23 DE ABRIL DE 2005
la vieja murió de madrugada.
Un solemne amanecer ardía,
como el cirio de un féretro, tras la ventana.
La hija, en silencio, contraídos los labios
y secos los ojos de lágrimas,
fue guardando en una bolsa de plástico
las últimas huellas de una vida:
el vestido de viuda, las zapatillas raídas,
las fotos de los nietos,
y una estampa de una virgen doliente
con los ojos vueltos hacia un cielo de mentira.
Apenas nada más.
Por el pasillo, las enfermeras,
con pasos duros como corazas,
hablando, susurrando, riendo,
iban y venían.
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