LOS CARDOS
LA PUTA DE ANTÓN MARTÍN
Recuerdo aquella puta de
la calle Antón Martín.
¿Dónde descansarán ahora
sus huesos?
Llevaba un parche en sus
decrépitas nalgas
para dejar el vicio de
fumar,
y recibía a los clientes
como si fueran ropa arrugada
que había que planchar
dignamente.
Vivía en un apartamento
tan triste y lóbrego como ella.
Por lo menos no andaba por
esas calles
como hojarasca que
arrastra el viento.
A su marido lo atropelló
un coche
cuando iba a comprar hielo
a una gasolinera.
Ella entonces era joven y
hermosa,
con un busto alto y unos
labios carnosos.
Después la vida la
atropelló tantas veces,
que las urracas acudían a
su ventana
atraídas por el olor de la
carroña.
LA CHICA DE LA TARDE
Está cansada.
De las horas lentas y
estériles,
del monótono llanto de la
lluvia en la ventana.
La verdad es que en esta
paupérrima casa de putas
todo rezuma cansancio.
Los techos sin lámparas,
las paredes desconchadas,
las sirenas enlatadas, la
ceniza en el lavabo.
Hasta las risas, que
suenan a chatarra,
que nacen entre los
dientes
y mueren entre los labios.
¿Quién pondría ahí ese
arabesco de escayola
cubierto ahora de
telarañas?
Se pregunta con esos ojos
grandes
y esa gran ausencia en el
pecho
que escancia en un
cuaderno de los chinos
escondido celosamente
debajo de la cama.
En la puerta hay una mora
embozada
con un paquete en la mano,
ha venido desde muy lejos para
ver a su hija.
¿Quién tendrá el valor de
decirle
que murió de miseria el
invierno pasado?
La tarde está muriendo de
cansancio.
¡Por fin un cliente
azorado asoma la calavera
desde el rellano! No hay
que dejarlo escapar.
En la calle los
barrenderos amontonan las hojas
bailando con la escoba un
cansado vals.
LENGUAS MUERTAS
POCO a poco, ¡quién lo iba a decir!,
se me fue borrando su nombre.
Al principio se me escapaba,
como el grito de una amputación en
carne viva,
en mitad de una frase, en medio de un
sueño,
de un silencio, de una agonía.
Ahora digo su nombre y me suena muy
lejano,
concebido por otro pensamiento,
escrito en otro idioma,
en alguna lengua muerta
que se descompone como la arenisca.
No puedo evitar sentirme, ¡qué
tontería!,
como si hubiera traicionado algo,
unos votos que con el tiempo
fueron perdiendo su solemnidad,
no sé, como si hubiera abandonado mi
cruz
en un recodo del camino.
Ahora el dolor ya es más corto,
y el silencio tan largo como el
olvido.
CUENCA
Es una ciudad perdida y olvidada
tras los montes oscuros.
Donde la luna es un témpano
sobre los negros tejados,
donde las farolas tiemblan
como fanales de barcos a la deriva.
Nadie por las calles.
Muertas estrellas en el cielo.
Desde la sierra baja un viento frío
que hiela los huesos,
un viento helado
como las noches de los muertos,
un viento lúgubre
como mi vida sin ti.
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