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cuestión de tiempo

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BARRO EN LAS SUELAS Y VENENO EN LAS VENAS

 

 Escribir es reír

                                                                   ¿Quién no tiene abismos bajo los pies?

PÁGINAS NEGRAS

Miraba por la ventanilla cómo las gotas de lluvia se deslizaban por el cristal lentamente, concentradas, hasta que de repente aceleraban la caída, como si se suicidaran, dejando una estela sinuosa, absurda, demente, para acabar muriendo en la goma del cerco, sobre la huella húmeda de otras gotas muertas, gotas que reventaban por su propio peso y ya rotas y dispersas, se las llevaba el viento.

Las farolas de la carretera, con su lúgubre resplandor, se iban sucediendo como espectros fugaces, como fuegos fatuos que acentuaban a su alrededor la oscuridad de la noche.

En el autobús olía a mierda, a mugre, a pobreza, a sudor  rancio, a madrugones angustiosos, a hacinamiento vespertino, a tristeza y desesperanza.  Aunque a la entrada de Vallecas pueblo, las irisadas luces de la navidad parecían alegrar un poco la gris rutina existencial.

Estaba cansada. Si bien podía decirse que  había sido un día tranquilo, casi alegre, me atrevería a decir. Las doce horas en la fábrica de pasteles habían transcurrido de forma analgésica, bajo la pálida luz de las bombillas que se alineaban en el techo de uralita a lo largo de la nave. No le habían dado esos ataques de ansiedad como otras veces, ni había llorado sobre la blanca levadura cuando transportaba por el angosto y sombrío pasillo las bandejas de hojalata. Y hasta se había comido a media mañana un pastelito de crema recién sacado del horno.

Al llegar a una rotonda muy iluminada vio su rostro reflejado en el cristal. Aunque todavía era joven y hermosa, tenía los ojos marchitos, apagados como una farola apedreada. ¿Cuánto tiempo hacía que no reía?  De vez en cuando se reía en el trabajo, es cierto, con algún chiste verde o alguna ingeniosa ocurrencia que hacía la Feli, su oronda compañera de la derecha, pero era una risa refleja, maquinal, de dientes para afuera, porque lo que se dice reír, reír de verdad, con esa risa espontánea que limpia como una aire fresco todas las preocupaciones e ilumina el alma y el rostro, de eso hacía ya mucho tiempo.

Observó que el conductor del autobús tenía una oreja más grande que otra, una oreja que se movía con los baches como la de un perro pachón.

Llegar cansada, hacer la cena, ayudar a los niños con los deberes, acostarlos, y por fin, con los pies doloridos y la cabeza ardiendo, encerrarse en su habitación para llorar desahogadamente como quien ha retenido demasiado tiempo la vejiga llena.  Llorar porque se sentía sola y desamparada, porque el banco le iba a quitar la casa, porque su exmarido seguía amenazándola con un odio extremo que ella no comprendía.

-          Mira,- le había propuesto ella con voz trémula y desesperada, en la última reunión de mediación familiar que tuvieron con la asistente social- tú pagas lo que se debe del piso, te vuelves a hacer cargo de tus hijos y yo olvido todo lo que me has hecho para que volvamos a ser una familia-

Él la miró en silencio como si no la reconociera. Buscando algo en sus ojos. Buscando ese amor profundo que ya no podía existir después de tantas páginas negras. Ella estaba dispuesta a inmolarse, pero por más que escarbaba como un perro sediento en los recuerdos, intentando desesperadamente desenterrar aquellos primeros años en los que la esperanza vencía siempre a las penurias, no lo conseguía, como un orgasmo que se necesita y se finge amargamente, porque ya la carne está seca de desamor y descreimiento.

Lloraba sobre todo por los niños. Porque el mayor, Eugeniete,  ya se daba cuenta de todo y por eso, taciturno y ausente, con sus orejas grandes y su delgadez extrema, se refugiaba en el fútbol, soñando obsesivamente con llegar a ser el defensa central de un equipo de primera división. Aunque se veía ya por su constitución física que sería muy bajito para central, él en sus sueños libertarios despejaba de cabeza todos los balones. Y la pequeña, Elvirita, tan poquita cosa, tan inteligente, tan vulnerable.

El autobús se detuvo en la parada de la plaza del mercado con un largo resoplido de los frenos. Los pasajeros fueron bajando en silencio, cansina y perezosamente.  Ya en la calle se pusieron a correr apremiados por la lluvia que caía con fuerza, cubriendo sus cabezas con aquello que tenían a mano, chaquetas, carpetas, periódicos, los menos previsores que  por la mañana no se habían llevado el paraguas.  

Ella abrió el paraguas negro que le habían regalado en la Madre Coraje,  y bordeando el autobús cruzó la calle Monte Igueldo cuando el semáforo se puso en verde.

Entonces, al doblar la esquina del grafiteado callejón que llevaba a su casa, ("Antes eras una puta y ahora eres una puta mierda" "Viva yo y tú" "Te quiero Merche" eran algunas de las frases más o menos legibles, entre la demencial miscelánea de colores y trazos anárquicos que inundaban las paredes), lo vio de repente como a un fantasma escapado de una abrumadora pesadilla. Allí estaba, plantado bajo la lluvia como un resucitado, con los brazos caídos a lo largo de los costados, y aquella mirada de loco, violenta, enfebrecida, que tanto miedo le daba.  

Instintivamente echó a correr dejando caer el paraguas al suelo, inclinando el cuerpo hacia adelante, las piernas trabadas por el terror, entumecidas por el veneno del miedo. Cerca del Hogar del Jubilado tropezó con el bordillo de la acera y cayó de bruces sobre el barro, sintiendo fuego en las rodillas, en los pechos y en las manos. Como no podía levantarse, herida y magullada se arrastró hasta la puerta de una farmacia. El farmacéutico y el conductor del autobús se acercaron corriendo a socorrerla.

Ella, aterrorizada como un animal acorralado, miró a la esquina donde lo había visto. Ya no estaba. Había desaparecido como una pesadilla al despertar, dejando el ácido tufo de terror de su presencia amenazante.

La lluvia formaba charcos sobre el suelo embarrado. Sintió barro en la boca, el barro en que se habían convertido las ilusiones de su vida.

 

 

 

 

UNA SERPIENTE ENTRE LA HIERBA

El fraile leía a san Agustín en el retiro de su celda.

"Grande sois, Señor, y muy digno de toda alabanza"

El fraile había ingresado en la ermita idense de la Cabrera, en el corazón de la sierra del mismo nombre, tras una demencial vida mundana de desengaños y búsqueda sin respuesta.

Dos matrimonios fracasados, cuatro hijos que ya volaban solos y que hacía tiempo habían renegado de él, una nietecita preciosa a la que sin embargo sólo podía ver furtivamente por la ventana de la guardería, varias empresas quebradas, entre ellas una de comida a domicilio y otra de venta de coches de importación, una angina de pecho, una operación de corazón...

Tomó la decisión como san Pablo en el camino de Damasco. Una noche salía de un puticlub en la carretera de Ocaña, con la cabeza embotada como siempre por un estruendo de melones rodando por una cámara, cuando al subir a su coche fúnebre... (Se había comprado un coche fúnebre en el Segunda Mano por muy poco dinero. En coche fúnebre iba a los bautizos, a las bodas e incluso a los entierros. Lo aparcaba en su puerta, con la consiguiente alarma de los vecinos, y en los aparcamientos abarrotados de los clubs de carretera. Ni siquiera le había quitado la bendecida cruz del capó, no tenía miedo a que se la robaran. Era un doger de color verde oliva, potente, elegante y con un amplio maletero, que llamaba la atención de todo el mundo) Al subir, decíamos, a su coche fúnebre, justo cuando empezó a sonarle el móvil con el himno de la legión, miró a las estrellas y el mundo le pareció insignificante, y él un piojo sobre la insignificante piel del mundo.

"Es hora de dejar esta paupérrima existencia" le dijo la voz interior de la Revelación que acababa de tener.

El vicario general de la diócesis de Getafe, que era un amigo suyo de su misma aldea con el que se había ido de putas algunas veces, le echó una mano en los complejos trámites de ingreso. Tuvo que esperar un tiempo, a que un fraile nonagenario y ciego que ya solo estorbaba como un ficus seco, acabara de morirse con un poco de ayuda.

Entró en clausura a principios de otoño, con los acostumbrados votos de castidad y pobreza, y tras superar todas las pruebas, ahora despuntaba ya la primavera. En primavera todos los pájaros vuelan. Y también en verano.

"Y vi claramente que son buenas las cosas que se corrompen"

El fraile miró por la ventana. El jardín estaba brotando como los pechos de una pubescente, bajo un sol suave y espléndido que insuflaba en las venas ganas de vivir. Una brisa viva, inquieta, sacudía los árboles con una fragancia dionisiaca. Toda la naturaleza parecía cobrar vida, y hasta las piedras en lo alto de las montañas, latían como corazones apasionados.

"Hay pues dos voluntades, ninguna de las cuales es completa"

 Entonces la vio entre un grupo de turistas que visitaban el monasterio. Una belleza blanca y doliente de virgen. Una gordura carnal y adolescente que restallaba en la imaginación como la herida de un látigo sobre los orondos glúteos de una yegua joven.

Se santiguó. Se dio cuenta de repente de que hacía ya casi nueve meses que no copulaba con una mujer. ¡Nueve meses! Se dice pronto. Demasiado tiempo para un lascivo lujurioso como él. Si dejar el tabaco había sido duro, imagínese dejar la carne.

"¡Maldito seas, torrente de los vicios mundanos!"

Apartó la vista de la ventana como si huyera del fuego del infierno, y subiéndose con el dedo índice las gafas de ver de cerca, continuó leyendo en su devoto libro, intentando inútil y desesperadamente recuperar la paz de espíritu.

"No Sois susceptible ni de mancilla, ni de cambio, ni de alteración"

Las manos le temblaban, le temblaba también un ojo y el bigotito marcial, le sudaba la calva y el corazón le latía desbocado. Una lucha ciega y sangrienta se libraba en su interior, una serpiente deslizándose con sigilo entre la hierba.

"Yo no quería despegarme todavía de los bienes terrenales"

Tras la ventana, la joven ninfa, con sus voluptuosas formas, se agachó a coger una florecilla del jardín. Y entonces, al quebrar el tallo, un denso y oloroso chorrito de savia blanca se derramó sobre sus pequeños dedos.

El fraile, con la voluntad vencida, volvió a mirar por encima de las gafas y vio la flor y la mano mancillada de la muchacha. La cabeza le empezó a dar vueltas y las lágrimas asomaron a sus ojos pecadores. Para no caerse, tuvo que agarrarse al respaldo de su silla de anea.

"¡Alejad de mí las concupiscencias del vientre!"

El padre prior, con sus gafas de culo de vaso, los pelos de las cejas enhiestos como palmas de pasión, una visera de fertilizantes chilenos cubriéndole la cabeza, una camisa de cuadros abotonada hasta el cuello, y las perneras del pantalón demasiado cortas, dejando ver las canillas con los calcetines negros y las blancas zapatillas de jubilado, señalaba a los visitantes una serie de ridículos y surrealistas bancos de hierro que había donado un famoso escultor de la localidad. 

"Porque todo lo que nace del amor es bueno"

Las primeras moscardas verduscas de la primavera se pegaron golosamente al cristal.

"Sólo Vos, Señor, poseéis el reposo permanente"

El fraile, con la cara desencajada, cerró las Confesiones sobre su pobre mesa de madera, y haciendo un último esfuerzo baldío de heroica resistencia, dio la espalda a la ventana y tomó de un anaquel repleto de viejos libros, que le evocaron pequeños ataúdes de sueños irrealizados, la Metafísica de Aristóteles. 

Tras la ventana, la sirena sonreía, lánguida, ahogadamente, como una mortal tentación.

 

 

 

 

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ME INUNDAS de belleza y juventud.

He estado tanto tiempo sediento de ti,

que tengo grietas abiertas por todos mis poros,

como un cubo viejo abandonado a la intemperie.

Apenas te retengo el instante de un orgasmo,

y enseguida te deslizas, te viertes,

te evaporas como una nube

inalcanzable desde el subsuelo.

No me mires así, como si fueras el sol,

deja de jugar conmigo con el fuego de tu perfección.

Respeta por lo menos las cosas que más quiero.

 

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SE VISTIÓ LENTAMENTE,

hermosa y delicada como si acabara de nacer de las aguas.

No sé si era su cuerpo caliente

o el sol que entraba por la ventana

lo que iluminaba la habitación.

Quédate para siempre en este instante

como el sonido del mar en las caracolas.

Pero al darse la vuelta, su mirada

me recordó andenes y trenes partiendo.

Cogió su abrigo, su bolso, y antes de cerrar la puerta

me ungió con el último beso.

La habitación volvió a quedar a oscuras.

Las flores se deshojan y las aves emigran

cuando se acerca el invierno.

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¿SEPARNOS?

¿Cómo se puede separar la piel del cuerpo,

la función del órgano,

el tuétano del hueso,

la belleza de tu rostro,

la llama del fuego,

el pensamiento de la palabra,

el amor del miedo,

la respiración del aire,

el aire del viento?

Y sin embargo tenemos que separarnos,

como se separa el calor de la sangre

cuando la vida ha muerto.

 

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Y SE ALEJA CAMINANDO ENTRE LA NIEBLA,

bajo la lúgubre luz de las farolas,

cuando las ratas salen y los bares se cierran.

Tropieza con sus tacones al cruzar las vías del tren,

el rimel corrido, rotas las medias,

 la boca de payaso, ateridas las tetas.

Lleva la soledad como una sombra, como un sudario,

hacia un amanecer sin pájaros,

hacia una casa sin ventanas ni puertas.

¿Fue niña alguna vez, fue amada, fue siempre vieja?

Pasa algún coche con los faros temblando,

e indiferente a su dolor, se pierde entre la niebla.

 

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VEINTE AÑOS Y UN DÍA

¿Cuándo dejará de quererme?

¿Dentro de un día?

¿de veinte años?

¿de veinte años y un día?

¿Cuándo me cerrará su carne como una lápida de mármol?

¿Cuándo empezará a hacerme sentir pequeño y avergonzado?

O quizás ya no me quiere.

A veces siento un muro rodeando su cuerpo,

voy a tocarla y echa a volar como si no me conociera,

o se queda quieta como un pájaro muerto.

No sé qué palabras decirle para resucitarme.

Siento que mis pies se hunden

y las cosas cambian de sitio.

Donde había un árbol hay una piedra,

donde estaba su foto hay un cuchillo.

¿Cuándo se secarán los esquejes que plantamos?

¿Cuándo empezarán a sangrar las heridas que nos infringimos?

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EL MURO

Las presas bailaban en medio del patio. Saladas, flamencas, con gracia andaluza.

"Yo quiero un novio, yo quiero un novio que me lleve a la bahía..."

Caía una fina lluvia que se quedaba enganchada en la alambrada de espino como gotas de rocío temblando en las hojas.

De repente se oyó una voz, semejante a un lamento, que salía por una grieta del muro que separaba el patio de hombres del de mujeres.

-¡Rosario, Rosario!-

-¡Rosarito, Rosarito!- repitió una gitana famélica con los dientes podridos, que estaba presa por tráfico de heroína, dirigiéndose a una muchacha guapa y sonrosada que bailaba como si estuviera en éxtasis, la boca entreabierta, una mano en la cabeza y la otra en la cadera- ¡que te llama tu hombre!-

-¡Déjame en paz, puñetos,- gritó Rosarito dirigiéndose al muro, descolorido y resquebrajado como la piel de una momia- no quiero saber nada de ti, se acabó, mentiroso,...sinvergüenza!-

- Anda, ven, Rosario,- insistió el muro con un tono suplicante y lastimero- sólo quiero hablar un rato contigo-  

- ¡Búscate un sicólogo si te apetece contar tu vida!, ¡a ver, qué, qué quieres!- Protestó Rosario acercándose muy despacio al muro, como un domador desarmado que se acerca a una fiera enloquecida.

-Anda, ven, acércate más, mujer, que estás mu guapa esta tarde-

- ¿Y cómo sabes tú si estoy guapa o fea si no puedes verme?-

- Pero te huelo, hueles como los niños y como la tierra mojá-

-¡Qué bonito!, no, si hablar se te da muy bien...e insultar también, bien que ayer me mandaste a tomar por culo, ¿o se te ha olvidao ya, celoso de mierda? pues a mí no-

- Anda, ven, Rosario,- el muro bajó la voz buscando la intimidad- que tenemos poco tiempo, ven aquí a mi lao-

- ¡Que no, Kaliche, qué quieres, déjame en paz de una vez, puñetos!- Siguió quejándose la muchacha, mientras pegaba su mejilla y sus manos al muro tras el que estaba encerrado su hombre-

- Dime, Rosario, ¿todavía te sigue molestando el funcionario seboso ese de los ojos saltones?-

- Sí, me da mucho miedo cuando me mira como un salío-

- Es que eres muy guapa, Rosario, tienes cara de ángel y cuerpo de demonio-

- ¡Qué voy a ser guapa si estoy gorda como una vaca, mira qué lorzas tengo!-

- No estás gorda, bueno, estás gorda de las tetas y del culo que es de donde tiene que estar gorda una mujer, oye, chacha, acércate más, dime una cosa, ¿qué llevas puesto?-

- Un chándal, ¿por qué?-

-¿De qué color es?- Continuó preguntando la voz del muro, poniéndose espesa y ronca.

La lluvia arreció y las presas y los presos corrieron a refugiarse bajo los salientes de los tejados.

-¡No te vayas, Rosario!, di, de qué color es el chándal-

-...rosa-

- Lo sabía,- la voz guardó silencio, detrás del muro se oía entre la lluvia un ruidito como de topos escarbando la tierra, luego dijo con un hondo jadeo:- mete la mano por debajo y tócate como si te tocara yo, anda, chacha, hazlo por mí-

- No seas guarro, Kaliche, sabes que no se puede, nos está mirando todo el mundo-

- Sólo tócate un momento, chacha, no hay nadie mirando-

La muchacha miró a su alrededor, y tras un impás, ruborizándose un poco, introdujo lentamente su mano buscando ese calor vaporoso y entrañable que simboliza el fuego entorno al que giraban los hogares primitivos.

-          Ya está, so tonto-

-          Ahora tócate las tetas, apriétalas como si te las agarrase yo-

-          No, que tú eres muy bruto, yo lo que necesito son caricias, Kaliche-

-          No puedo vivir sin ti, Rosario, eres mi condena, siempre estoy pensando en tu cuerpo, te huelo en el aire como un perro, me vuelves loco, niña, me dan cosas raras a la cabeza cuando te imagino desnuda, me pongo a temblar y a echar espuma por la boca, anda, chacha... azótate el culo, quiero oír cómo suena tu carne-

-          Pero qué enfermo estás, Kaliche, estás loco ¿lo sabías?...a ver,- la voz de la chica sonaba ahora como cera derritiéndose-  cómo quieres que lo haga...¿así?-

La carne joven restalló en el triste aire carcelario, como si el sol saliera de pronto entre las negras nubes de una larga condena. Hasta empezó a oler a mar y a naranjales.

-          ¡Rosario, Rosario!- Gritó la gitana de los dientes podridos desde el otro extremo del patio- ¡vente ya p acá, mujer, que te estás empapando!-

-          ¡Espera un poco, Rosario, no me dejes así!- Gruñó Kaliche apretando los dientes, (tenía uno de oro), como si se pellizcara una herida para que saliera la mala sangre.

-          Me tengo que ir ya, Kaliche, no soy una puta, entérate, pero tú quieres siempre que haga de puta para ti, me haces sentir como un objeto, puñetos, si no fuera porque me das mucha pena...-

-          ¡Rosario, Rosario!-

Podía verla a través del hormigón del muro, el pelo suelto sobre la espalda mientras corría a refugiarse de la lluvia, los pezones hinchados como brotes de rosas, esa belleza saludable que se le inmolaba milagrosamente, a pesar de todos los muros y condenas del mundo, como una montaña que es capaz de sostenerse, por unos minutos, sobre un grano de arena. Podía sentirla, tocarla, oírla, ese sabor a sudor de sexo y miedo, a ternura, a violenta lujuria.

-¡Rosario, Rosario!-

Las tripas se le bajaron hasta las ingles, como un coche que se queda sin amortiguación. Sin ella se sentía como una garrapata que tiene que abandonar el pellejo de un perro muerto.

La gitana de los dientes podridos se acercó por detrás a la guapa Rosario, que miraba tristemente hacia el muro con sus grandes ojos castaños, y le hizo cosquillas en la oreja con una pajita que movía entre los dientes.

-¡Olvídalo, niña, pero qué coño has visto en el chorvo moruno ese, con la de hombres que hay en el mundo, bueno....y también mujeres-

- No sé que me ha dao este gilipollas, Paqui, sólo tengo ojos para él, no sé qué tiene, lo quiero, ¿sabes?, algunas veces lo quiero más que a mi libertad-

Sonó la sirena. Por la grieta del muro crecía un poco de musgo, un trozo de vida pequeña, sin cimientos ni futuro.

-¡Rosario, Rosario!-  

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AQUÍ tienes las llaves de mi vida.

Has vencido.

Jamás rozaron mis flechas las torres de tu belleza altiva.

Concédeme una muerte rápida,

o si decides dejarme vivo,

destiérrame a donde no pueda pensarte.

Hay demasiado humo de pólvora en mi cabeza.

Y tengo los huesos apaleados

de andar arrastrándome en la trinchera,

oyendo silbar las balas, luchando sin ningún sentido.

De mi casa apenas queda el pálido hueco

de un retrato arrancado de la pared.

Y una mano que me grita entre hierros retorcidos.

Dicta ya tu sentencia. Es la hora de pagar.

Has vencido.

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¡AY!, ya no se ilumina el espejo cuando se mira en él.

Parece un arado abriendo surcos

el lápiz de rimel sobre su piel.

Sus ojos aún son hermosos,

con una belleza maternal y doliente,

triste como la luna dentro de un pozo.

Pero sus labios son dos pétalos descoloridos.

La vida, con sus trabajos y sus días,

le ha roto los dientes o se los ha oscurecido

como rincones húmedos y sombríos de una vieja iglesia.

Pero bueno, levanta ese busto caído,

que todavía hay bocas que lo desean,

todavía queda sol en la tarde,

y tal vez milagros en la primavera.

señora española se ofrece

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SEÑORA ESPAÑOLA SE OFRECE

"Me decía, te quiero mucho Rubi, pero era mentira, era un zorro y me utilizó como quiso, claro, como era veinte años mayor que yo y me conoció siendo yo una niña inocente recién llegada de Bélgica..., cuando se cansó de mí me abandonó como a un perro con mi niña pequeña, dejó de correr detrás de mi culo para correr detrás del de otra más joven, aunque yo todavía soy joven, es evidente, ¿no?, tengo treinta y tres años, tú me dirás, aunque por la cara parece que tengo veinte, siempre he tenido esta cara de niña, y más si me dejo el flequillo, así, mire, me parezco un poco a Doroty, ¿verdá?, la protagonista del Mago de Oz, aunque siempre he estado un poco gorda, que todo hay que decirlo, sobre todo de tetas y culo, me da un poco de vergüenza decirlo,  pero soy muy guapa de cara, un poco cara de monja, con perdón, como me decía mi madre que en paz descanse, pero qué le vamos a hacer, sin embargo ya ve usted a lo que me ha empujado la vida....fffchchch, fchhhh....perdone que me desahogue pero es que soy muy llorona, yo vivía como una reina, buena casa, buena ropa, buenos coches, viajes, dinero, pero cuando quebró la empresa de mi marido a él le dio por beber e irse de putas todas las noches, hasta que conoció a una colombiana más joven que yo y me dejó por ella, yo no sé qué le dio la chumaca aquella, pero yo enseguida noté que ya no me quería, qué ojos más hinchados tienes, me decía por las mañanas, pero qué vieja estás, y ya ves tú, él sí que está viejo, que tiene cuatro pelos en la cabeza que parece un sisón o una calavera desenterrada, roncando como un mureco en el sofá y con la cara roja y agujereada como si se la hubieran comido las polillas, por no hablar de esa joroba que tiene, que parece que lo han colgao de una percha, cuando se pone la bata para tirar la basura con esos andares que parece un camello que se ha escapado del zoo, lo que pasa es que yo nunca se lo dije para no herirle, porque lo quise de verdad, a lo mejor en la cama no era como él quería que fuera, como las colombianas esas que mueven el culo cuando andan, pero no todo consiste en la cama, digo yo que también hay otras cosas, ¿no?, yo soy limpia y decente, por ejemplo, pasé más de un año sin saber nada de él, y un día me enteré de que regentaba un restaurante en Brunete que se llama el Conejo Montés, así que me fui para allá con mi niña y allí me lo encontré que parecía El Padrino, sentado en una mesa con un puro así de grande en la boca, hombre, Eloy, le dije, qué casualidad, él se puso más blanco que estas sábanas, pero no dijo nada, ni siquiera invitó a su hija al helao que se comió, me fui llorando de allí, se lo dije a mi abogada pero me dijo que como no se podía demostrar que el restaurante era suyo no había nada que hacer, así que, antes de que el banco me embargara la casa para encima todavía seguir debiéndoles la hipoteca a los usureros esos y acabar en un pau entre gitanos y chobolistas, me puse a buscar trabajo, venga a pegar carteles por las tiendas, las farolas y las paradas de los autobuses, señora española se ofrece, treinta y dos años, limpia y de confianza, para limpiar casas o portales, tareas del hogar, cuidar y acompañar a personas mayores, trato esmerado, educada, responsable y con experiencia, me llamo Aga, pero nada, cuando decía que cobraba diez eros la hora les parecía caro, digo ¿caro diez eros? ¿qué soy yo, un animal, una esclava? me parece indigno trabajar por menos de diez eros, así que me dijo una amiga mientras tomábamos café, mira, Aga, uhhhh, no te enfades por lo que te voy a decir, pero muchas mujeres que yo conozco, casadas y separadas también, y hasta alguna viuda en apuros, cogen el autobús todas las mañanas y se van a la Gran Vía a ganarse el pan como dios manda, se ponen a mirar los escaparates hasta que llega un señor muy educado y así como quien no quiere la cosa les propone sexo y se van a un hotel cercano, yo le dije antes de prostituirme me tiro desde un puente, pero si te tiras desde un puente, Aga, ¿qué va a ser de tu  Sarita?, que no, que no, y  mil veces que no, yo no me abro de piernas ante un extraño, dice es un trabajo como otro cualquiera, ya verás, mujer, al principio cuesta un poco poner el chichi, yo no digo que no, así lo dijo ella, pero después te lo lavas y lo estrenas, en cuanto te acostumbras desconectas y en lo único que piensas es en lo bien que te va a venir el dinerito que te has ganado honradamente, bueno, honradamente es un decir, pero te lo has ganado con tu esfuerzo, además, si el caballero no te gusta haces como que te ofendes con su proposición y sigues mirando tiendas hasta que aparezca otro tío que te guste más, tú todavía estás de muy buen ver, se acercarán a ti como moscas a la miel, si lo piensas un poco todos los hombres son igual de animales y de niños, distintos olores, distintos sudores, pero en el fondo la misma soledad y la misma desesperación, dije que no, Odisa, no insistas, antes me tiro desde un puente, si no fuera por mi niña ya me habría tirado, y ya ves tú, aquí estoy ahora, ffchhhc, fffchhh.... pero por lo menos no paso por la indignidad de que me exploten por cinco eros la hora, ¿eh?, si, ya, ya me desnudo, perdóneme que me desahogue, es que soy muy llorona,...¿apago la luz o la dejo encendida?, pero no me mire usted así, señor, que me da mucha vergüenza...."

 

 

LA MATERIA OSCURA

¡SI te vas ya no vuelvas nunca!

Le grité con el pecho hinchado de orgullo herido.

Pero no sé porqué a los diez minutos de haberse marchado

empecé a sentir frío.

Era el silencio a mi alrededor 

un témpano ardiendo en mi mente

con filo de cuchillo.

La vida se había ido con ella,

con su belleza absoluta.

A medida que oscurecía,

comenzaron a salir de los rincones

rumores y susurros de suicidio.

La cordura se derrumbaba como un castillo de arena,

y temblaban hasta romperse

las tensas cuerdas del grito.

 

 

 

 

 

¿A DÓNDe vas, puta por rastrojo, puta escombrera,

solaz del jubilado, flor de las cunetas,

con tus nalgas doradas brillando bajo el sol?

Buscas como Confucio la sombra de una higuera,

mientras aúllan al chatarrero los perros de las fábricas

y el viento empuja contra las vallas

amputados  papeles que no hablaban de amor.

Puta con azogue, devenir sin sentido, malograda belleza,

besadora de sapos, cruz al borde de la carretera,

tierna flor libada sobre el fango,

reina de las rotondas, soledades sin tregua.

En los árboles los pájaros se desperezan

y se arrastran con tristeza de domingo

las herrumbrosas manecillas del reloj.

 

 

 

veneno en las venas

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UNA MAÑANA DE DOMINGO

La puta cruzó el paso de cebra en dirección a la rotonda del polígono industrial. Sus gordas tetas y gordas nalgas doradas refulgían bajo el sol, retando a la muerte. ¿A dónde vas, puta con azogue, puta desarraigada, tierna flor libada sobre el fango? El viejo la miraba sin bajarse de su furgoneta, con un nudo de dulce angustia en el estómago. Un pato se deslizó sobre el agua de una charca, manchándose el plumaje con el barro de la lluvia.

Domingo por la mañana. Soledad sin tregua. Remolinos de papel contra las herrumbrosas alambradas y un ramo de flores secas sobre una cruz, entre abrojos, en la cuneta.

La puta deambuló entre los cerros de escombros, un somier vencido, un televisor roto, una muñeca amputada, un devenir sin sentido..., mientras un lúgubre chatarrero hacía aullar a los perros, y el viejo contaba solemne las monedas de su bolsillo. 

 

LA ÚLTIMA CENA

Los dos sabíamos que era la última cena.

Bebí un largo trago de vino para dar calor a mi sangre

que se estaba helando en mis venas.

Un desierto de distancia se iba extendiendo en silencio

sobre el mantel de la mesa.

¿Qué sería de nosotros en adelante?

El camarero trajo la cuenta.

Me esperaba el huerto de los olivos

hasta que la soledad me prendiera.

La miré mientras se alejaba,

un gallo cantó a lo lejos,

ella no volvió la cabeza.

 

veneno

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PERO hombre, márchate ya.

¿No te da vergüenza a tu edad estar aquí todavía?

Son las tres de la mañana y la luna baña con su fría luz

las tumbas de los cementerios.

Ella parece abstraída con su negro cabello

sobre su blanco rostro resplandeciente,

los gruesos muslos de nailon,

la boca hinchada de besos.

Pero ¿qué veneno te ha inoculado su sexo

que pareces un tonto con el vaso en la mano

sin apartar los ojos de su indiferencia?

Anda, que tus hijos te esperan

y mañana tienes que trabajar.

Qué cosas tan raras y oscuras tiene la vida.

¿Acaso se te olvida?: solo es una puta más.

la torca

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LA TORCA

Querida Felicia: te escribo la presente porque hace más de un año que no sé nada de ti. La última vez que hablamos fue aquel día en la puerta de la iglesia, cuando salías de misa con tu amiga la enana, y me dijiste que te diera tiempo para pensarlo. Desde entonces no he tenido noticias tuyas. Creo que a ninguno de los dos nos sobra el tiempo, y ya debes de haber tomado una decisión. A lo mejor tu respuesta es no y por eso no te atreves a decírmelo, aunque sabes de sobra que lo que tú decidas siempre me parecerá bien.

Nos conocemos desde que íbamos a la escuela, pero el destino no quiso que fueras para mí. Por eso, mientras vivió tu marido, por respeto a él y a mi mujer, que en paz descansen, nunca te hice la menor insinuación. Pero ahora yo estoy viudo y tú estás viuda desde hace casi siete años, y es duro vivir sólo con los recuerdos y la soledad. Con nuestras pensiones y con el alquiler de la barbería podríamos tirar juntos para adelante. Quizás tengas miedo de lo que digan tus hijos, te confieso que yo también tengo miedo de los míos. Son crueles y extraños, ahora están pensando en llevarme a una residencia, dicen que se me empieza a ir la cabeza y que tengo que tener cuidados permanentes porque si me da otro infarto me iré derecho a la tumba. Hablan como si ellos nunca fueran a hacerse viejos, como si la torca de la muerte no los fuera a arrastrar a ellos también.

Sólo quiero saber si estás bien. Tu teléfono móvil está siempre apagado y tu casa está siempre cerrada y con las luces apagadas. Vi a tu hijo, el guardia civil que vive en Barcelona, en la procesión de la Virgen, pero iba con su mujer y los niños y no me atreví a preguntarle por ti.

Se dice en el pueblo que te dio un ictus y tus hijos te abandonaron, que te has muerto y estás enterrada en Madrid en un nicho de la beneficencia. Pero me dijo la tía Dolores, la de Timote el músico, que no, que eso son bulos de tu vecina la Teodora, la del estanco, la que su marido se ahorcó, como cuando dijo que Pacho el pocero había matado al cura de un tiro mientras cazaban en los Hinojosos, o como cuando dijo que Sidonio el joyero había perdido a su mujer Rosa Eva en una partida de julepe contra Castrola el gitano. Me dijo que estás bien, que te tuvieron que operar de la cadera pero que ahora estás muy bien, viviendo con tu hijo el mayor, el que se vino de Francia. Como no sé sus señas no te puedo mandar la carta allí, así que la meteré por debajo de tu puerta, como hace Rosa la cartera, y esperaré a que cuando vuelvas al pueblo, si es que vuelves algún día, la leas y respondas por fin a mi honesta proposición.

Todavía recuerdo cuando de moza bailabas en la verbena con tus amigas, mientras yo trabajaba en la churrería de Caraba, tan guapa, tan lustrosa, con tu pelo largo y tus ojos grandes, siempre alegre, siempre riendo radiante.

Estoy preocupado,  no puedo dormir por las noches sin saber si estás viva o muerta.

Mis hijos quieren vender mi casa y meterme en la residencia de las monjas de Alcázar. Los viejos  somos un estorbo, y estamos indefensos ante la tiranía de los hijos.

Espero no haber sido ofensivo ni haberte agobiado con mi atrevimiento, (lo digo sobre todo por lo que puedan pensar tus hijos), pero es que no sé nada de ti desde hace más de un año y me preocupo.

Este verano van a organizar una excursión a Guadalupe y me gustaría ir contigo. Solo no pienso ir, se me hinchan las piernas cuando ando un poco y para ir solo y pasarlo mal, me quedo en mi casa.

Si recibes y lees la presente, por favor, contéstame pronto, o llámame a mi teléfono móvil, que siempre llevo en el bolsillo esperando a que tú me llames. Mi Tere quiere cambiármelo por otro que tenga los números más grandes, porque ya casi no veo nada, (y además me he quedado sin dientes), pero yo no quiero, porque este es el teléfono desde el que hablaba contigo y no sé porqué me parece que hay algo de ti en él. Si te soy sincero, no tengo otra cosa en la vida. Pasan los días entre la soledad y los dolores de huesos, esperando sólo el momento de oír de nuevo tu voz. Ya ni siquiera voy a la Sociedad a echar la partida los domingos por la tarde.

No sé lo que pensarás tú, pero yo creo que para el amor nunca es demasiado tarde, y que para morirse siempre es demasiado pronto. 

Sin otro particular, se despide afectuosamente de ti tu humilde servidor.

Éste que lo es: Odón López Recuero.

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TE dejo, me dijo golpeándome con las palabras en la sien.

Quedé medio muerto tirado en el suelo,

mientras la gente saltaba sobre mi cuerpo moribundo

y ella se alejaba por la acera con todos los secretos

que yo había depositado en su carne joven.

Así, sin más, se acaba la vida.

Como la hoz que en mano implacable cercena la espiga.

Todo lo que fue cálido se convierte en hielo,

todo lo que fue íntimo se vuelve en adelante ajeno.

Ya no pude levantarme más.

¡Cómo me dolían la rabia y el miedo!

Hay muertes que duran toda la vida

y heridas que empeoran con el tiempo.

El camión se llevaba la basura

y en los descampados fornicaban los perros.

 

vieja

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DIME, vieja, ¿qué haces todavía en esta orilla del río?

Vieja como un viejo libro que ya nadie lee,

como un oscuro callejón por donde nadie pasa,

vieja como el interior podrido de un sarcófago,

como los muertos enterrados en el fondo de la tierra,

mientras bajo el sol se abren los almendros,

crece la hierba y la belleza procrea y baila.

Vieja como una silla carcomida,

como un viejo recuerdo entre los trastos de la memoria,

como un río cansado a la orilla del mar,

vieja como carne acecinada.

Mira, vieja, esas jóvenes muchachas

cuyas carnes tiemblan como hojas verdes en las ramas.

Vieja oxidada como chatarra en un rincón del patio,

polvorienta como una tumba abandonada.

Te acaricia el sol de la tarde,

y sientes , pese a todo, vieja, que la vida aún te ama.

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