LAS SIRENAS DEL
ARROYO
Eugenio López
García © noviembre 2013
FOTOGRAFÍAS:
FERNANDO NIETO MONTERO Fnieto2@yahoo.es
A ningún editor de entre todos cuantos Dios crió en este mundo.
LAS SIRENAS DEL ARROYO
LA DIENTES
La llaman la
Dientes porque no tiene ninguno. Dice bromeando que se los rompió al caerse del
caballo jugando al ajedrez. Aunque todos saben que se los rompió el marido de
una paliza. Pero quién te manda practicar deportes tan violentos, le dice
riendo una compañera que huele a materia fecal,
con una peluca que parece una rata ahogada. La Dientes ya casi no vale
para puta, con ese cuerpo derruido como una pared de adobe, con esa cicatriz
que parece una boca paralela en un rictus de asco, y ese careto de muerta a la
que se han olvidado cerrarle los ojos. Un cuerpo decrépito y paticorto que
diríase hecho de plastilina por un niño de guardería.
Después de
un vano intento en el mundo de la videncia "Carmen Azul, videncia
biocibernética y organométrica", ahora la usan como mamporrera, y para sostener
las hiperbólicas ubres de Tania la Holandesa mientras el cliente le azota el
culo hasta ponérselo rojo como un tomate. A Tania la Holandesa le gusta que le
azoten el culo "¡Más fuerte, mi amor!". No sé, será por algo de la infancia,
supongo, vaya usté a saber.
El marido de
la Dientes se llama Pepe Baquetas y fue cabo de la legión. Una vez mató a un
moro de un navajazo durante una pelea en una taberna por una discusión de
fútbol. El caballero legionario no quiere que su mujer se lave, dice que una
hembra tiene que oler siempre a hembra y no a jabón ni a perfume, que eso es
cosa de maricones.
El
legionario es un borracho crónico, y a veces, cuando llega a las cuatro o a las
cinco de la mañana dando tumbos y canturreando rumbas de Peret, la Dientes no
le abre la puerta y el pobre tiene que irse a dormir a las tinajas de una
bodega abandonada que hay en las afueras de Legazpi, donde el agua estancada
del Manzanares hiede un poco como su mujer, vamos que apesta.
Es difícil
encontrar una tinaja libre con tanto borracho y malcasado como prolifera en
estos tiempos de crisis. Una crisis pone a cada uno en su lugar.
-¡Ocupada!-
Le responde una voz de ultratumba cuando asoma su apepinada cabeza, con ese
rostro de caricatura, de ojos goyescos, cejijunto y con su gorrilla de
"Repuestos Autosanz", por la boca oscura de una tinaja.
-¡Ocupada!-
Repite otra voz de tabernícola, seguida de una especie de ladrido, en la
siguiente tinaja.
Las edades
del hombre, después de bajar del árbol, son cinco. En la primera tiene una
cuna. En la segunda, cuando crece, una habitación. En la tercera, cuando
madura, tiene una casa o en su defecto una tinaja. En la cuarta, de viejo,
abandonado en un geriátrico, tiene únicamente una cama que parece una cuna.
Finalmente sólo es dueño de un ataúd. Qué extraño ese trance de la muerte, me
muero por saber cómo será. Aquí yo no vuelvo, piensa llorando el niño cuando
nace, pero aun así sigue respirando. La vida es tan empecinada que una frágil
brizna de hierba es capaz de romper el hormigón más duro. Un enigma
indescifrable, maravilloso, absurdo. Sísifo y Tántalo asociados en el negocio
de una cantera.
El calor ha
vuelto, y un sol deslumbrante y ardiente como el amor de los adolescentes,
ablanda el duro corazón del asfalto.
-¿Y no te
duele la ezpalda, niña?- Pregunta la Dientes a la viciosa Tania la Holandesa,
mientras el cliente, que ha pagado un dúplex, sigue a lo suyo.
El cliente
es un moreno gigantesco de obesidad mórbida, procedente de Liberia (igual
podría proceder de Fregenal, tampoco hay tanta diferencia). Tiene posaderas de
mamut. Lleva en la oreja una especie de colmillo de rinoceronte, pero con ese
cacho cabezón que tiene, el colmillo parece más bien la cabeza de un alfiler.
Cuando el gigante se sienta en la taza, diríase un elefante que se asusta de un
ratón y se sube a un taburete. Los pantalones se los debe de hacer a medida una
brigada de costureras, tal vez con la vela de un barco. Cuando el cetáceo pasea
con su mujer por la Gran Vía, con sus andares de hipopótamo, parece un niño
gigante que lleva una barbi en la mano.
Es músico. Toca la trompeta, hinchando mucho los mofletes, cerca del Palacio
Real. En sus labios abultados la trompeta parece el silbato de un árbitro de
fútbol. Tiene los pies tan grandes, que cuando su mujer ve aparecer los zapatos
por la puerta, le dice a su amante, dentro de un cuarto de hora estará aquí mi
marido.
-
No me toques
el coño, Trini, que no te has lavado las manos-
La Dientes
retira sus cetrinos dedos del coño rasurado de la Holandesa, pidiendo
humildemente perdón.
En el zaguán
de la casa, cuatro putas descascarilladas y zafias ríen con sus caras de brujas
y sus dientes mellados. Sólo una es española, de Quintanar de la Orden. Dicen
que los habitantes de Quintanar son tan prepotentes que hay dos tontos por cada
habitante. Lo dicen los de Villanueva, que tienen ocho tontos oficiales sin ser
cabeza de partido. Las putas se ríen de un cliente que sale de la habitación
con los pelos de punta como un polvoriento matojo de tomillo. Sale cantando:
- ¨Ñana ñana
ñana ñana...-
-¿Y ese
peinado tan moderno, cariño?-
El cliente,
que es subalterno adjunto en una subsecretaría de una subdelegación, que habla
mal porque se le escapa el aire por el hueco de los dientes, y los domingos
toca la pandereta anunciando a Cristo vivo con otros cuatro perdedores chalados
en la Puerta del Sol, las mira amohinado con sus gafas de aumento llenas de
mierda, y baja las umbrías escaleras detrás de un negro calvo con vestimenta
tropical.
Las putas,
un poco aburridas, se ponen a hablar de algo, creo que de los sumerios, después
guardan silencio y se sumergen en el wasap.. Joder con el invento ese del wasap
de los cojones. Sin embargo no hay que restarle importancia. Si los antiguos
hubieran tenido wasap, la Historia habría sido otra. Imaginaos a Jesús en el
Monte de los Olivos, de repente le llega un mensaje que lo saca de sus
estériles cavilaciones. "J.C., el cabrón del Judas t a vendido por kuatro
perras" "Ok Pedro" Y el hombre habría tenido toda una noche para correr campo a
través evitando así que lo prendieran. O imaginaos a César desayunando antes de
salir para el Senado aquel aciago día de marzo. Calpurnia, seguramente metida
en el ajo, lo apremia para que acabe. De repente a César le suena el móvil. Es
un mensaje de un centurión que cruzó con él el Rubicón y que se ha escondido
detrás de un árbol con la excusa de ir a plantar un pino. "Ávete, César, Brutus
y otros kuatro notas t kieren dar matarile" Entonces el divino César le haría
un corte de mangas a su mujer. "¡Hoy al Senao va a ir tu puta madre!"
En la
salita, una puta nueva que es casi una niña, morena y prieta de carnes, está
viendo las motos en la tele. Hay que ver lo deprisa que corren las jodías, y
total para al final volver siempre al
mismo sitio. Es un poco como la vida, piensa mientras aplasta una cucaracha con
su rojo tacón de princesa paria.
LOCURA DE AMOR
Cuando a
Guadalupe Zarza le dio aquel mareo en la calle Jesús del Gran Poder, de no
haber sido por aquella joven que lo sostuvo, se habría roto los cuernos contra
el duro y ardiente asfalto bajo el sol canicular de julio.
Lo sentó en
un banco de madera podrida y le dio aire con un periódico que encontró en una
papelera. Después lo metió en un sórdido bar, "El extremeño", creo que se
llamaba, e hizo que se tomara una cerveza con limón y una bolsa de patatas
fritas. Jamás nadie se había portado tan bien con él. Su mujer, mismamente,
estaba seguro, se habría avergonzado de la escena y con disimulo se habría
alejado unos pasos con la excusa de telefonear al 112.
-
Ya te va
volviendo el color, cariño, estabas blanco como un cadáver-
La muchacha
era un poco gangosa, tenía vegetaciones y la nariz pequeña. La cabeza, por el
contrario, la tenía muy grande. Él la miró con ojos caídos y emocionados, como
los de un mastín que mira una ristra de chorizos. Entonces ella, viéndolo
venir, le dijo que se llamaba Tatiana y le confesó que era puta. Demasiado
tarde, Guadalupe Zarza ya se había enamorado. ¡Qué locura! ¿Quién se puede
enamorar de una puta? Pues hombre, cualquiera, tú mismo, o por ejemplo alguien
que se ahoga en el pozo oscuro y profundo de la soledad.
Le regaló un
corazón de plata que pesaba casi tanto como una de las tetas de la muchacha.
Bueno, tampoco hay que exagerar, porque, la verdad sea dicha, las tetas de
Tatiana pesaban siete kilos cada una. Una vez su chulo se las pesó en una
carnicería marroquí. Seis kilos y ochocientos gramos para ser exactos.
Tatiana
ejercía en un antro de sadomasoquismo. Se ponía a cuatro patas sobre las
sábanas revueltas, y una negra con cara de mona vieja le azotaba el soberbio
culo hasta ponérselo rojo como el culo de un babuino.
-¡Cachonda!-
la insultaba a cada azote la negra, con voz espesa y dura- ¡golfa! ¡sorra!
¡guarra! ¡mira cómo estás poniendo de cachondo a este señor, perra, mira cómo
se le levanta, putilla en calor! ¡eres una puta cachonda, Tati! ¡pero qué ha
comido hoy esta mujer para estar tan cachonda! ¡mira mira, cómo mueve la
lengua! ¡a puta no hay quien te gane, cachonda, golfa, puta, que eres una
prostituta en la cama, perra en calor!¡esta mujer hoy está pa hacer con ella lo
que se quiera, su marido está con el ramadán!-
El señor, un
viajante de comercio de la Roda que cojeaba un poco porque de pequeño le dio un
paralís, contemplaba la escena babeando como un perro sediento. Tatiana, con el
pensamiento en otra parte, reprimía un bostezo y seguía el juego ayeando y
ronroneando como una gatita en celo.
-
¡Ay! ¡qué me
haces, ama cruel! ¡sí, sí, me gusta, más más, más fuerte, me pones toda
húmeda!-
-¡Zas, zas
zas...!-
Guadalupe
Zarza no podía concentrarse en nada. Una vez mató a un pajarillo con el coche
porque iba pensando en su buena samaritana y no lo vio allí dudando en medio de
la carretera (la duda mata). El pajarillo se quedó aleteando, incrustado en el
asfalto hirviente, mientras el coche se alejaba por la sinuosa carretera de
Chinchón.
Cuando
Tatiana contaba lo de Guadalupe Zarza a sus compañeras, éstas, que sólo creían
en el amor al dinero y a la propia supervivencia, se reían a carcajadas como
las brujas de Macbeth.
-¡Pero qué
locos están los hombres!-
Tatiana
sentía algo entre el halago y la pena, pero aparentaba autosuficiencia y
secundaba las risas mientras se estiraba de la goma de sus minúsculas braguitas
rosas.
A Guadalupe
Zarza le daban los mareos porque tenía cáncer de pulmón, ya iba a durar poco
sobre la tierra, y cuando veía la majestuosidad del sol derramándose en un
amaranto atardecer sobre el horizonte, sufría un terrible vértigo
existencial, entonces cogía el móvil y
marcaba el número de Tatiana.
- ¡Hola
Tati! ¿nos podemos ver esta tarde?-
- Sí, te
espero aquí- Respondía ella con la voz un poco cohibida.
- Vale,
Tatiana, un beso-
Bueno,
pensaba Guadalupe Zarza cuando colgaba, peor sería llamar a una vidente.
Tatiana, con
su cara de virgen arrobada, estaba pensativa sentada en una silla junto a la
puerta. De repente un gran alboroto la rescató de sus estériles pensamientos.
En el rellano de la escalera se estaban pegando un negro gigante y el vigilante
de seguridad del edificio. Iba ganando el negro.
Tatiana, con
una clarividencia repentina, se sintió cautiva en aquel mundo marginal de
crimen y mentiras. Sabía que nunca podría escapar de allí. Tuvo la certeza de
que el amor es un imposible, una mentira más grande que sus aburridos números
de sadomasoquismo, un juego cruel y cínico sobre una burda realidad de
compartimentos estancos donde no había sitio para los nobles sentimientos.
Sintió rabia hacia su atento y meloso galán.
Guadalupe
Zarza, por su parte, al que en el fondo ya le daba igual que el amor fuera
verdad o mentira, se perfumó los sobacos con colonia después de ducharse, y se
cortó frente al espejo los pelillos de la nariz.
-¡Tati!-
-¡Quéeee!-
-¡Niña, ya
está aquí el señor!-
-¡Voooooy!-
¿NO es este aquel Ulises del que
hablaba la leyenda?
Pero si
parece un mendigo
deambulando
por las calles bajo el sol,
cubiertas de
harapos las heridas abiertas.
¿Y para esto
te marchaste con clarines y estandartes
a ganar
lejanas guerras?
Sin nadie
con quien hablar,
se acuesta
solo en la cama,
se sienta
solo a la mesa.
Olvidado por
los dioses,
sin gloria,
sin reino y sin reina.
Héroe de
caros errores y baratas quimeras,
algunas
veces lo han visto
bajando
hacia el arroyo
donde cantan
las sirenas.
QUE era hermosa no lo dudaba ningún
espejo.
Pero era tan
grande y yo tan pequeño,
que me
resbalaba en la nieve de su piel
y rodaba
como Sísifo
hasta
ahogarme en aquellos agujeros negros
de los que
prefiero no hablar.
A veces
salía de una caja de cartón
y se
desparramaba en un montón de piezas de puzle
que yo no
sabía cómo encajar.
Ponía un pie
junto a sus labios,
un ojo en el
botón de su ombligo,
una nube o
un trozo de cielo azul en cada mano.
En fin, qué
os voy a contar a vosotros,
solitarios
corazones amantes de los gatos,
de ese juego
tan extraño y tan difícil del amor.
Cuando yo
iba a mover un peón,
todos los
suyos estaban ya adelantados.
Por no
hablar otra vez aquí
de esa
distancia insalvable que siempre existió
entre sus
amaneceres y mis ocasos.
LA CRUDA REALIDAD
Se llamaba
Maruja, debía de tener entre cien y doscientos años, la carne de momia, el pelo
de paja, el mentón como un zueco que ha pisado una mierda, la mirada cruel, un
poco entornada como si la luz de los focos la deslumbrara, le sudaba el bigote,
tenía una verruga en la nariz. Barajaba las cartas con sus manos de mona vieja,
las uñas pintadas de un rojo pasión de vampiro, los abalorios de las pulseras
entrechocando como muelas de muerto. Detrás de ella, colgada en la pared, tenía
su escoba de bruja.
Llamó otro
corazón solitario. Eran las tres de la mañana aproximadamente.
-¿Hola?-
-...Hola-
Respondió al cabo de un tiempo una voz que parecía haber sufrido un ictus.
- A ver,
cariño, cómo te llamas-
- Me llamo
Inocencia-
- Inocencia,
y qué signo eres-
- Soy virgo-
- Inocencia
y virgo, de eso ya queda poco, jejeje, a ver, cielo, qué quieres saber-
- Quiero
saber si mi marido me es infiel-
- Muy bien
(la bruja se puso a barajar con gran destreza, con un poco de mala leche
también) ¿cómo se llama tu marido?-
- ¿Eh?-
- ¡Que cómo
se llama tu marido!-
- Ah, se
llama Joaquín-
- Inocencia
y Joaquín, veamos si Joaquín le pone los cuernos a Inocencia, Inocencia quiere
saber si su marido le pone los cuernos, pues...¡sí, sí, sí y sí, ¿lo ves?, las
cartas dicen que sí, que tu marido te pone los cuernos (dio un golpe sobre la mesa.
Tembló un florero con flores sintéticas que parecían crisantemos morados)-
-¿Eh?-
- Cómo que
eh, dime una cosa Inocencia, ¿tú eres sorda?-
- ¿Eh?-
- Sï, ya veo
que además de cornuda eres sorda-
- Perdona,
pero es que....(Inocencia tenía los ojos rojos de llorar y no dormir) ¿y está con
la extranjera esa?-
- Veamos,
(la bruja barajó de nuevo como si azotara las cartas), sí, sí y sí, está con
una extranjera más joven y más guapa que tú, pero tranquila, ella sólo está con
él pa sacarle los cuartos, en cuanto lo arruine lo deja, ya queda poco, así que
no te preocupes, cariño-
- ¿Y yo qué
hago mientras?-
- ¿Tú?, pues
joderte y aguantarte, porque con lo sosa y lo burra que eres como se te ocurra
dejarlo acabas cortándote las venas, te lo digo con cariño, lo sabes-
- No, si se
nota, pero ¿y si me deja él?-