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locura de amor

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  LOCURA DE AMOR

 

Cuando a Guadalupe Zarza le dio aquel mareo en la calle Jesús del Gran Poder, de no ser por aquella joven que lo sostuvo, se habría roto los cuernos contra el duro y ardiente asfalto bajo el sol canicular de julio.

Lo sentó en un banco de madera podrida y le dio aire con un periódico que encontró en una papelera. Después lo metió en un sórdido bar, "El extremeño", creo que se llamaba, e hizo que se tomara una cerveza con limón y una bolsa de patatas fritas. Jamás nadie se había portado tan bien con él. Su mujer, mismamente, estaba seguro, se habría avergonzado de la escena y con disimulo se habría alejado unos pasos con la excusa de telefonear al 112.

-         Ya te va volviendo el color, cariño, estabas blanco como un cadáver-

La muchacha era un poco gangosa, tenía vegetaciones y la nariz pequeña. La cabeza, por el contrario, la tenía grande. Él la miró con ojos caídos, como los de un mastín que mira una ristra de chorizos. Entonces ella, viéndolo venir, le dijo que se llamaba Tatiana y le confesó que era puta. Demasiado tarde, Guadalupe Zarza ya se había enamorado. ¡Qué locura! ¿Quién se puede enamorar de una puta? Pues hombre, cualquiera, por ejemplo alguien que se ahoga en el pozo oscuro y profundo de la soledad.

Le regaló un corazón de plata que pesaba casi tanto como una de las tetas de la muchacha. Bueno, tampoco hay que exagerar, porque, la verdad sea dicha, las tetas de Tatiana pesaban siete kilos cada una. Una vez su chulo se las pesó en una carnicería marroquí. Seis kilos y ochocientos gramos para ser exactos.

Tatiana ejercía en un antro de sadomasoquismo. Se ponía a cuatro patas sobre las sábanas revueltas, y una negra con cara de mona vieja le azotaba el soberbio culo hasta ponérselo rojo como el culo de un babuino.

-¡Cachonda!- la insultaba a cada azote la negra, con voz espesa y dura- ¡golfa! ¡sorra! ¡mira cómo estás poniendo de cachondo a este señor, mira cómo se le levanta, putilla en calor! ¡eres una puta cachonda, Tati!-

El señor, un viajante de comercio de la Roda, contemplaba la escena babeando como un perro sediento. Tatiana, con el pensamiento en otra parte, reprimía un bostezo y seguía el juego ayeando y ronroneando como una gatita en celo.

-         ¡Ay! ¡qué me haces, ama cruel! ¡sí, sí, me gusta, más más, más fuerte!-

¡Zas, zas zas...!

Guadalupe Zarza no podía concentrarse en nada. Una vez mató a un pajarillo con el coche porque iba pensando en su buena samaritana y no lo vio allí dudando en medio de la carretera (la duda mata). El pajarillo se quedó aleteando, incrustado en el asfalto hirviente, mientras el coche se alejaba por la sinuosa carretera de Chinchón.

Cuando Tatiana contaba lo de Guadalupe Zarza a sus compañeras, éstas, que sólo creían en el amor al dinero y a la propia supervivencia, se reían a carcajadas como las brujas de Macbeth.

-¡Pero qué locos están los hombres!-

Tatiana sentía algo entre el halago y la pena, pero aparentaba autosuficiencia y secundaba las risas mientras se estiraba de la goma de sus minúsculas braguitas rosas.

A Guadalupe Zarza le daban los mareos porque tenía cáncer de pulmón, ya iba a durar poco sobre la tierra, y cuando veía la majestuosidad del sol derramándose en un amaranto atardecer sobre el horizonte, sufría un terrible vértigo existencial, y entonces cogía el móvil y marcaba el número de Tatiana.

- ¡Hola Tati! ¿nos podemos ver esta tarde?-

- Sí, te espero aquí- Respondía ella con la voz un poco cohibida.

- Vale, Tatiana, un beso-

Bueno, pensaba Guadalupe Zarza cuando colgaba, peor sería llamar a una vidente.

Tatiana estaba pensativa sentada en una silla junto a la puerta. De repente un gran alboroto la rescató de sus estériles pensamientos. En el rellano de la escalera se estaban pegando un negro gigante y el vigilante de seguridad del edificio. Iba ganando el negro.

Tatiana, con una clarividencia repentina y una expresión de virgen contemplativa, se sintió cautiva en aquel mundo marginal de crimen y mentiras. Sabía que nunca podría escapar de allí. Tuvo la certeza de que el amor es un imposible, una mentira más grande que sus aburridos números de sadomasoquismo, un juego cruel y cínico sobre una burda realidad de compartimentos estancos donde no había sitio para los nobles sentimientos. Sintió rabia hacia su atento y meloso galán.

Guadalupe Zarza, por su parte, al que en el fondo ya le daba igual que el amor fuera verdad o mentira, se perfumó los sobacos con colonia después de ducharse, y se cortó frente al espejo los pelillos de la nariz.

-¡Tati!-

-¡Quéeee!-

-¡Ya está aquí el señor!-

-¡Voooooy!- 

 

 

 

LA DIENTES

 

La llaman la Dientes porque no tiene ninguno. Ya casi no vale para puta, con ese cuerpo derruido como una pared de adobe, con esa cicatriz que parece una boca paralela en un rictus de asco, y ese careto de muerta a la que se han olvidado cerrarle los ojos. Un cuerpo decrépito y paticorto que parece hecho de plastilina por un niño de guardería.

Después de un vano intento en el mundo de la videncia "Carmen Azul, videncia biocibernética y organométrica", ahora la usan como manporrera, y para sostener las hiperbólicas ubres de Tania la Holandesa mientras el cliente le azota el culo hasta ponérselo rojo como un tomate. A Tania la Holandesa le gusta que le azoten el culo "¡Más fuerte, mi amor!". No sé, será por algo de la infancia, supongo, vaya usté a saber.

El marido de la Dientes se llama Pepe Baquetas y fue cabo de la legión. Una vez mató a un moro de un navajazo durante una pelea en una taberna por una discusión de fútbol. El caballero legionario no quiere que su mujer se lave, dice que una hembra tiene que oler siempre a hembra y no a jabón ni a perfume, que eso es cosa de maricones.

El legionario es un borracho crónico, y a veces, cuando llega a las cuatro o a las cinco de la mañana dando tumbos y canturreando rumbas de Peret, la Dientes no le abre la puerta y el pobre tiene que irse a dormir a las tinajas de una bodega abandonada que hay en las afueras de Legazpi, donde el agua estancada del Manzanares hiede un poco como su mujer, vamos que apesta.

Es difícil encontrar una tinaja libre con tanto borracho y malcasado como prolifera en estos tiempos de crisis. Una crisis pone a cada uno en su lugar.

-¡Ocupada!- Le responde una voz de ultratumba cuando asoma su apepinada cabeza, con ese rostro de caricatura, cejijunto y con su gorrilla de "Repuestos Autosanz", por la boca oscura de una tinaja.

-¡Ocupada!- Repite otra voz de tabernícola en la siguiente tinaja.

Las edades del hombre son cinco. En la primera tiene una cuna. En la segunda, cuando crece, una habitación. En la tercera, cuando madura, tiene una casa o en su defecto una tinaja. En la cuarta, de viejo, abandonado en un geriátrico, tiene únicamente una cama que parece una cuna. Finalmente sólo es dueño de un ataúd. Qué extraño ese trance de la muerte, me muero por saber cómo será. 

El calor ha vuelto, y un sol deslumbrante y ardiente como el amor de los adolescentes, ablanda el duro corazón del asfalto.

-¿Y no te duele la espalda, niña?- Pregunta la Dientes a la viciosa Tania la Holandesa, mientras el cliente, que ha pagado un dúplex, sigue a lo suyo.

El cliente es un moreno gigantesco de obesidad mórbida, procedente de Liberia (igual podría proceder de Fregenal, tampoco hay tanta diferencia). Tiene posaderas de mamut. Lleva en la oreja una especie de colmillo de rinoceronte, pero con ese cacho cabezón que tiene, el colmillo parece más bien la cabeza de un alfiler. Cuando el gigante se sienta en la taza, diríase un elefante que se asusta de un ratón y se sube a un taburete. Los pantalones se los debe de hacer a medida una brigada de costureras, tal vez con la vela de un barco. Cuando el cetáceo pasea con su novia por la Gran Vía con sus andares de hipopótamo, parece un niño gigante que lleva una barbi  en la mano. Es músico. Toca la trompeta, hinchando mucho los mofletes, cerca del Palacio Real. En sus labios abultados la trompeta parece el silbato de un árbitro de fútbol.

-         No me toques el coño, Trini, que no te has lavado las manos-

La Dientes retira sus cetrinos dedos del coño rasurado de la Holandesa, pidiendo humildemente perdón.

En el zaguán de la casa, cuatro putas descascarilladas y zafias ríen con sus caras de brujas y sus dientes mellados. Se ríen de un cliente que sale de la habitación con los pelos de punta como si fueran un polvoriento matojo de tomillo.

-¿Y ese peinado tan moderno, cariño?-

El cliente, que es subalterno adjunto en una subsecretaría de una subdelegación, las mira amohinado con sus gafas de aumento llenas de mierda, y baja las umbrías escaleras detrás de un negro calvo con vestimenta tropical.

Las putas, un poco aburridas, se ponen a hablar por el wasap. Joder con el invento ese del wasap de los cojones. Sin embargo no hay que restarle importancia. Si los antiguos hubieran tenido wasap, la Historia habría sido otra. Imaginaos a Jesús en el Monte de los Olivos, de repente le llega un mensaje que lo saca de sus estériles cavilaciones. "J.C., espabila coño, q el cabrón del Judas t ha vendido por cuatro perras" "Ok, gracias Pedro, un brazo, no saldo" Y el hombre habría tenido toda una noche para correr campo a través evitando así que lo prendieran. O imaginaos a César desayunando antes de salir para el Senado aquel aciago día de marzo. Calpurnia, seguramente metida en el ajo, lo apremia para que acabe los kelos. De repente a César le suena el móvil. Es un mensaje de un centurión que cruzó con él el Rubicón y que se ha escondido detrás de un árbol con la excusa de ir a plantar un pino. "Ávete, César, Brutus y otros cuatro notas t kieren dar matarile" Entonces el divino César le haría un corte de mangas a su mujer. "¡Hoy al Senao va a ir tu puta madre!"

En la salita, una puta nueva que es casi una niña, morena y prieta de carnes, está viendo las motos en la tele. Hay que ver lo deprisa que corren las jodías, y total  para al final volver siempre al mismo sitio. Es un poco como la vida, piensa mientras aplasta una cucaracha con su rojo tacón de princesa paria.

 

 

 

 

 

las sirenas del arroyo

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LAS SIRENAS DEL ARROYO

 

LA DIENTES

 

La llaman la Dientes porque no tiene ninguno. Ya casi no vale para puta, con ese cuerpo derruido como una pared de adobe, con esa cicatriz que parece una boca paralela en un rictus de asco, y ese careto de muerta a la que se han olvidado cerrarle los ojos. Un cuerpo decrépito que parece hecho de plastilina por un niño de guardería.

Ahora la usan como manporrera, y para sostener las hiperbólicas ubres de Tania la Holandesa mientras el cliente le azota el culo hasta ponérselo rojo como un tomate. A Tania la Holandesa le gusta que le azoten el culo "¡Más fuerte, mi amor!". No sé, será por algo de la infancia, supongo, vaya usté a saber.

El marido de la Dientes se llama Pepe Baquetas y fue cabo de la legión. Una vez mató a un moro de un navajazo durante una pelea en una taberna. El caballero legionario no quiere que su mujer se lave, dice que una hembra tiene que oler siempre a hembra y no a jabón ni a perfume, que eso es cosa de maricones.

El legionario es un borracho crónico, y a veces, cuando llega a las cuatro o a las cinco de la mañana dando tumbos y canturreando rumbas de Peret, la Dientes no le abre la puerta y el pobre tiene que irse a dormir a las tinajas de una bodega abandonada que hay en las afueras de Legazpi, donde el agua estancada del Manzanares hiede un poco como su mujer.

Es difícil encontrar una tinaja libre con tanto borracho y malcasado como prolifera en estos malditos tiempos de crisis.

-¡Ocupada!- Le responde una voz de ultratumba cuando asoma su apepinada cabeza,con ese rostro de caricatura, cejijunto y con su gorrilla de "Repuestos Autosanz", por la boca oscura de una tinaja.

-¡Ocupada!- Repite otra voz de ogro en la siguiente tinaja.

El calor ha vuelto, y un sol deslumbrante y ardiente como el amor de los adolescentes, ablanda el duro corazón del asfalto.

-¿Y no te duele la espalda, niña?- Pregunta la Dientes a la viciosa Tania la Holandesa, mientras el cliente, que ha pedido un dúplex, sigue a lo suyo.

El cliente es un negrazo gigantesco de obesidad mórbida, procedente de Liberia. Tiene posaderas de mamut. Lleva en la oreja una especie de colmillo de rinoceronte, pero con ese cacho cabezón que tiene, el colmillo parece más bien la cabeza de un alfiler. Cuando el gigante se sienta en la taza, diríase un elefante que se asusta de un ratón y se sube a un taburete. Los pantalones se los debe de hacer a medida una brigada de costureras, tal vez con la vela de un barco. Cuando pasea con su novia por la Gran Vía, parece un niño gigante que lleva una barbi  en la mano. Es músico. Toca la trompeta, hinchando mucho los mofletes, cerca del Palacio Real. En sus labios abultados la trompeta parece el silbato de un árbitro de fútbol.

-         No me toques el coño, Begoña, que no te has lavado las manos-

La Dientes retira sus cetrinos dedos del coño rasurado de la Holandesa, pidiendo humildemente perdón.

En el zaguán de la casa, cuatro putas descascarilladas ríen con sus caras de brujas y sus dientes mellados. Se ríen de un cliente que sale de la habitación con los pelos de punta como si fueran un polvoriento matojo de tomillo.

-¿Y ese peinado tan moderno, cariño?-

El cliente las mira amohinado con sus gafas de aumento llenas de mierda, y baja las umbrías escaleras detrás de un negro calvo con vestimenta tropical.

En la salita, una puta nueva que es casi una niña, morena y prieta de carnes, está viendo las motos en la tele. Hay que ver lo deprisa que corren, y total  para al final volver siempre al mismo sitio. Es un poco como la vida, piensa mientras aplasta una cucaracha con su rojo tacón de princesa paria.

 

 

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