas de la vejez.
¿Es el sexo en última instancia sólo una charlatanería de feria? Me pregunté qué mueve en realidad al mundo, ¿el sexo?, ¿la moda?, ¿la costumbre?, ¿el amor?, ¿el dinero?, ¿el perdón?, ¿o esa tonta inercia con la que giran los trozos de materia muerta alrededor de los planetas moribundos? No sé porqué pensé en unos versos de Joseán, aquel poeta nómada que fluctuaba entre las ferias de libros y los comedores de caridad:
"Ella me lo daba todo, la pasión, la belleza, la vida, pero todo no era suficiente"
Leí la tarjeta: "SEXPRESARTE, Virginia Rabanillos, asesora técnica. ¿Quieres organizar una reunión sexpresarte? Reúne a todos tus amigos, solos o con sus parejas para conocer el maravilloso mundo de la lencería, la cosmética y los juguetes eróticos. Queremos enseñarte lo que nadie se ha atrevido. Reuniones para heteros, gays y lesbianas, tú eliges la tuya, del resto nos encargamos nosotros. ¿Quieres ser asesor sexpresarte? Un trabajo divertido con horario flexible."
Curiosa forma de ganarse la vida. Y yo lavando muertos en una funeraria. Tuve la extraña sensación de que un día más me iría a la cama sin entender nada de nada. ¡En fin!, me subía el cuello de la cazadora imitando a Chuk Norris, y crucé la calle pisando torpemente los charcos. Mañana sería otro día con nuevas y apasionantes tribulaciones. Un Chichi, ¡joder qué cosas!...
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