April 2010 Archives

toda la nada

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TODA LA NADA

Todas las cosas se alejan.

Había un tiempo en que estirando un poco la mano

Se podía tocar la luna con las yemas de los dedos,

Cada abrazo abrazaba a ciegas el vivo calor de tu cuerpo,

Y todo estaba cerca, a mano, dentro.

Pero se metió por medio la distancia

Hinchándose entre nosotros como el vientre de un muerto.

Hoy se alejan tanto las cosas

Que intento evocarte y apenas te veo.

Todo resulta tan frío, tan oscuro, tan lejos...

El espacio infinito entre un paso y otro paso,

Cada escalón una montaña, cada baldosa un océano,

Un mundo cada grano, el vacío cada palabra,

Y toda la nada cada beso.

 

los cuchillos cerca

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DESCOLGUÈ tu foto de la pared,

Y tuve la sensación de que caía el telón sobre esta tragicomedia.

Todavía se adivinaban sombras moviéndose entre bastidores,

Sombras que tenían tu luz, tus formas y tu belleza.

Me seguías llamando desde la otra orilla

Pero soy ya viejo para seguir saltando sobre aguas turbulentas.

Parecía que toda mi casa se quedaba vacía, desnuda sin tu desnudez,

Desierta como un desierto de cosas muertas.

Y yo sentado en medio de aquella inmensa soledad

Que reverberaba como un estómago vacío dentro de mi cabeza.

Nunca hubiera imaginado que de verdad llegaría ese día:

Tú estabas tan lejos y los cuchillos tan cerca...

Miraba sin ver a mi alrededor y me sentía atrapado

Entre una multitud de ausencias.

 

 

 

la diva

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LA DIVA

Tú eras la reina ¿te acuerdas?

Todos los chicos del barrio te seguían de noche como gatos por los tejados.

Siempre pendientes de ti, a los pies de tu graciosa altivez

aguardaban los corazones la absolución de tus labios.

Aún recuerdo, aunque me parece mentira,

aquellos ojos grandes de dulce mirada encendida.

Pero ¿en qué te ha convertido la vida?

Vieja gloria, belleza marchita, cardo borriquero, abotargada, estreñida,

carcomida, hinchada como una garrapata.

Sonríes tapándote la boca para ocultar tus dientes cariados

y parpadeas seductora con tu rijosa mirada.

Borracha perezosa, diva con halitosis, cenicienta jorobada,

Blancanieves de uñas negras, fea durmiente con legañas.

Con un hilo de voz ceceante hablas y ya nadie te escucha,

como si sólo fueras un eco inaudible del muerto pasado.

Con tus galas pasadas de moda y tu blusa con lamparones,

te cuelas en las fiestas donde nadie te ha invitado.

Muerte de tacones rotos, hiena desdentada, cadáver a media luz,

calva flor de carne cuello, panca en descomposición, ictus rastrero,

aerofàgica princesa, cauce abandonado y seco, tristes noches sin luna...

¿Qué sentido tiene la belleza

si al final sólo la muerte perdura?

 

 

la diva

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LA DIVA

Tú eras la reina ¿te acuerdas?

Todos los chicos del barrio te seguían de noche como gatos por los tejados.

Siempre pendientes de ti, a los pies de tu graciosa altivez

aguardaban los corazones la absolución de tus labios.

Aún recuerdo, aunque me parece mentira,

aquellos ojos grandes de dulce mirada encendida.

Pero ¿en qué te ha convertido la vida?

Vieja gloria, belleza marchita, cardo borriquero, abotargada, estreñida,

carcomida, hinchada como una garrapata.

Sonríes tapándote la boca para ocultar tus dientes cariados

y parpadeas seductora con tu rijosa mirada.

Borracha perezosa, diva con halitosis, cenicienta jorobada,

Blancanieves de uñas negras, fea durmiente con legañas.

Con un hilo de voz ceceante hablas y ya nadie te escucha,

como si sólo fueras un eco inaudible del muerto pasado.

Con tus galas pasadas de moda y tu blusa con lamparones,

te cuelas en las fiestas donde nadie te ha invitado.

Muerte de tacones rotos, hiena desdentada, cadáver a media luz,

calva flor de carne cuello, panca en descomposición, ictus rastrero,

aerofàgica princesa, cauce abandonado y seco, tristes noches sin luna...

¿Qué sentido tiene la belleza

si al final sólo la muerte perdura?

 

la balsa de Ulises

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LA BALSA DE ULISES

¿Creías que siempre te iba estar protegiendo un dios?

¡Qué poco conoces a los dioses!

Ya no quedan dioses inmortales en tu bando,

ni gloria en tus aventuras,

ni rapsodas ciegos que canten a los orgullosos héroes de antaño.

Sólo un mar negro y desconocido delante de tus ojos.

Veo que palideces de miedo, caricatura de héroe,

que oyes llover y te sientes solo.

No te queda otro camino que el del ocaso

enfrentándote a las olas cotidianas

con tu vieja balsa sin remos, sin velas y sin bandera.

En mala hora dejaste tu pequeña patria

en pos de aquellas grandes batallas

que sólo sucedieron en tu imaginación.

Jamás vi estrito tu nombre en los libros de Historia

ni se mencionan tus hazañas en las novelas de amor.

Por las noches te muerden como perros los ecos del pasado

y tiemblas de frío cada mañana

cuando vuelve a salir el sol.

 

 

 

 

 

vino y miel

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NO es sólo la lujuria que en mí provoca

cuando me inmola suavemente su rotunda desnudez.

Son otras cosas más pequeñas y más grandes:

El calor de sus mejillas, la luz imposible de su risa,

la ternura de su mirada, y ese aroma frutal,

ese aura limpia que desprende de vida,

de colores, de hojas y soles y brisas y lluvias perennes.

Trago el polvo de los caminos en su ausencia

y no encuentro agua que calme mi sed

como el vino que fermenta en su sexo

espesándolo con miel y hierbabuena.

Ese vino que bebo con avaricia en el cuenco de sus labios

hasta emborracharme de belleza y olvido.

 

 

desde un tomate hasta una piedra

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DEVENIR

La niña dormía plácidamente en los brazos de su abuelo, ajena a los peligros del mundo, a los trabajos y los días, a los golpes en croché del destino. Las escaleras mecánicas del centro comercial subían vertiginosamente hacia un falso cielo de escayola fluorescente. El abuelo miraba a su nieta como si fuera un cerezo floreciendo en el valle del Jerte. ¡Ojala estuviera siempre así!, pero la vida, pensó, se la arrancaría de los brazos como un viento huracanado, ensuciando su inocencia primigenia con el polvo de los caminos, caminos sinuosos, caminos errados, caminos tortuosos, caminos a ninguna parte.

En las televisiones de los bares había fútbol. Sobre un verde esmeralda, figuras que parecían escapadas de un futbolín, corrían hacia arriba y hacia abajo detrás del balón.

La niña movió los labios como si estuviera mamando de la teta de su madre. Olía a leche, a belleza, a ternura, a verdad, tenía dos rosas en las mejillas, las manitas blancas parecían de nieve, una muñeca de nieve pura hecha por las cálidas manos del amor. El abuelo sonrió con una sonrisa que parecía un surco sobre la tierra áspera y sedienta.

La gente entraba y salía de las tiendas, caminaban de la mano, discutían, se besaban, se buscaban desesperadamente. Un hombre con un ojo más grande que otro  miraba con disimulo el escaparate de una corsetería. Tras el muro de cristal el sol se iba apagando como se apaga la vida en los ojos de un moribundo.

El abuelo besó en la frente a su nieta, suavemente, con cuidado de no despertarla. A pesar del devenir, pensó, que acaba agostando, malogrando todas las cosas, desde un tomate hasta una  piedra  pasando por una venus, hay momentos en la vida que se justifican por sí mismos, instantes que parecen contener la eternidad.

Un grupo de amigas, riendo y moviéndose como si se estuvieran meando, miraban las carteleras en el vestíbulo de los cines, donde olía a palomitas, a ambientador de lavanda y a fantasía en pantalla gigante. Una de ellas se quitó las gafas para limpiar los cristales con una pequeña gamuza que sacó del bolso. Su belleza juvenil quedó desnuda, sonrosada y latente como un corazón.

 

luciérnagas apagadas

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LUCIÉRNAGAS APAGADAS

¡Cuántas veces deambulé sin rumbo, lejos de todo, lejos de ti,

con cáncer de corazón, a la intemperie con los huesos helados,

buscando en los portales prohibidos

un poco de calor humano!

Calles largas y anónimas que olían a monóxido y a rancia tristeza,

figuras sombrías en la boca del metro

como costras en una herida.

Y en una habitación con la ropa tendida en la ventana

el breve milagro de un cuerpo ondulante

como una luciérnaga en la noche oscura del alma.

Fueron tantos años a la deriva, ciego, sin voz, sin Itaca,

tantas luciérnagas apagadas,

que ya no me queda tiempo

para recuperar el tiempo perdido.

 

 

 

YESTERDAY

El hombre anuncio miró fugazmente al mendigo que, postrado como un musulmán rezando, vociferaba maquinalmente con teatralidad de plañidera: "¡Una pequeña ayuda para poder comer por el amor de Dioooossss....!" Después contempló el culo de una muchacha rolliza con una minifalda azul que al andar se le pegaba a las nalgas.

La calle Preciados estaba, como habitualmente, abarrotada de gente anodina que iba y venía observando a las estatuas vivientes, entrando y saliendo de los comercios, haciendo corro alrededor de los charlatanes, de los manteros y de los músicos callejeros.

El trompetista había ocupado el puesto que al morir dejó vacante, junto a la puerta del Corte Inglés, un músico negro que tocaba horriblemente un viejo saxofón que se había encontrado en la basura, un músico negro que había muerto de cirrosis y había sido enterrado por la beneficencia pública en un nicho sin nombre en el Sacramental de San Isidro, un músico negro que se parecía a Ken Norton y que, según solía decir a quien quisiera oírlo, con su risa amarillenta y estridente de animal irracional, allá en su tierra, en América, había pertenecido al Ku Klux Klan.

Con parsimonia, con mimo, sacó de su funda la dorada trompeta y la limpió con una gamuza. A continuación, con un golpe suave que sonó como un beso en la mejilla, le puso la niquelada boquilla, accionó los pistones coronados por botones de nácar, y, apoyando un pie en la pared de granito, se puso a tocar el Yesterday de los Beatles.

El sol del atardecer iba lamiendo las piedras de los robustos edificios de la Gran Vía.

Ella salía del Imaginarium llevando de la mano a un niño regordete y sonrosado como un angelillo del Renacimiento, cuando de repente reconoció el sonido melancólico y aterciopelado de la trompeta, aquella forma de tocar que siempre le recodaba a la película La Estrada de Fellini. Con un nudo en la garganta se abrió paso entre la gente en pos de aquella música tan cálidamente familiar. Con cada nota le venían a la mente los recuerdos de aquellos difíciles años de vino y rosas, de un amor abnegado que se cansó de dar siempre y no recibir jamás, que se secó como un río que ha regado sus orillas con demasiada benevolencia y prodigalidad, un amor que se fue quedando en los huesos con aquel paupérrimo régimen de fracasos, penurias, borracheras e infidelidades.

Se detuvo a cierta distancia. Le impresionó lo viejo y deteriorado que estaba. El pelo completamente blanco, la cara hinchada, abotargada, las bolsas de borracho bajo los ojos deprimidos. No se atrevía a acercarse más, aunque él debió de verla porque, tras un sí bemol desafinado, dejó de tocar sin acabar la pieza, y dándose repentinamente la vuelta, quitó la boquilla y guardó la trompeta en la funda que estaba apoyada en un saliente, junto a una botella de agua mineral. Con la mirada siempre baja, se agachó a continuación para recoger las monedas que había puesto de reclamo en una caja de zapatos. Al ir a guardárselas en el bolsillo, una moneda se le calló al suelo y con un tintineo argentino, con un tintineo casi de esperanza, fue rodando entre los pies de la gente hasta detenerse al borde de una boca de alcantarilla. En un primer impulso hizo ademán de ir a buscar la moneda, pero finalmente desechó la idea, e incorporándose con esos movimientos tan peculiares suyos, con los pantalones caídos, con su aire destartalado, comenzó a andar de aquella manera lenta y desgarbada, y torció la esquina perdiéndose entre la multitud que esperaba en un semáforo.

Ella, viéndolo alejarse, agarró con fuerza la mano del niño, como si se quisiera aferrar a su realidad presente, y contuvo el llanto en los ojos como quien contiene la vejiga, por pudor, por vergüenza, porque no está bien llorar por cosas muertas hace tiempo y ya  olvidadas.

 

 

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