SETENTA VECES SIETE
EL VACÍO QUE NOS SOSTIENE
CONTRA LAS CUERDAS
SED DE FUEGO
Y cuando menos lo espero
caes sobre mí como un rayo,
como una lluvia de fuego,
como una lengua de lava,
prendiéndome fuego, incendiándome,
abrasándome en llamas,
despedazándome en mil pedazos,
encendiéndome, cegándome, confundiéndome,
excitándome, emborrachándome, envenenándome,
ahogándome, quemándome vivo,
devolviéndome a la vida
tu ardiente y fresca belleza,
tu tierna voluptuosidad de hembra clara,
matándome de lujuria, de sed de tu carne viva,
de fiebre de tu cuerpo henchido,
de hambre demente de tu sangre joven,
de deseo rabioso de tu sexo hirviente,
poblando mi insomnio de ansias devastadoras,
de fantasmas transgresores,
de violencia salvaje, de pasión desesperada.
Es tu hermosura inocente
una tortura a hierro candente
que jamás se acaba!
PERO ¿POR QUÉ?
Mientras se limpiaba en el bordillo una mierda que había pisado, con el corazón encogido esperaba la respuesta como quien espera la sentencia de un juez.
- No Dani- Le respondió ella subiéndose al coche. Al sentarse en el asiento de terciopelo, el vestido corto se le subió hasta los muslos, aquellos muslos jóvenes y voluptuosos que él había disfrutado hasta la saciedad cada noche durante cinco años- ¡bueno, hasta la saciedad nunca!- y que ahora por el contrario se habían convertido para él en una fruta prohibida del árbol de la vida.
- Pero ¿por qué, cari?-
Paola no contestó, y aquel silencio lo hirió como una navaja afilada, lo hirió más que cualquier insulto, más que cualquier palabra de odio.
Ella seguía siendo tan niña, tan ingenua, tan hermosa, una presa fácil para buitres y perros viejos. Seguramente ya habría sido seducida en la residencia por algún compañero de trabajo farsante y embaucador, o por su propio jefe, con ese aspecto de anciano venerable, aunque le sacara más de cuarenta años. Cierto es que Paola, a pesar de ser preciosa con esa carita de virgen inocente y ese cuerpo de rotunda sensualidad, siempre había sido una muchacha tímida y pudorosa, incluso en la cama al principio, hasta que sin querer dejaba de serlo y entonces...
- Dime algo, cari...anda, dame otra oportunidad-
Aquellas últimas palabras de claudicación sonaron un poco ridículas, como las de un galán atildado al que, mientras se está declarando a su amada, se le escapa un pedo.
¡Qué hermosa era! Su deseo por ella era más fuerte que el hambre, que la sed y la fatiga, más convincente que la razón, más virulento que el amor, más doloroso que el dolor, más obsesivo que el instinto de conservación. Paola ocupaba su pensamiento, densa, voluptuosa, llenándolo todo, como una encarnación sacramental de la lujuria.
- En agosto me van a dar otra vez trabajo en Mercamadrid, te lo juro, cari, me lo dijo ayer Goyo- Añadió introduciendo un poco la cabeza por la ventanilla.
Paola, con sus labios rojos y carnosos, compuso una mueca de asco irreprimible. Aunque hacía ya más de un años que Dani había perdido su trabajo de pescadero, seguía oliendo vagamente a pescado podrido, un tufo insoportable y pertinaz, como el que vomita una fábrica de comida para perros. Y además era tan feo...Bueno, eso no le importaba mucho, la verdad sea dicha, en realidad le gustaban los feos, poseían un aire de desamparo y marginalidad que la excitaban mucho, le gustaban los feos, los negros, los albinos, los ancianos, los deformes, los enanos, incluso los calvos y obesos. Aunque puesta a elegir, por supuesto, se quedaba con Brad Pitt, que todo hay que decirlo.
- No, Dani, no es eso, ya no, se acabó, no insistas más-
Dani comprendía tarde que cuando una mujer dice que no es no, un no de acero, de hormigón armado, un no sin fisuras, sin titubeos, firme como una sentencia que no admite recurso, un no que mira hacia delante, que no vuelve jamás la vista atrás, un no lleno de futuro y heroísmo.
Dani pensó con infinita angustia que ella estaba hecha de luz y él de barro, ella era la vida y él voluntad de muerte, ella lo era todo y él no era nada, ella era preciosa y él absolutamente feo, ella era joven y él ya casi viejo, ella tenía el poder de la belleza, de la simpatía, de la fuerza seductora de la feminidad, mientras a él se le había acabado todo, hasta el paro. Sintió que su vida era una calle provinciana sumida en la niebla, deshabitada, bajo la penumbra de las farolas, con las campanas de las monjas llamando a misa.
Paola lo miró con tristeza, como se mira a un perro que ha sido atropellado por un coche. Dani tenía cara de alpargata, cara de caricatura, en el barrio lo conocían por el feo, y no es que sus colegas del bar, gordos, embrutecidos, cetrinos, fueran muy guapos que digamos.
- No te vayas, cari, me muero si te vas-
Ella empezaba a cansarse de tanta súplica babosa, se sentía decepcionada, había esperado de él más orgullo, violencia incluso, pero aquella mueca de payaso triste y aquel hilo de voz chillona y trémula de plañidera mercenaria, le producía asco, el asco animal que siente la hembra por el macho incapacitado.
No se lo dijo así para no herirlo.
- No puedo más, Dani, te di muchas oportunidades (te di, no había vuelta atrás, si hubiese dicho te he dado aún podría quedar algún resquicio de esperanza, pero aquella forma de utilizar los verbos en pretérito perfecto, resultaba inexorable) - todo lo hacía yo, siempre yo, como si tú no tuvieras cojones para enfrentarte a la vida, ya estaba cansada-
- ¿Y qué culpa tengo yo de no encontrar trabajo, de tener siempre tan mala suerte, de que todo me salga mal, yo no tengo un jefe que me quiera como a ti el tuyo, él sí que tiene cojones ¿verdá? -
- No empieces, Dani, mi vida a ti ya no te pertenece -
Dani de repente se sintió muy cansado, cansado de conjurar fantasmas, cansado del miedo, de los celos, de luchar día tras día, hora tras hora, segundo tras segundo para conquistar un centímetro de tierra enemiga y perderla toda en un instante, la vida requiere una constante atención, dormir con un ojo abierto como las liebres para no perder el trabajo, para que otro no te robe la mujer, para ganar el pan y el amor.
Desde la terraza de un piso se oyó a un pájaro exótico cuyo canto parecía el timbre de un teléfono.
- Dani, no te tortures, - lo animó con compasiva crueldad- sigue adelante con tu vida, ¡ah!, y por cierto, nunca me gustó que me llamases cari-
Y aceleró torciendo la esquina, con ese mismo coche pequeño de color turquesa con su bollo en el lateral izquierdo, por ese mismo camino, por ese mismo trozo de calzada que tomaba cada mañana para irse a trabajar, sólo que esta vez (todo resultaba irreal como una pesadilla), no regresaría ya nunca.
Toda aquella belleza, toda aquella dulzura, todo aquel erotismo, ese olor a pasión y a ternura, un poco a niña pequeña, ese tono de voz argentino y sensual, esa presencia cálida y fresca que llenaba todos los rincones de la soledad, esos ojos grandes y radiantes, ese pelo largo y bruñido, esos labios rojos, esa carne ardiente, esas manos pequeñas, esa piel tan blanca, esas caderas anchas, esos pechos firmes que tremolaban como banderas de amor, ese cuerpo prieto, esa manera ingenua y a la vez felina de reclamar sexo, ese abandono total, entre tierno y demente, ese milagro de su carne con cuya savia perenne en adelante bendeciría a otro...
¡ Dios, era insoportable! Sintió una sed de fuego abrasándole la garganta. Dio unos pasos hacia atrás como un autómata y volvió a pisar la misma mierda que se había limpiado antes en el bordillo.
Una vecina patizamba, con el pelo abultado de un lado y aplastado de otro, salió de un portal a pasear a un perrito insignificante que se meaba en cada farola.
- Buenos días, Dani- Lo saludó con voz un poco gangosa.
Dani no contestó. No podía hablar, no podía moverse, como si hubiera entrado en trance cataléptico. ¿Saldría alguna vez de aquel infierno dantesco?
Se oyeron los cierres, subiéndose, de la papelería. El sol lamía con una lengua de luz suave la fachada de los edificios.
- ¿Pero por qué?- Balbuceó finalmente dirigiéndose a la nada.
Comprendió de repente que la muerte es perder lo que más se quiere. Y que quien se cree en posesión de otra persona, vive en realidad poseído por ella.
NO sabe contar hasta diez,
pero cuando empieza a llover
y todos salen corriendo,
ella permanece a tu lado
si tú no puedes correr.
No es más ni menos que nadie,
quizás un poco más humana, más cercana,
con un desarrollado sentido del amor y la amistad.
Sus actos son sencillos, concienzudos,
en sus limitaciones busca siempre la perfección.
Carece de picardía,
porque no es un pícaro de esos al uso
llenos de maldad y estupidez,
sino una muchacha con la mente pequeña
y el corazón grande,
que quiere y quiere hacerse querer.
ANDA, recoge tus cosas, tu ropa, tus libros,
hay un taxi esperándote en la puerta
que te llevará a un país desconocido.
No olvides los guantes de boxeo,
ni tu colonia, ni el molino de viento
que te hizo tu hija por el día del padre.
Recoge todos tus recuerdos
y mételos en esa bolsa de basura,
es grande y caben todos los fracasos.
No agaches la cabeza, hombre,
después de tantas guerras perdidas
deberías estar acostumbrado.
¿Todavía sigues pensando que la vida
es aquella aventura novelesca?
Mira a esas niñas pequeñas,
me parece que esconden tu corazón
debajo de ese cojín junto al que están sentadas.
Anda, vete ya, no alargues más la agonía,
se te van a helar los huesos si sigues ahí plantado
en el umbral con la puerta abierta.
Ese rastro de sangre que dejas
después costará limpiarlo.
En la calle el sol ya está saliendo de nuevo,
como si aquí nada hubiera pasado.
¡DEJADME EN PAZ!
- ¡Serafín! ¡Serafín!- gritó a través del cristal roto de la ventana una mujeruca con la cabeza coronada por una especie de peluca barroca y casposa de color calabaza- ¡Serafín, abre, hermoso, somos la Madre Coraje!-
En el interior de la casa, entre escombros, trastos viejos y basura amontonada, un hombrecillo con una gorra visera de una marca de fertilizantes, dormía tirado en el suelo.
-¡Serafín! ¡Serafín!-
En la plaza, dos viejos con boinas raídas jugaban a meter la moneda en la rana. Un niño que parecía moro, rapado casi al cero y con un flequillo de visera, observaba el juego como si no existiera otra cosa en el mundo, y contorsionando el cuerpo para ayudar a la moneda a entrar, exclamaba ¡uyyyy! cuando la moneda pasaba rozando la boca de la rana.
- ¡Serafín! ¡Serafín!-
Dos muchachos con aspecto de macarrillas, que llegaron haciendo ruido en una moto, se acercaron a un banco de madera envejecida tatuada con multitud de iniciales, donde una chica con gafas, dientes prominentes y expresión bobalicona de novicia, leía un libro sentada al sol.
- ¡Hola, Ana!- la saludaron cariñosamente.
- ¿Qué has comido?- Le preguntó uno de ellos con un lejano matiz de ironía.
- Nada, ¿por qué?- Dijo la chica mirándolos con timidez a través de sus gafas de aumento.
- Porque tienes azúcar en la boca-
La muchacha se puso colorada y, angustiada, se limpió con la manga la comisura de los labios.
-¡Serafín! ¡Serafín!-
-¡Dejadme en paz!- Gruñó por fin el durmiente, removiéndose entre la basura y las botellas vacías de wisky Dick.
- ¡Te vamos a llevar a un sitio donde vas a estar mejor, Serafín!-
- ¡Yo no me voy a ningún sitio, cojones, yo sólo quiero que me dejen en paz!-
- Es que es un etílico crónico ¿sabes?,- comentó a quien quisiera oírla una vecina que se parecía a Olivia, la novia de Popeye- nada, hija, to to todos los días la misma historia,- tartamudeó sacando la lengua de forma rauda como un reptil- tengo que fregar la puerta con zotal del mal olor que sale de ahí dentro, ¿eh?, ¡qué dices!, peor huele la mierda, leñe, lo sa jodío, mira, un día salieron hasta cinco ratas, ¡cinco! (mostró los dedos de una mano), fueron juntas hasta los contenedores de basura y después volvieron a entrar por la ventana, esta situación no se se puede soportar ya más, leñe, uhhhh, y el caso es que antes era un buen hombre, el Serafín este de los cojones, pero cuando perdió el trabajo, creo que era representante de colchones Lo Mónaco o comercial de cafés o algo así, y la mujer lo abandonó llevándose a la niña, se hundió por completo en la ciénaga de la bebida y las mujeres malas, y en en encima a su madre se la encontró muerta una noche que volvía borracho del puticlub, tirada en el suelo por un ictus que le dio a la pobre y con el gato allí lamiendo el cadáver, se debió de sentir culpable, desde entonces ya ni siquiera es un hombre, leñe, es una piltrafa, un arangután, algunas veces hasta se le oye rugir como un animal-
- ¡Serafín! ¡Serafín!-
Una muchacha de cara aniñada y cuerpo voluptuoso, que pasaba por la calle empujando una carretilla, se quedó mirando la escena con sus ojos grandes y hermosos.
-¡Vamos, Serafín, hijo, ábrenos la puerta!-
Serafín se tapó con una manta mugrienta y dándose la vuelta intentó seguir durmiendo entre la basura de la que ya formaba parte. Eran sólo las doce del medio día. ¿Qué hacía toda aquella gente levantada tan temprano? Madrugan na más que pa tocame los cojones a mí, pa vivir así es mejor estar muerto ¡joder!, grrrrr....pffff....grrrrrr....pffffff.....
- ¡Serafín! ¡Serafín!....¡¡Serafíííín!!!-
Un avión surcó el cielo sobre la plaza, dejando una estela de humo que se fue desvaneciendo como la ilusión en el corazón humano.
NO sé porqué hoy me acuerdo de ti.
La vida te alejó de mí
igual que el tiempo va alejando los recuerdos.
Por aquel entonces éramos puros,
estábamos vivos, éramos crédulos.
Nos alimentábamos de calor humano
y dábamos nuestro reino por un beso.
Me pregunto si tú también habrás envejecido,
si el ocaso habrá apagado la luz de tus ojos,
si en tus ramas los pájaros
habrán abandonado ya el nido,
si tu belleza se habrá marchitado,
si queda algo de mí
en los anaqueles de tu corazón,
si estás viva, si estás muerta,
si merecieron la pena
todas aquellas palabras de amor.
COMO UN PERRO
- Ahora acariciaros entre vosotras- Susurró con voz rasposa, tumbado en la cama en posición decúbito supina.
Había pasado mucho tiempo desde aquella foto de familia numerosa , con la madre con cara aniñada de sonrisa un poco amarga y ambigua, sosteniendo en brazos a la pequeña con su kiki en el pelo y su sonrisa de muñeca de porcelana china, los dos chicos, entre inocentes y traviesos, en la edad de cambiar los dientes, mirada de soslayo y remolino en el cogote, y él, protegiendo a todos con su corpulencia, un poco al fondo del cuadro, como que está y no está, recordando vagamente en el gesto a un toro a punto de embestir.
Pero las cosas con el tiempo fueron degenerando hasta extremos insospechados. Su mujer, por motivos tal vez justificados, coincidiendo con que él se había quedado otra vez en paro, decidió sustituirlo por otro. Un buen día nuestro héroe descubrió en el mueble-bar una botella de wisky que no era suya, y en la mesita de noche, junto al cenicero, un paquete de tabaco que no era de su marca. Señales inequívocas, como meadas territoriales, de que querían expulsarlo del clan. Al final le quedaron sólo dos caminos: matar a su mujer o repudiarla. En un último destello de inteligencia, eligió la segunda opción. Se fue a vivir con su madre, aunque era inefablemente duro ver en la puerta de su antigua casa, casa que por otro lado él seguía pagando, el coche del nuevo macho cabrío con el que ahora vivían sus hijos; le preocupaba sobre todo la pequeña, que ya iba a hacer la primera comunión y estaba creciendo muy guapa e ingenua. Pero así es la vida, complicada, sorprendente, decepcionante, terrorífica como una pesadilla que se hace realidad al despertar. Y encima él era de esa clase de personas que por costumbre fracasan en todo lo que emprenden, un corredor que nunca llega a la meta, un jugador que siempre pierde.
"Es que con Javi he descubierto el sexo" Comentó una vez su exmujer en la peluquería, refiriéndose a su nuevo amante. Fue una sentencia irrevocable, lapidaria, de esas que marcan el resto de una vida. "Pero eso no significa que no siga queriendo a Clemente, uhhh, por aquí me das unas mechas, Carmen." Y es que a la pobre, que todo hay que decirlo, después de casi diez años de insano matrimonio, ya le resultaba insoportable ver encima de ella, durante el acto sexual, aquella cara cuadrada de bruto, con una oreja mucho más grande que la otra moviéndose como la de un podenco a cada sacudida, y sobre todo aquella maldita verruga debajo del ojo izquierdo, a la que era imposible no dirigir la mirada, experimentando una nauseabunda sensación de asco. Si por lo menos no hubiese existido aquella verruga asquerosa...
Clemente Modesto Siervo, alias el maño, cincuenta años, pintor de brocha gorda, parado de larga duración, putero, alcohólico, obeso mórbido, iracundo e insociable.
Aquel día, como había cobrado el paro, decidió darse un homenaje, como vulgarmente se dice. Así que, tras tomar en el bar de la esquina un par de copas de coñac para insuflarse valor y dos pastillas de esas azules para recuperar el vigor perdido con el cansancio de la edad y las penas, se dirigió con decisión a una casa de putas que solía frecuentar, anunciada en el portal con un botoncito rojo junto a un cartelito que ponía Lorena, en un edificio cochambroso justo detrás del antiguo hospital de locos de Bétera.
Eligió para hacer un dúplex a dos muchachitas morenas de piel muy blanca y cuerpos voluptuosos. Una era alta, de grandes pechos, ojos vivos algo rasgados y melena rizada. La otra era más bien bajita, algo gordita, de culo grande, ojos inocentes y pechos firmes, perfectos, de sonrisa también perfecta.
Sumisas, complacientes, estaban satisfaciendo todas sus fantasías, que iban desde el fetichismo al voyerismo, pasando por el lesbianismo y la disciplina inglesa, mientras en la calle llovía sobre las sucias fachadas de los edificios, sobre los cierres metálicos de los comercios quebrados y sobre los toldos desgarrados de las terrazas, y las madres jóvenes, bajo un multicolor entoldado de paraguas, iban a recoger a los niños al colegio.
Todo era placentero y vivificante, como una orgía en el infierno, hasta que de repente, cerca ya del cenit, mientras montaba a la gordita y besaba en el cuello a la de las tetas grandes, el corazón le reventó. Murió súbitamente haciendo el amor, por fin algo de suerte al final de su desgraciada vida.
Las putas cambiaron su dulce expresión de muñeca hinchable por una mueca de fastidio y preocupación. Parecían más viejas, más feas, más reales, como demonios desenmascarados.
- ¡Se ha muerto, el cabrón, maldito hijo de puta, yo me largo de aquí, que le den por el culo al hijo puta este!- Exclamó una de ellas con filantrópica compasión femenina.
La otra puta ya estaba gritando pidiendo socorro con la puerta abierta. Llegó la madame, una sudamericana muy negra y flemática, seca por dentro y por fuera como el alma de un checo o de un banquero, con ojos pequeños y malévolos, acompañada por el resto de chicas semidesnudas, que rodearon al cadáver como una manada de hienas inquietas.
- ¡Chucha, tenemos que deshacernos de este mamón!- Decidió la madame tras un breve cónclave con sus pupilas.
Cerraron la habitación y esperaron a que llegara la noche. En la penumbra, el muerto, tumbado en la cama sobre las sábanas revueltas, desnudo como un orangután, como un orondo cristo yacente, rodeado de mugre y marginalidad, con trozos de papel higiénico por el suelo junto al bidé, y una miscelánea de olores, de sudor, de sexo, de lejía y de muerte, parecía esperar confiado la resurrección.
Ya de madrugada, las putas volvieron a entrar, y en medio de un sigilo clandestino, lo vistieron y lo sacaron casi a rastras de la casa, entre todas, jadeantes, una tirando de un brazo, otra de una pierna, otra sin poder contener la risa nerviosa. Lo bajaron en el ascensor y lo sacaron a la calle dejándolo tirado en la acera, bajo un luminoso fundido que anunciaba una panadería, junto a una vieja vespa desguazada encadenada a un árbol seco. Acto seguido huyeron corriendo como ratas sorprendidas por la luz. En verdad que resultaba un cuadro curioso y a la vez macabro ver a aquella manada de putas dispersándose bajo la lluvia, como una bandada de grajos, amparadas en las sombras de la noche, chirriando como las brujas de Matchbec, con el rimen corrido y los tacones reverberando en la soledad de la madrugada.
La lluvia producía un sonido triste sobre el asfalto y fue empapando el cuerpo mórbido del muerto, abandonado como un perro de la calle que ha sido atropellado por el camión de la basura.
Como durante toda su vida, también de muerto lo seguía acompañando el silencio y la oscuridad. Pero ahora ya no parecía importarle mucho.
ES la vida después de la muerte,
la belleza después del desengaño.
No hay caminos pedregosos en su piel,
se deslizan los besos dejando un rastro húmedo
cuyas orillas verdecen.
Cansado de roer huesos de muerto,
bebo bajo la luna su carne viva
para seguir viviendo.
Fundido a su cuerpo
siento todavía latidos de vida
en las profundidades de la realidad.
EL VACÍO QUE NOS SOSTIENE
Olía a casa antigua, a moho, a salitre. En el baño compartido se oyó tirar de la cadena.
La vieja estiró el cuello para contemplar la fotografía colgada en la cabecera de su cama. Una joven vestida de luto, bellísima, con la expresión un poco triste, miraba lánguidamente a través de un velo de rejilla que resaltaba todavía más su belleza.
"No tuve infancia, ni juventud, un mal matrimonio y ahora esta vejez, Dios mío, ¿por qué nacería yo?" Se preguntó la vieja entre exhaustos sollozos, hablando, como solía, consigo misma.
En el patio cantaba un pajarillo y los familiares paseaban a los ancianos por el sol, lentamente, como si ayudaran a andar a mutilados de guerra. La guerra de la vida, de los años, de los trabajos y los días.
Una niña con una diadema blanca hizo una pompa de jabón con un arito de plástico que extrajo de un frasco rosa. La pompa fue creciendo irisada, esférica, liviana, perfecta, y cuando llegó al cenit de la belleza y la perfección, explotó de repente y desapareció en el aire, como si la belleza y la perfección fueran a la postre una evocación de la nada en medio del vacío que nos sostiene.
Una auxiliar entró en la habitación. Tenía cara de monja mala, de monja con la libido y el alma resecas.
- Toma la pastilla, Matea, bonita, corazón de melón- Dijo sin embargo con cordial dulzura.
La vieja, con mano trémula, se echó la pastilla a la boca y cogió el vaso de agua de la mesita de noche.
- ¿Te abro la ventana, guapetona?-
- Sí, por favor Pilar, pero cierra la puerta del baño para que no haya corriente-
Cuando la auxiliar salió, la vieja se sacó la pastilla de debajo de la lengua y con una presteza insospechada la escondió bajo el fieltro de un joyerito donde guardaba su ya inútil bisutería. En cuanto reuniera algunas pastillas más lo haría, ya pronto, como mucho otra semana, antes de acabe este mes, de una u otra forma tenía que salir de aquella cárcel, ¡libre! por fin, y que el viento lo barriera todo.
La seguridad de que su dolor ya sería breve, le insuflaba fuerzas para soportarlo, incluso le despertaba una balsámica curiosidad de sabio, de espectador distante.
En la puerta de la habitación sonaron unos nudillos, suaves y raudos. Los reconoció. Era su sobrina. Domingo, día de visita.
SI me falta tu aliento me derrumbo como una marioneta,
me muero por dentro, me oscurezco, me hielo, me seco,
si me falta el fruto de tu belleza, el cobijo de tu cuerpo.
Cada noche me conecto a la savia de tus venas
para seguir viviendo.
Meto mi mano en tu carne y saco cosas vivas,
caleidoscopios de luz, manantiales de fuego.
Te acercas, me miras, me rozas, te huelo,
y sin saber cómo vuelvo a estar de pie,
y ardo, y vivo, y puedo, y crezco, y creo.
CONTRA LAS CUERDAS
No voy a negar que me has herido,
son afilados los dientes de tu belleza.
Hay veces que al andar pierdo un pie por el camino,
es difícil sonreír con las tripas fuera.
Pero no me des por muerto aunque no oigas mis latidos,
estoy acostumbrado a pelear contra las cuerdas.
MIRO a la gente a mi alrededor
y todos parecen tener algo que yo no tengo,
como si hubieran llegado antes,
como si hubiesen entendido mejor las lecciones de la vida.
Después me miro en el espejo
y veo a un ser desgraciado y harapiento,
y la silueta de un monstruo
incrustada como un hacha en lo más profundo del cerebro.
Tropiezo en cada sombra del camino
y se me caen todas las cosas de las manos.
Para seguir adelante necesito perdonar siete veces
y setenta veces siete ser perdonado.