las sirenas del arroyo

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LAS SIRENAS DEL ARROYO

 

LA DIENTES

 

La llaman la Dientes porque no tiene ninguno. Ya casi no vale para puta, con ese cuerpo derruido como una pared de adobe, con esa cicatriz que parece una boca paralela en un rictus de asco, y ese careto de muerta a la que se han olvidado cerrarle los ojos. Un cuerpo decrépito que parece hecho de plastilina por un niño de guardería.

Ahora la usan como manporrera, y para sostener las hiperbólicas ubres de Tania la Holandesa mientras el cliente le azota el culo hasta ponérselo rojo como un tomate. A Tania la Holandesa le gusta que le azoten el culo "¡Más fuerte, mi amor!". No sé, será por algo de la infancia, supongo, vaya usté a saber.

El marido de la Dientes se llama Pepe Baquetas y fue cabo de la legión. Una vez mató a un moro de un navajazo durante una pelea en una taberna. El caballero legionario no quiere que su mujer se lave, dice que una hembra tiene que oler siempre a hembra y no a jabón ni a perfume, que eso es cosa de maricones.

El legionario es un borracho crónico, y a veces, cuando llega a las cuatro o a las cinco de la mañana dando tumbos y canturreando rumbas de Peret, la Dientes no le abre la puerta y el pobre tiene que irse a dormir a las tinajas de una bodega abandonada que hay en las afueras de Legazpi, donde el agua estancada del Manzanares hiede un poco como su mujer.

Es difícil encontrar una tinaja libre con tanto borracho y malcasado como prolifera en estos malditos tiempos de crisis.

-¡Ocupada!- Le responde una voz de ultratumba cuando asoma su apepinada cabeza,con ese rostro de caricatura, cejijunto y con su gorrilla de "Repuestos Autosanz", por la boca oscura de una tinaja.

-¡Ocupada!- Repite otra voz de ogro en la siguiente tinaja.

El calor ha vuelto, y un sol deslumbrante y ardiente como el amor de los adolescentes, ablanda el duro corazón del asfalto.

-¿Y no te duele la espalda, niña?- Pregunta la Dientes a la viciosa Tania la Holandesa, mientras el cliente, que ha pedido un dúplex, sigue a lo suyo.

El cliente es un negrazo gigantesco de obesidad mórbida, procedente de Liberia. Tiene posaderas de mamut. Lleva en la oreja una especie de colmillo de rinoceronte, pero con ese cacho cabezón que tiene, el colmillo parece más bien la cabeza de un alfiler. Cuando el gigante se sienta en la taza, diríase un elefante que se asusta de un ratón y se sube a un taburete. Los pantalones se los debe de hacer a medida una brigada de costureras, tal vez con la vela de un barco. Cuando pasea con su novia por la Gran Vía, parece un niño gigante que lleva una barbi  en la mano. Es músico. Toca la trompeta, hinchando mucho los mofletes, cerca del Palacio Real. En sus labios abultados la trompeta parece el silbato de un árbitro de fútbol.

-         No me toques el coño, Begoña, que no te has lavado las manos-

La Dientes retira sus cetrinos dedos del coño rasurado de la Holandesa, pidiendo humildemente perdón.

En el zaguán de la casa, cuatro putas descascarilladas ríen con sus caras de brujas y sus dientes mellados. Se ríen de un cliente que sale de la habitación con los pelos de punta como si fueran un polvoriento matojo de tomillo.

-¿Y ese peinado tan moderno, cariño?-

El cliente las mira amohinado con sus gafas de aumento llenas de mierda, y baja las umbrías escaleras detrás de un negro calvo con vestimenta tropical.

En la salita, una puta nueva que es casi una niña, morena y prieta de carnes, está viendo las motos en la tele. Hay que ver lo deprisa que corren, y total  para al final volver siempre al mismo sitio. Es un poco como la vida, piensa mientras aplasta una cucaracha con su rojo tacón de princesa paria.

 

 

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