¡DÉJAME RESPIRAR!
- ¡Hola Docío!- Saludaba el chico de los recados a la secretaria, entrando a la oficina como un elefante a una cacharrería.
El chico de los recados estaba enamorado perdida y platónicamente de la secretaria. Mientras ella accionaba con sus manos blancas y espirituales las techas del ordenador, él la contemplaba embobado, respirando el aroma que desprendía su cuerpo joven, deslizando imaginarios besos por la delicada curvatura del cuello, acariciando con el deseo aquel pelo bruñido recogido en dos coletas de ninfa, aquella piel de rosicler, aquellas formas voluptuosas que parecían a punto de reventar la blusa ajustada, el pantalón ceñido, aquella carita de ángel, aquellos ojos ardientes como el fuego y puros como la nieve virgen, aquel rubor de las mejillas, aquel cuerpo henchido de savia...¡En fin! En verdad que era una criatura preciosa. Sin darse cuenta se encontró pegado a ella, detrás de su silla, arrobado ante la belleza de la joven.
La secretaria sentía en la nuca aquel aliento caliente como el jadeo de un perro con la lengua fuera, aquella presencia incómoda, fantasmal, que parecía robarle el aire y el espacio. Se removió en la silla, suspiró molesta sin dejar de teclear mientras en la pantalla iban apareciendo las palabras y los números en una sucesión mágica: la l la a el 1 el 8....
El chico de los recados no era tonto del todo. Sabía contar hasta nueve y era capaz de distinguir el on y el off en el teléfono móvil que le había regalado su padre para tenerlo localizado lo más lejos posible, por así decirlo, aunque no se sabe si los distinguía por las letras o por los colores, más bien por los colores. Los recados, eso sí, los realizaba casi correctamente. "Bernabito, tira estas cajas a la basura" "Bernabito, dame el boli que se me ha caído al suelo" "Bernabito, atranca la puerta que hace calor" Y allá que iba Bernabito con sus ojos estrábicos y su sonrisa de payaso en pos de la cuña con la que atrancar la puerta, si bien al principio dudaba entre meter la parte gorda o la fina. Ahora lo estaban enseñando a hacer fotocopias, empresa harto ardua por no decir imposible.
Un día lo pusieron a pintar una estantería. Un chimpancé lo habría hecho mejor. Tuvieron que quitarle la brocha y mandarlo a su casa a que se lavara las manchas de pintura verde que tenía hasta en el pelo.
Lo que mejor se le daba de todo era agobiar a la secretaria. El pobre se sentía atraído por la bella secretaria como una mosca por la miel. Ella trataba de ser comprensiva, pero a veces se hartaba de aquella masa pegajosa que se pasaba todo el día a su lado como una sombra y entonces perdía la paciencia y llegaba incluso a gritarle.
- ¡Ay, aquí se necesita espacio, me das calor, no me dejas respirar, pareces una garrapata todo el puto día pegado a mí, anda retírate un poco Bernabito, espacio, espacio, necesito aire!-
El chico de los recados obedecía diligente y daba tres o cuatro pasitos para atrás.
- Así está bien, gracias Bernabito-
- De nada, Docío - Contestaba él con la voz derretida como le ocurría siempre que ella le hablaba aunque fuera para increparle. Y acto seguido volvía a ganar centímetros como la metafísica tortuga de Aquiles.
Y no es que nuestro héroe fuera nuevo en las lides del amor. Hacía ya algunos años había tenido una novia con la que quedaba en Aluche los domingos para pasar la tarde en el metro, sentados en el andén, en silencio, viendo cómo se alejaban los vagones llenos de gente. Al final acababan mareados ante aquella sucesión espectral de presencias efímeras. Hasta que la chica conoció en su colegio especial a otro chico que también le gustó y Bernabito decidió que "no quedía zer plato de zegunda meza".
Volviendo a lo nuestro, Bernabito, desde que la vio por primera vez, vivía obsesionado con la guapa secretaria. Soñaba con ella dormido y despierto. Cuando la amable muchacha lo obsequiaba con el aquilatado tesoro de su conversación, a él le entraba la risa tonta: ji ji ji, ehhh ji ji ji, ji ji ji. Reía y reía con sus dientes desiguales hasta doblarse de risa, con los ojos en blanco de satisfacción, componía muecas grotescas y hasta se ponía a bailar la salsa, la zalza, como decía él, cuando ella le sonreía con aquella boca roja y carnosa como una granada, como una fruta hinchada de pulpa fresca y de azúcar caliente.
Si un día ella estaba triste, él se ponía triste.
- ¿Qué te pasa ahora Bernabito?-
- Pfff, eztoy mal- Y rompía a llorar con gran sentimiento.
- ¿Y por qué estás mal, hombre?-
- Pffff, por na, pod el Amablito que no me deja en paz-
El Amablito era otro personaje roto y menguado que trabajaba de mozo de carga en el almacén, y que tenía envidia de Bernavito porque (aunque Bernabito no cobraba un duro ya que no estaba en nómina, y sólo se le permitía estorbar por allí porque era el sobrino del jefe), se pasaba la jornada pegado a la guapa secretaria sin dar un palo al agua.
- ¿Otra vez? ¿y qué te ha hecho ahora el Amablito de... las narices?
- Pfff, poz na-
- ¡Anda!, tú no le hagas caso, a ver...uhhhh...retírate un poco que no me dejas respirar, jeje je, ¡joder!-
Y Bernabito daba dos pasos de hormiga hacia atrás.
- Mañana no puedo vení a tabajá poque me llevan de ezcución, ¿no te impota que no venga, Docío?-
- ¡Pues claro que no, Bernabito!- se apresuraba a contestar la muchacha con un suspiro de alivio y esperanza- ¿y a dónde vas de excursión?-
- No ze, pedo zi quiedez no voy, ¡ay!, no quiedo que te quedes zola, me da mucha pena poque edez mi amiga, mi amiga ezpecial-
- ¡¡No, no, vete, vete!!- exclamaba la chica abriendo mucho los ojos- yo ya me apaño sola.
- Tú me llamaz ¿eh?- decía él poniéndose la mano en la oreja- tú me llamaz a culquied hoda, que yo vengo-
- ¿Y cómo te vas a venir desde allí?-
- No ze, ji ji ji, en tazi, o andando, o volando, ji ji ji, tú me llamaz aunque zea de noche y yo vengo codiendo-
- Vale, vale, pero ponte allí que me das calor, Amablito, digo Bernabito, ¡qué cruz!...anda, sal a ver si llueve...¡y ponte recto!-
- Vale-
Y Bernabito, arrastrando sus pies torcidos y estirando el cuello como un pato manchado de petróleo, salía a la calle y se ponía a mirar durante un buen rato el sol cegador del mediodía de julio.
- No llueve-
Si ella le hubiese pedido que corriera detrás de la luna, él habría corrido alrededor del mundo hasta alcanzarla y traérsela envuelta en papel de regalo. Y si le hubiera pedido que se tirase a un pozo a ver si había agua, él se habría arrojado literalmente y sin pestañear. Pobre elemento, sin timón y con el corazón desplegado en medio de un mar proceloso, soñando con las nubes desde la triste celda de su desgraciado destino. Pero en fin, en esta vida cada cual carga con su cruz.
- ¿Y qué me vas a traer de la excursión?-
- No ze, ji ji ji, ¡un bezo¡ ¡un bezo mío pa ti mua mua!- Y le tiraba besos con la mano, con el fanatismo de un devoto a la divina imagen de su patrona.
Cierto día, la bella secretaria, que estaba con el síndrome premestrual, se comportó con él más brusca y desconsideradamente de lo habitual, y entonces Bernabito, en lo que parecía un repentino acto de dignidad, dio media vuelta y se alejó cabizbajo hacia la salida.
- Pero no te vallas, Bernabito, cariño, sólo te he pedido que te retires un poco- Le dijo la muchacha, arrepentida ya de haber sido tan cruel, al ver al pobre muchacho dirigiéndose apresuradamente hacia la puerta de la calle.
- No, zi no me voy, Docío, ez que tengo gazez, ahoda mizmo vuelvo-
La chica compuso un mohín de resignación.
Bernabito salió a la calle y se tiró un pedo. Hacía un calor que agostaba las plantas y hacía hervir el asfalto. En la parada del autobús de enfrente habían pegado un cartel que ponía "Boxeo, campeonato del mundo hispano, La Chiquita López versus Iván el Fénix" Bajo el cartel, una madre joven, con el rostro cansado, ojeroso, marchito como una flor precoz, esperaba el autobús con sus tres hijos pequeños.
Bernabito aguardó un rato a que se evaporaran los gases (no era muy listo el nota pero sí muy considerado) y volvió a entrar en la oficina.
Estando en el rellano le sonó el móvil.
- Diga,- gangoseó respondiendo a la llamada - eztoy tabajando, te tengo dicho que no me llamez al tabajo, po favo, made - Riñó ofendido a su interlocutora, haciendo aspavientos con las manos. A continuación cortó la comunicación para quedarse otra vez parado, con la boca abierta, cerca de la secretaria.
La bella secretaria movió la cabeza y siguió acariciando las teclas del ordenador. Bernabito se fue acercando a ella con sus andares de palmípedo, casi imperceptiblemente, como se va acercando la muerte al final del tiempo. No podía evitarlo. Estaba completamente magnetizado y entregado como un satélite que no concibe existir sin su planeta, como un perro que no puede vivir sin su dueño. Habría matado y muerto por su amada. Cierta mañana, ella, mientras esperaba a que se abriera una página de internet, le preguntó para matar el rato:
- A quién quieres más, Bernabito, a tu madre o a tu padre-
Él, con lágrimas en los ojos, respondió apasionadamente:
- ¡A ti!-
La chica se quedó un poco perpleja. Ella estaba enamorada del jefe, que estaba divorciado y que a su vez se había encaprichado de otra, que a su vez estaba enamorada de otro.
- No, Bernabito, primero tienes que querer a tu madre y luego a tu padre-
- ¿A zí?, ¿cómo va ezo?- Preguntó Bernavito, muy azorado por haberse atrevido a declarar su amor imposible de manera tan explícita.
La secretaria, antes de explicárselo, con un gesto de la mano le pidió que se retirase un poco.
- Gracias, Bernabito-
- De nada, Docío-
Bernabito no perdía la esperanza de ser correspondido. Tal vez cuando la Tierra, ¿por qué no?, empezara a gira en sentido contrario.