January 2010 Archives

el baile de los espíritus

| No Comments | No TrackBacks

 

 

EL BAILE DE LOS ESPÍRITUS

 

Habían colgado guirnaldas del techo. Un individuo de cara abotargada y gafas de aumento, tocaba muy serio el organillo en un rincón. Junto a él, pintarrajeada como una mona loca y con el micrófono en la mano, la septuagenaria artista Luci Garbo cantaba con voz quebrada, meneando grotescamente las caderas consumidas y dando pasitos cortos hacia delante y hacia atrás.

- Porque no engraso los ejes  (dos pasitos adelante dos pasitos atrás) me llaman abandonaooooo, porque no engraso los ejes, me llaman abandonaooooo- 

Tras la ventana el sol rasgaba las nubes con una luz sanguinolenta de atardecer.

Varias parejas se movían artrósicamente por la pista, como marionetas accionadas por la  prótesis de un manco.

Un viejo huraño observaba desde su rincón las evoluciones de aquel último baile, con una mezcla de envidia y desprecio. Animado por la música pensó en sacar a bailar a doña Aurorita y a punto estuvo de hacerlo ¿por qué no?, pero finalmente abandonó la idea no fuera a ser que con el traqueteo del baile se le rompiera la bolsa de orines que llevaba oculta bajo la pernera del pantalón. Le gustaba doña Aurorita, como había trabajado durante muchos años de chacha en Francia, conservaba al hablar un gracioso seseo que ella acentuaba con coquetería. Además era muy joven, no tendría más de setenta años, casi una niña. De repente sintió un vahído de celos cuando vio cómo el cocinillas de don Manuel se le adelantaba y la sacaba a bailar, agarrándola casi obscenamente por debajo de la cintura. Don Manuel era un relojero jubilado natural de Don Benito, tenía cara de pájaro carpintero, con los pelos de punta, las perneras muy cortas y el cuello de la americana  subido como Bogart, sonreía satisfecho con un solo diente y con los ojos muy abiertos de incredulidad.  

- ¿Tú no bailas, don Luis?- Le preguntó efusivamente una enfermera muy guapa que olía muy bien, a primavera, a vida, ... a sexo.

- Yo ya no estoy pa bailes, Merche, hermosa- Contestó el viejo con un mohín de cansancio.

Flotaba en la sala un desvaído tufo de tristeza, la tristeza del domingo por la tarde. Con un escalofrío pensó que, como casi todos los allí presentes, pronto estaría muerto. La tierra caería sobre su cuerpo mórbido, con ese hedor a sepultura que emana de la tierra removida como un aliento macabro. Aunque ahora parecía increíble, en otro tiempo había sido joven, había gozado de bellas mujeres, había tenido hijos, había amado, había viajado, había tenido miedo, de manera  imperceptible había ido desde Heráclito hasta Parménides, desde el devenir de la vida hasta la quietud de la vejez, y todo para acabar finalmente en esa oscuridad definitiva de la tierra húmeda y pesada, fría y cálida al mismo tiempo. No entendía nada. Miraba de noche la inmensidad del firmamento con su infinidad de luminarias y le parecía un misterio inescrutable ante el que sentía vértigo. Miraba al suelo y no encontraba explicación a la perseverancia de una hormiga arrastrando un grano de trigo. Se sentía perplejo y asustado como un niño perdido en una feria.

El músico abotargado continuó marcando con su organillo el ritmo del popurrí a la artista septuagenaria, que parecía una acartonada momia descomponiéndose, con el maquillaje del rostro devastado por el sudor.

- Mami que será lo que quiere el neeegrooo, mami que será lo que quiere el neégrooooo-

Junto a la mesa de la televisión, una auxiliar muy gorda con el pelo marcialmente corto, las cejas juntas y la nuca de toro, sudaba como un pollo dando de comer por una sonda nasogástrica a un anciano muy pálido que no se sabía si estaba vivo o muerto.

Una vieja con el pelo como la pelusa de los muebles y los pechos como los restos de dos globos explotados, se detuvo en el umbral de la puerta apoyada en su andador, y miró aquel baile de espíritus, de sombras del Hades, con una expresión neutra y vencida en sus ojos exhaustos, una expresión de perro abandonado, como si todo aquello no fuera con ella.

 

 

 

 

 

 

 

 

-

No creas a quien te diga que me he muerto.

Tú mejor que nadie sabes que ardo con tu fuego,

que me siguen seduciendo tus milagros y misterios,

que me ilumina tu resplandor,

que me alimenta tu sangre viva,

que en los laberintos de la lujuria buscándote me pierdo,

que respiro con tu denso olor,

que me animan tus movimientos,

que clavado en tu carne vivo,

enfangado hasta la cintura en los pecados de tu cuerpo.

 

 

 

de heráclito a parménides

| No Comments | No TrackBacks

DE HERÁCLITO A PARMÉNIDES

 

 

 

 

 

 

 

 

Bebe, este es el rojo vino de la vida.

Deja de quejarte como un buey que agoniza en el desierto.

Mil hermosas muchachas se amontonan en tu puerta

con flores en los cabellos.

Sal por un instante de tus sombríos pensamientos,

de tus temores subterráneos,

de tus momificados dogmas resecos.

Aún bulle la vida en las venas

como un manantial que se despeña

sin preguntarse dónde está el mar.

Vive. Todavía la vida te guarda

unos cuantos besos más.

 

 

 

seguir viviendo

| No Comments | No TrackBacks

 

SEGUIR VIVIENDO

 

Cogió la copa y ungió sus rojos labios con el vino,

como un beso embriagado de roja pasión.

Las camareras iban y venían  entre las mesas

con sus altas bandejas y el sordo rumor de sus muslos.

Tras la ventana la luna se había helado en el cielo,

tan sola, tan lejos.

Me miró con la luz de su viva belleza por encima de la copa

y no sé porqué de repente sentí frío,

me sentí solo, me sentí lejos.

Buscando calor puse mi mano en la suya

y empecé a hablarle de no sé qué cosas fugaces,

al fin y al cabo, había que seguir viviendo.

 

 

puré de calabaza

| No Comments | No TrackBacks

 

 

PURÉ DE CALABAZA

 

Huesos semienterrados en el desierto, ciénagas de agua pútrida, ferralla oxidada y retorcida, banderas hechas jirones, casas derruidas, caminos que se adentran en la noche, hogueras apagadas, niños perdidos en el bosque. Así era su vida, algo irremediablemente roto, mortalmente enfermo.

Una auxiliar con rasgos hombrunos y con un gorro de campanillas en la cabeza, la condujo por el estrecho pasillo hasta el comedor. Al entrar al comedor la silla de ruedas chocó contra el marco de la puerta, justo ahí abajo, en esa parte verdosa y astillada donde siempre choca.

- Pero ¿de qué te has disfrazado, mujer?- Preguntó divertida a la auxiliar una vieja con un solo diente.

- De mí misma, Anastasia, corazón, me he disfrazado de mí misma- Respondió la auxiliar, que estaba alegremente inquieta, como un niño la víspera de reyes, ante la perspectiva de la Nochevieja.

Una vieja consumida y con la cabeza como la de una muñeca despeluchada, y un viejo menudo con gafas de aumento y un sombrero de paja en la cabeza, permanecían sentados a una mesa junto a la ventana que daba a la carretera, en silencio, bañándose en la melancólica penumbra del atardecer.

- ¿Quieres un dulce?- Preguntó de repente la vieja al viejo.

- ¿Eh?-

- Que si quieres un dulce-

- No no tengo dulces-

- No, que si quieres-

El viejo volvió a su hábitat de silencio, quedándose pensativo, inerte como un lagarto al sol. Al cabo de un rato se quitó el sombrero rociero y se puso a examinarlo minuciosamente, como si esperase encontrar, prendido a la cinta verde que rodeaba la copa, algún billete premiado de la lotería.

La vieja abrió su raído bolso y sacó un polvorón. Se oyó el ruido del papel al desenvolverse como el crepitar de una estrella en medio del silencio sideral.

El viejo acabó perdiendo el interés por el sombrero y volvió a mirar a la nada con sus grandes gafas ahumadas, aburrido, resignado, vacío como una cajetilla de tabaco arrojada al suelo.

La auxiliar de la campanilla colocó a la vieja inválida en un sitio frente a la mesa, delante del plato vacío.

La vieja inválida tenía los ojos tristes, exhaustos. ¿Dónde estaban sus hijos, esos seres extraños? Lo había perdido todo, aquel ya lejano día del ictus perdió mucho más que la movilidad. La soledad es como vivir atada a una columna de hielo, siempre ese frío interior, ese algo duro y doloroso. Le dolía la garganta, iba a caer mala otra vez, se lo temía, la semana pasada se puso muy enferma, la Juani una noche creía que se moría.

La ayudante de la cocinera, una jovencita morena, radiante como el sol y atractiva como la luna, (todavía quedaba vida en algún rincón del Universo)  llegó con una fuente humeante de puré de calabaza. Entonces, de repente, una estela plateada de inteligencia rozó la frente de la vieja inválida, que componiendo un gesto filosófico, profundo, dijo con su desdentada boca hambrienta y doliente, como si todas las tesis y antítesis metafísicas de su desgraciado devenir existencial se sintetizaran en aquella frase:

- A mi me gusta mucho la calabaza -

 

About this Archive

This page is an archive of entries from January 2010 listed from newest to oldest.

December 2009 is the previous archive.

February 2010 is the next archive.

Find recent content on the main index or look in the archives to find all content.