la paraguaya

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LA PARAGUAYA

 

Las putas permanecían agrupadas junto a la pared, inmóviles como garrapatas. Había poco trabajo, eran tiempos de crisis. De vez en cuando alguna empezaba a mover las patitas en pos de algún incauto al que chupar la sangre. Otras paseaban en grupos de dos o de tres a lo largo del local, con el bolsito en la mano, los culos trémulos como flanes, con el ritmo en las nalgas, los tacones psicodélicos. Se aburrían, mascaban chicle, bostezaban, se contaban chismes al oído.

La paraguaya, una puta que parecía salida de un cómic manga, con unas tetas increíbles, grandes como balones de baloncesto, algo caídas por la ley de la gravedad de Newton, una cinturita minúscula y un culazo de ocho arrobas que se salía de la maya cuando se agachaba a coger algo del suelo, se puso a hacer el tonto imitando a la tonta del bote cuando tropezaba y se caía con la cacerola. Sus compañeras reían a mandíbula batiente.

-         ¡ja ja ja ja ja ¡!-

-         ¡¡ja ja ja ja ja ja!!-

Una puta un poco tímida, tierna, guapa, morena, blanca, resplandeciente, de ojos puros como manantiales, se acercó a dos individuos, uno alto y otro bajo,  con pinta de testigos de Jehová, que estaban hablando en un extremo de la barra de plantas de tomates y semillas de pepinos. El alto hablaba y el bajito lo escuchaba muy atento, con sus ojos de búho y su bigotito de boticario.

-         Hola, me llamo Alicia, mua, mua, ¿venís mucho por aquí?-

Fuera, en el parking, aterrizó un BMW de gama alta con dos tipos trajeados en la parte delantera y tres princesas altivas en los asientos de atrás. Venían de los toros. A las princesas les habían pagado una salida y se sentían en una nube, como actrices famosas paseando por la alfombra roja bajo los flashes de los fotógrafos. Dentro de un instante, sin embargo, a las doce en punto, la carroza se convertiría en calabaza, y ellas, con un mohín de disgusto, regresarían a su mundo de cincuenta euros el completo, risas con halitosis, pelos en las sábanas y zotal en el retrete.

En el cielo la luna se embozaba entre las nubes, y en la tierra las putas, como hormigas que parecían cigarras,  continuaban su lucha por la supervivencia.

La paraguaya anduvo un trecho con los pies torcidos, hasta que fingió tropezar con un obstáculo en medio del camino, trastabillando y cayendo de verdad al suelo, dañándose incluso una rodilla.

          -     ¡¡Ja ja ja ja ja ja ja!!- Rieron las putas, los puteros, y hasta las arañas de los rincones. La paraguaya se incorporó con todo su peso y con toda la dignidad de que fue capaz, disimulando el dolor y el ridículo.  

 

 

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