SE vistió lentamente,
como si el tiempo fuera un aliado de su juventud.
La ropa se deslizaba por su piel
con un rumor de seda y agua.
En la orilla del mar,
las olas derribaban los castillos de arena,
y con sus lenguas de espuma borraban las huellas de la playa.
El mundo se iba haciendo viejo gota a gota,
grano a grano, latido a latido,
y planetas enteros eran devorados
por la boca ciega e impasible de la nada.
Sentí vértigo de perderla, de perderlo todo,
si bien me consoló pensar, que con todo lo demás,
el dolor también se acaba.
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