puñalá trapera

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PUÑALÁ TRAPERA

 

"Zarzaquemada....Zarzaquemada....,  la Pili la de Zarzaquemada...., hace frío pero los almendros ya están floreciendo..., desde aquí hasta el depósito del gasoil cuatro pasos..., las palomas se acurrucan en el tejado, se van ya a dormir...., ¿quién es esta mujer que me grita como si fuera sordo?"

-         ¡Me ha dao recuerdos para ti la Pili la de Zarzaquemada!- le gritó a la oreja la mujer que lo consideraba sordo- ¡Plácido, Plácido, me oyes!-

Plácido, con la cabeza gacha y los ojos muy abiertos, se había quedado otra vez ensimismado contemplando a las hormigas evolucionar por el suelo de tierra, una cargaba con un grano de simiente, otra arrastraba una pata rota, otra daba vueltas deprisa y sin ningún sentido, enloquecida como si quisiera aparearse, hacia arriba y hacia abajo, desorientada, hacia ninguna parte.

¿Quién era? ¿Dónde estaba?

El día estaba muriendo envuelto en un sudario de tristeza. Una montaña de piedras sobre los hombros, un puñado de arena arrojada a los ojos, la vida es una puñalá trapera en los riñones.

-         ¿Me oyes?, ¿me oyes?, ¡si no me lo dices no puedo saber si me oyes o no!- Gesticulaba gritando por el móvil, apoyado en la herrumbrosa verja del patio, un individuo enclenque que se parecía a Dustin Hoffman.

Fuera, en la calle, deambulaba un perrito perdido. Husmeaba en la hierba, encogía las orejas cuando ladraban otros perros, y de repente echaba a correr cruzando la carretera ajeno al peligro.

¿Dónde están los míos? ¿Dónde está ella? Parecía que iba a llover. Las palomas se acurrucaban para dormir en las cornisas de los tejados.  Desde esta planta de romero hasta el depósito del gasoil cuatro pasos, uno, dos.....no, cinco, me gusta estar aquí fuera, sin gente, con los pájaros y las hormigas, la gente lo ensucia todo, no se merecen nada, ni siquiera el odio, sólo el olvido.

Dentro, los residentes, alineados, inanes, parecían bustos de cera en un museo del terror, la tenue luz del atardecer prendía con un lúgubre resplandor sus rostros cenicientos.

"¡Fies-ta, esta vida es una fies-ta, vamos todos a la fies-ta!" Aullaba la megafonía con una música estridente.

                - ¡Vamos, Plácido, camina, mira Conchita qué guapa está!-

 Plácido daba unos pasos arrastrando los pies, y de repente se detenía con la mirada perdida en alguna parte.

"...Zarzaquemada...Zarzaquemada...."

-         ¿Tú si te mueres donde quieres que te entierren?- Preguntaba un viejo a una vieja que tenía muy mala cara, sin dientes y con los ojos rijosos, y que parecía escurrirse por el asiento de su silla de ruedas.

-         ¡Yo en mi pueblo, con mi niña que murió de sida!-

-         Ayer vomité los dos yogures que me dieron, digo, llamar a mi hijo, llamar a mi hijo, pero nada, ni caso, estas sólo quieren que me muera para quitarme de en medio, ahora estoy un poco mejor, pero sigo con mal cuerpo-.

Morir, desprenderse del dolor, de la esperanza y de la memoria.

-¡Plácido, Plácido, vamos anda, vamos a dar un paseo hasta los árboles de ahí detrás!-

Recuerdo que había un montón de libros de saldo de poetas desconocidos, de esos que nadie lee, sobre una mesa que parecía un tablón donde se hacían las autopsias antiguamente en los cobertizos de los cementerios.

"Los vientos del sur despiertan la ciudad de Córdoba con sus fragancias...Ya está aquí la muerte y yo sigo vivo."

-¡Plácido, Plácido, que pierdes la zapatilla, coño!-

 

 

 

 

   

 

 

 

 

      EL HERMANO MAYOR

 

Y rebusca en los bolsillos los últimos céntimos,

sucios y apagados como los ojos de los muertos.

Apenas llega a los pedales de su herrumbrosa bicicleta

hecha de remiendos.

Lo esperan sus hermanos como polluelos hambrientos

en un nido abandonado

sin agua corriente ni calor de besos.

Corre, muchacho, con tu pan y tu leche

abriéndote paso en la oscuridad de la noche

como si te llevara el viento.

Que no te derribe la lluvia

ni las embestidas de los elementos,

ni las pedradas del destino,

ni los socavones de la adversidad,

ni las fauces del desaliento.

No hay tregua en esta guerra a muerte

del pobre por seguir viviendo. 

 

 

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