EL TARTAMUDO
Era alto y espigado, con una nuez pronunciada.
Estaba plantado frente a la chica que le gustaba y quería decirle algo.
Algo que para cualquier otro habría fluido fácil y claro
como el chorro que sale al abrir un grifo.
Pero a él no le salía la palabra,
se le había quedado atascada entre el pensamiento y la garganta
como un hueso de albaricoque que lo asfixiaba,
como un trozo de cristal que le rasgaba las cuerdas vocales,
como una piedra dura y áspera que le secaba el paladar,
como un ascua encendida de ansiedad que le abrasaba la faringe.
La chica le sonrió y se dio la vuelta, como un tren que se alejaba
condenándole a seguir a pie el resto del camino.
Si a veces una simple palabra resulta imposible,
cómo va a ser fácil la vida con toda su complejidad.
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