NO es sólo la lujuria que en mí provoca
cuando me inmola suavemente su rotunda desnudez.
Son otras cosas más pequeñas y más grandes:
El calor de sus mejillas, la luz imposible de su risa,
la ternura de su mirada, y ese aroma frutal,
ese aura limpia que desprende de vida,
de colores, de hojas y soles y brisas y lluvias perennes.
Trago el polvo de los caminos en su ausencia
y no encuentro agua que calme mi sed
como el vino que fermenta en su sexo
espesándolo con miel y hierbabuena.
Ese vino que bebo con avaricia en el cuenco de sus labios
hasta emborracharme de belleza y olvido.
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