ABANDONADO por los dioses se sentaba en el acantilado
y contemplaba la inmensidad del mar,
sintiéndose pequeño, sintiéndose vencido,
cansado de largas guerras, de largas ausencias.
El sol bañaba en oro los lejanos montes
donde estaba su patria,
y en la orilla las olas arrastraban las arenas.
Desde las profundidades de la noche
se lamentaban las almas de los muertos
y, repitiendo su nombre, cantaban las sirenas.
RECUERDO una tarde de hace ya muchos siglos.
Tú y yo sentados en el banco de una plaza, en silencio,
mientras el sol doraba las viejas fachadas
y la gente iba y venía paseando a los perros.
Apenas veinte centímetros entre mi mano y tu cuerpo,
pero no sé porqué sentí que aquella pequeña distancia
contenía el infinito de Parménides.
Extendí mi mano como desde aquí a la luna
y no pude tocarte.
Había demasiadas matemáticas
entre dos cansados sentimientos.
La tarde moría lentamente,
y el amor se ahogaba como una mosca
en la clepsidra del tiempo.
Leave a comment